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El PPD entre Insulza y Frei

El presidente del PPD encabeza el acercamiento pragmático. Para él, el abanderado de la DC, representa la mejor opción ya que no habría disponible otro candidato mejor posicionado en las encuestas y, a la vez, permitiría dar satisfacción a la aspiración de la Democracia Cristiana de dirigir la…


Ricardo Brodsky*

El debate que se está desarrollando en las filas del PPD -a propósito de la nominación del abanderado presidencial de la Concertación- es revelador de las opciones estratégicas que este partido -y también el PS- debe encarar.

Aparentemente, se enfrenta un problema pragmático: ¿quién es el mejor candidato para ganarle a Piñera, Eduardo Frei o José Miguel Insulza?

Sin embargo, como suele ocurrir en las discusiones políticas, esta definición oculta cuestiones más de fondo: en este caso también se está deliberando sobre la siempre inconclusa tarea de construcción de una fuerza progresista para Chile y sobre la propia identidad del PPD.

El presidente del PPD encabeza el acercamiento pragmático. Para él, Eduardo Frei representa la mejor opción ya que no habría disponible otro candidato mejor posicionado en las encuestas y, a la vez, permitiría dar satisfacción a la aspiración de la Democracia Cristiana de dirigir la coalición. Propone cambiar las primarias por un «golpe de unidad». Sugiere que, por esa vía, el PPD le entregue su respaldo a Frei de manera inmediata, lo que podría implicar frustrar de entrada la expectativa de una candidatura de José Miguel Insulza  o bien enfrentar al PS en un proceso de primarias en la Concertación. 

La consecuencia obvia de tal opción sería profundizar en el giro estratégico que se inició con las dos listas de concejales: esto es, poner término al entendimiento privilegiado entre el PPD y el PS, provocando una profunda división en las bases electorales de los parlamentarios de ambos partidos. Esta decisión no sólo crearía una gran incertidumbre sobre las posibilidades electorales de los candidatos del PPD y del PS, sino que también afectaría la identidad del PPD como partido de la vertiente socialdemócrata de la Concertación. Por su parte, el PS se vería ante el dilema de reafirmar el  Acuerdo de Concepción, que establece un eje PDC-PS en la Concertación, o insistir con una candidatura propia.

Tal división de las fuerzas progresistas laicas en la Concertación sería fatal no sólo para la proyección de una mirada socialdemócrata en el largo plazo, sino también para la existencia exitosa de la propia Concertación. La presencia de una izquierda sólida y moderna en la Concertación es vital para defender el carácter mayoritario de la coalición. La renuncia a su identidad por parte de las fuerzas socialdemócratas sólo puede tener como resultado el fortalecimiento de opciones alejadas del  entendimiento con la democracia cristiana, lo que retrotraería a la izquierda a un pasado sectario. El Partido Socialista, sin el PPD, se vería limitado a ser una fuerza minoritaria. El  PPD, sin su alianza natural con el PS, se volvería más impredecible. Sin acuerdos estables y sin raíces profundas en el movimiento popular, el PPD sería  susceptible de ser arrastrado a toda clase de aventuras oportunistas, como ha ocurrido con anteriores «partidos democráticos» de nuestra historia.

El dilatado concepto de progresista no es lo propio o característico del PPD o del PS, sino que es un patrimonio común del conjunto de  la Concertación. Las fuerzas progresistas de Chile se unieron en la coalición para recuperar la democracia y gobernar el país sobre la base de una agenda de modernización y justicia social, experiencia que ya se prolonga por 20 años. Sin embargo, tan cierto como lo anterior es que en la Concertación conviven mayoritariamente dos visiones fuertemente arraigadas en la cultura política chilena: el socialcristianismo y el socialismo democrático.

Ambas culturas políticas han sido poderosas a lo largo de todo el siglo XX en Chile y en el mundo y el despliegue de sus energías ha estado a la base de los avances democráticos y sociales de nuestro país: Desde los gobiernos radicales y el Frente Popular hasta la Concertación Por la Democracia, pasando por los gobiernos de Frei Montalva y Salvador Allende. Quizás -es algo que no se puede descartar- en un futuro, de la experiencia de la Concertación, surja en Chile un poderoso partido capaz de sintetizar la convergencia de ambas culturas políticas, a la manera de El Olivo en Italia. Pero por ahora estamos lejos de ello: el socialcristianismo chileno no está la crisis terminal que conoció en Italia, posee una fuerte identidad política y cultural y tiene una legítima aspiración a seguir desarrollándose como tal: de hecho, cuenta con Eduardo Frei como un muy competente candidato presidencial y con líderes jóvenes como Claudio Orrego que garantizan su futuro.

 Las fuerzas progresistas laicas, por su parte, bajo este peculiar status quo de la renovación socialista de los años 80 que derivó en un PS más atávico y un PPD más liberal, lograron, de la mano de Ricardo Lagos, constituirse en un actor político relevante que ha instalado temas en la sociedad y ha dado dos Presidentes de la república, validándose no sólo a sí mismos después de la experiencia de la Unidad Popular, sino a toda la Concertación. Hoy, José Miguel Insulza es quien encarna dicho mundo político, mundo que tristemente parece menos decidido a poner en juego su visión de Chile y más proclive a cómodos acuerdos.

La llamada discusión programática juega un papel vital en la configuración de una identidad progresista laica en la Concertación. Esta no puede hacerse en serio si no hay fuerzas sólidas y con arraigo social detrás de cada propuesta. No se trata de darle al gusto a un senador sobre un tema o a tres diputados sobre otro. La dispersión nunca ha sido la manera correcta de construir consensos o de ganar mayorías.  

Por eso, tienen razón los vicepresidentes del PPD cuando dicen que el tema del debate del PPD no es tanto el nombre del próximo abanderado de la Concertación, sino la política de entendimiento privilegiado de las fuerzas socialdemócratas y laicas, que ha estado en la base del propio desarrollo de la Concertación y que cuestionarla tiene repercusiones estratégicas gravísimas.

Ricardo Brodsky, Jefe División Coordinación Interministerial, Ministerio Secretaría General de la Presidencia

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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