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Todos cagamos

Lagos Escobar le sacó la cresta a su hijo, él nos lo dijo en la primera y ojalá no última revista Pólvora. Las mamás también follan, los filántropos también roban, el demócrata cree en la paliza: los santos alguna vez se pegaron un ahorque pedestre…


Por Karen Hermosilla*

Tengo una amiga que le decimos la Marilyn mostro. Tiene el corazón más grande que todos nosotros.  Defeca donde lo dicte su anélido. En el bus, en el metro, en un ascensor, en una micro. Se disculpa diciendo: «el pipito traía sorpresa» y remata ante las predicas sobre buenas costumbres: «¿Qué quería que hiciera? ¿Qué me lo tragara?». Es un tema escatológico el de la honestidad.

Muchos, por sinceros, han caído en el hemisferio de las malas personas. Un hemisferio incomprendido incomprensivamente, desacreditado por las capacidad de solapamiento de millones de funcionales servidores de las apariencias. Los practicantes de la mala vida deberíamos acusarlos de Dumping como protesta a este doble estándar, que sería mucho mejor convertirlo en obscenidad. ¡Un brindis por Pink Flamingos¡

Así con las mañas. Socialmente algunas son menos aceptadas que otras: el amor en los pasillos de un liceo público, el consumo de drogas en un lugar distinto al de un recinto hospitalario,  las malas palabras en el Registro Civil y cualquier fluir extravagante en presencia de espectadores. Puro softcore prendido por la mercadotecnia, embasado en programas satélites, en novelitas canutas o en la médula de algún video loco para la delicia de ociosos sin brillo. Las vergüenzas ajenas más que las propias, el rastro impúdico de perejil entre los incisivos.  El chascarro, que cuando se vuelve real, el observante, socarrón de las miserias prójimas se asusta por la amenaza de sentirse descubierto. Avergonzado sino es de él, del  Tarzán anónimo, colgando de uno de sus pelos del culo, resguardado tras su áspero calzoncillo; la microcorrupción, la macrocorrupción, la corrupción nuestra de cada día.

Todos tenemos esa fisura virulenta. Hasta las chicas de Givenchy cagan, y hediondo.

 Sincerarse. Escoger la vía del autorridículo. Del apateticamiento progresivo, del bufoneo acabronado en el testimonio, para no creer que es  tan raro sentirse libre y revenido. Amoroso y violado. Creativo y copión. Santo y maraco. Con el afán de funarse a sí mismo nada más para que el  dejarse ir en el hábito poco conveniente y cada vez más reprimido de  la pulsión, esa borrachera delirante de la verdad sin remedio, algunos intentamos  liberarnos de la dialéctica de buenos y malos. 

Esotéricamente tengo la sincera corazonada en el medio de mi asterisco cosmológico de que llegó el tiempo del último vals y con ello el desenmascaramiento. El caos va en progreso en la medida en que las leyes físicas se vinculan con el universo y su Era de Acuario.  Una proporcionalidad áurea y un fractal preciso en su versatilidad,  empuja a la humanidad, aunque se aferre a su rol y status, a destrancarse. El  bloque horadado por las lágrimas autocompasivas y el fluido onanista de la oralidad facilitan el  milagro de la rebelión de la lengua en el acto fallido. Siempre estamos ahí para ser Cazely. Para joderse el mundial  Pinocheto por medio de un penal desviado. Estamos ahí a veces sólo para hacernos una zancadilla que desencadenará un efecto dominó.

Lagos Escobar le sacó la cresta a su hijo, él nos lo dijo en la primera y ojalá no última revista Pólvora. Las mamás también follan, los filántropos también roban, el demócrata cree en la paliza: los santos alguna vez se pegaron un ahorque pedestre y gozoso. Todos cagamos.

Corrompidos en malas prácticas, ambicionamos conservar  las pocas virtudes sosteniéndolas con las manos tullidas de avaricia en un gesto de empollamiento; la escenografía estítica, maquinada siúticamente, poderosa en la trampa y el artilugio, encorsetada en el disfraz, comienza a desintegrarse. Se le acaba el efecto del golpe de frío y por fin expele su verdadero aroma.

La antítesis aguarda como una pompa fúnebre en los pasillos de los Hospitales. La caca está a la vuelta de un hermoso culo.

 

*Karen Hermosilla es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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