Publicidad

La generación Bachelet

Romper el círculo que reproduce la desigualdad es la motivación del sistema de protección de la infancia, Chile Crece Contigo. Permitir que un niño nacido en Tirúa o una niña de Alto Hospicio puedan tener una oportunidad comparable a los niños…


Por Clarisa Hardy*

En Chile es posible predecir el destino probable de un niño dependiendo de su apellido, la comuna de origen y el nivel socioeconómico de sus padres.

Si al nacer ese niño hereda de su padre un apellido castellano vasco, reside en una comuna urbana y pudiente, tiene a una madre con buen nivel de escolaridad y un padre con altos  ingresos, lo más probable es que al crecer tenga una mejor situación aún que sus padres y ofrezca un destino igualmente promisorio a sus propios hijos.

Tal realidad contrasta con la de un niño de apellido indígena, que nace en una comuna rural, de madre con escasa escolaridad y padre con trabajo precario y bajos ingresos. Las probabilidades de que ese hijo logre romper las barreras de origen a lo largo de su vida, son bajas. Un círculo reproductor de la desigualdad que frustra, desde la cuna, los sueños de millares de niños y niñas.

Pero esta situación no sólo atenta contra los derechos de la infancia y la deseable igualdad de oportunidades en la vida, sino contra el propio desarrollo del país, como lo acaban de presentar, con contundente evidencia empírica, varios expertos nacionales e internacionales que participaron en un multitudinario seminario dedicado a la primera infancia y a la educación preescolar, realizado por UNICEF y el gobierno de Chile.

Abundantes cifras entregadas por estos especialistas de diversos países, incluido Chile, muestran cuanto beneficio económico alcanzan dichas sociedades gracias a las inversiones que se realizan tempranamente en la infancia, tales como salas cunas y jardines infantiles, atención del parto y durante el embarazo de las madres, licencias y subsidios de pre  y postnatal, etc. Experiencias de apoyo y cuidado en la primera infancia que, al abrirles oportunidades desde la cuna a esos niños, aseguran sociedades más equitativas y, por lo mismo, cohesionadas.

A la inversa, esos mismos estudios revelan los altos costos sociales y económicos que implica no hacer nada para cambiar el panorama de la desigualdad desde el nacimiento: mayores gastos en el sistema judicial y en cárceles, desintegración familiar y violencia doméstica y en las calles, racismo y xenofobia en vez de buenas prácticas de convivencia en la diversidad, crecientes gastos en salud por la adquisición de malos hábitos sanitarios asociados a consumo de tabaco, alcohol y drogas.

Esta evidencia es la que tuvo presente Michelle Bachelet cuando se impuso, junto con la reforma previsional, la tarea de la protección de la infancia. A diferencia de la reforma previsional que ha adquirido alta visibilidad, el esfuerzo destinado a la infancia ha pasado desapercibido por la opinión pública. Después de todo, los niños pequeños no salen a las calles y no tienen voz.

La creación a partir del 2007 del sistema de protección de la infancia, Chile Crece Contigo, que se despliega para todos los niños que nacen en el sistema público de salud, es decir, para el 80% de los nacidos del país, y que los acompaña hasta que ingresan al sistema educacional a los 6 años de edad, garantiza: subsidios automáticos para niños y madres desde el embarazo, talleres educativos para padres y madres del niño por nacer, atención domiciliaria a mujeres con embarazos de riesgo, programas de apoyo biosicosocial para el recién nacido en consultorios, salas cunas y jardines infantiles para los hijos de madres que estudian, trabajan o buscan trabajo, fondos especiales para la atención de niños y niñas que nacen con rezago o discapacidad, entre las más importantes medidas que el estado está garantizando a los hogares más vulnerables.

Romper el círculo que reproduce la desigualdad es la motivación del sistema de  protección de la infancia, Chile Crece Contigo. Permitir que un niño nacido en Tirúa o una niña de Alto Hospicio puedan tener una oportunidad comparable a los niños y niñas de Vitacura y Las Condes.

Por eso me atrevo a apostar que otra será nuestra sociedad cuando la generación de niños nacidos durante este gobierno -la que podríamos llamar «generación Bachelet»- sean los adultos que se hagan cargo de este país, en un futuro más promisorio para las nuevas generaciones.

*Clarisa Hardy es socióloga, ex ministra de Mideplan.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias