Publicidad

Un épico colapso gubernamental

No es inútil confrontar esta opinión con la que hace muy poco publicó un conocido semanario que se refirió a los mismos escándalos de la misma administración del mismísimo presidente: «Los escándalos se comportan como el cáncer porque presentan metástasis, o sea que crecen y se multiplican…


Por Luis Casado*

¡Los comentaristas políticos son la rehostia! Desde luego me refiero a aquellos que de algún modo han conservado algo de libertad para decir lo que piensan. Sí, sí, aun quedan.

Uno de ellos se refiere a lo que llama «Un épico colapso gubernamental» y explica las razones que a su modesto entender explican el cagazo. Para ello se adentra en los repetidos escándalos que mancharon de modo indeleble al mandatario objeto de su crítica, mencionando especificamente los que pusieron en evidencia los tres «pecados» que hicieron de tal gobierno uno de los peores de la historia: «arrogancia, incompetencia y cinismo».

La «arrogancia» llevó al presidente a desoír todas las advertencias y críticas, incluso las más constructivas, y a imponer contra viento y marea su obcecada opinión. Demás está decir que los catastróficos resultados de sus decisiones se pagan y se pagarán aun durante mucho tiempo. No obstante, el mandatario persiste en afirmar que él, y sólo él, tuvo y tiene razón.

La «incompetencia», la suya y la de su administración, provocó daños irreparables cuyos costes son inestimables al tiempo que pudren la vida de millones de honestos ciudadanos a los cuales se les había prometido una vida mejor y más segura.

Finalmente, el «cinismo» llevó y lleva al mandatario a acusar a otros de los desastrosos resultados de sus propias decisiones, y a presentar su gobierno como una sucesión de éxitos ejemplares.

El comentarista no se traga tales chamullos, no se pierde, y declara que el sectarismo del mandatario lo llevó a practicar una especie de  «travestismo de gobierno» y a dejar tras de sí «un completo fracaso».

Juicio atrevido cuando uno mira las tasas de aprobación que el mandatario obtenía en los sondeos de opinión efectuados en los precisos momentos en que «bailaba sencillito». Hoy por hoy los sondeos de opinión no son tan favorables, el personal comienza a darse cuenta de que se lo habían pasado por las amígdalas del sur y de que la habilidad comunicacional, la mentira de Estado, no puede ni podrá sobreponerse nunca a la verdad histórica.

En un país habituado a una prensa acomodaticia, funcional a los intereses del poder, incapaz de la osadía y la independencia de antaño, el atrevido analista termina su crónica con una frase definitiva y condenatoria: «He tratado de ser respetuoso con el hombre y con el cargo, pero los tres pecados que definen (su) administración – arrogancia, incompetencia y cinismo – son congenitales: son parte de su personalidad».

Como si asistiésemos a una primavera periodística, a un renacimiento de la decencia y de la dignidad de quienes asumen la eminente tarea de informar a la ciudadanía, otros cronistas publican una nota titulada «Escándalo, el Poder y el Presidente» en la cual acusan al mandatario de haber utilizado el clientelismo político para el proyecto esencial de su presidencia: «deliberados y agresivos esfuerzos para extender y proteger el poder del ejecutivo». Y refiriéndose a los procesos en curso, a las citaciones a declarar, a las inculpaciones y condenas pronunciadas, a las nuevas investigaciones que sin duda serán lanzadas, afirman que: «Cuando todo haya terminado será difícil recordar como comenzó todo».

No es inútil confrontar esta opinión con la que hace muy poco publicó un conocido semanario que se refirió a los mismos escándalos de la misma administración del mismísimo presidente: «Los escándalos se comportan como el cáncer porque presentan metástasis, o sea que crecen y se multiplican sin control hasta que ya nadie recuerda cual fue el escándalo original».

Todo esto me lleva a concluir que no siempre lo peor es cierto, que la esperanza es lo último que se pierde, que la porfiada realidad termina por imponer la verdad aunque duela, que los mandatarios mesiánicos, autoritarios, arrogantes, incompetentes y cínicos terminan por quedar empelotas ante el juicio de la historia. Aunque se empeñen en contarnos cuentos de hadas como si fuésemos mentalmente discapacitados.

¿Cómo? ¿Quién? ¡No! Nadie estaba hablando de Ricardo Lagos. Todo lo que precede se refiere a Georges W. Bush, y ha sido denunciado en la prensa estadounidense.

La nuestra, en fin, lo que queda, ni puede, ni quiere, ni debe, visto que forma parte del encatrado.

*Luis Casado es economista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias