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Lagos y el arte de la política

En la Concertación, sus eventuales adversarios deben actuar en consecuencia. Acordar un procedimiento en el cual él no participará, y, eventualmente, competir duramente por ser elegidos candidatos, en un escenario cuasi caníbal, mientras alaban…


Es muy difícil en política conjugar intereses y acciones propias con la agenda pública vigente, para dominarla y someterla al ritmo que se desea. Porque se requiere tanto un claro objetivo estratégico, como un dominio certero de las comunicaciones, una enorme capacidad en el arte de sugerir, y una teatralidad que hagan creíble lo que se dice y hace.

Ricardo Lagos es, en Chile, uno de esos políticos excepcionales en los cuales la capacidad de seducción arrastra incluso a sus adversarios más enconados a espacios y debates donde no quisieran estar. De una manera abrupta, con apenas un par de declaraciones todavía elíptica, ha puesto de cabeza el escenario político, y todos se encuentran opinando sobre su bajada de la competencia presidencial, a la que nunca se ha subido claramente.

En la Concertación, sus eventuales adversarios deben actuar en consecuencia. Acordar un procedimiento en el cual él no participará, y, eventualmente, competir duramente por ser elegidos candidatos, en un escenario cuasi caníbal, mientras alaban la decisión de Lagos. De hecho, éste se ha instalado como un supracandidato, intacto para una eventual proclamación por unanimidad.

Este escenario dependerá de lo que ocurra en las elecciones municipales de fin de mes. Ellas ya entregaron el primer veredicto, incluso antes de la elección. Ni siquiera los candidatos quieren a los partidos políticos. Y a excepción de algunos apellidos ilustres como Frei, Alessandri, Monckeberg, Aylwin o Palestro, nadie sabe quién representa a quién.

Es una situación ideal para un candidato por fuera, que base su vigor en una fuerza propia autónoma y que, conservando las señas de identidad de su coalición original, sea capaz de apelar a las nuevas generaciones y de prefigurar un nuevo movimiento político, aunque sea de trance electoral.

De alguna manera, la anticipada retirada de Lagos tiene también el efecto de protegerlo de la virulencia política actual. Y abre, de cierto modo, una opción de caudillo que, en medio de una crisis económica y una competencia sin ideas, agazapa un liderazgo a la espera de un mejor tiempo.

Las declaraciones de Lagos el fin de semana de que no sería candidato inyectaron adrenalina a los otros candidatos. Insulza está compelido a dejar la Secretaría General de la OEA si no desea que le ganen la candidatura por secretaría, y en la DC se endurecerá la pugna entre Alvear y Frei.

El único candidato de la derecha, Sebastián Piñera, tiene dos alternativas. Omitir mencionar a Lagos y jugar su propio juego, usando el hecho como un ejemplo de la crisis de la Concertación: si el mejor se baja, es porque el oficialismo presiente la derrota. O, segunda opción, no creerle y seguir atacando a Lagos, y seguir compitiendo con él en todas partes. En ambos casos es una pelea con una sombra, que cómodamente instalada en otro espacio político lo mira y lo ignora.

Lo actuado por el ex presidente Lagos neutraliza también los ataques de la Alianza en su contra. Por lo menos hasta el 26 de octubre o inmediatamente después de esa fecha. En consecuencia, se puso por delante de la coyuntura a un ritmo inesperado, que deja descolocados a sus adversarios. Mientras tanto, sigue en una relajada y vistosa gira de apoyo a los candidatos de la Concertación, cosechando nuevas adhesiones. A la espera.

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