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Dependemos de nosotros mismos

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Aún estamos por ver el real impacto que tendrá la peor crisis económica y financiera que nos azota en algo más de tres generaciones, con particularidades similares a los de una plaga en la Europa Medieval. Al igual que entonces, no existen diferencias de colores, género o religiones al momento de su


Por Mario Ignacio Artaza*

Aún estamos por ver el real impacto que tendrá la peor crisis económica y financiera que nos azota en algo más de tres generaciones, con particularidades similares a los de una plaga en la Europa Medieval. Al igual que entonces, no existen diferencias de colores, género o religiones al momento de sucumbir ante su incontrolable paso. Si acaso buscábamos igualdad, esta crisis ciertamente la va a generar. ¿Cómo?

Pues gobiernos de todos los continentes han procurado movilizarse en las últimas semanas para asumir sus responsabilidades a nivel nacional o multilateral. Son decenas las distintas medidas anunciadas desde Berlín a Santiago y miles los millones de dólares invertidos para paliar tan solo algunos de los efectos inmediatos de una crisis que, a todas luces, es producto de una ecuación de políticas y conductas que reflejan el accionar general de quienes han tenido sobre sus mesas los poderes de decisión y – más importante – de evaluación y fiscalización,  sean ellos funcionarios públicos u operadores del sector privado. Si acaso las culpas de la crisis son compartidas también lo es su solución integral.

Así, estamos en presencia de transformaciones aún mayores a las que vivimos como sociedad global luego de la sucesión de ataques terroristas sobre blancos civiles y militares en el 2001. En aquel momento el enemigo era Al Qaeda y un reducido grupúsculo de jerarcas que se encontraban viviendo en Afganistán, al amparo del gobierno talibán. Hoy no se trata de ponerle chapa de bueno o de malo a alguien del gobierno o a una empresa pues, a la postre, como se dice en buen chileno, «estamos todos metidos en la embarrá» a nivel global.

Por ello, todo indica que cada uno de nosotros estaremos sujetos a nuevos cambios si acaso no nos proponemos, seriamente, superar y aprender de la secuencia de errores que gatillaron esta crisis. Para no repetir las fallas que nos condujeron al presente escenario, será imprescindible poner en marcha un profundo proceso entre personas y grupos que están poco acostumbrados a modificar sus actuales conductas, aún cuando éstas atentan en contra de los principios éticos más básicos asociados a una sana convivencia y, por cierto, en la sustentación de un modelo de desarrollo que apunta en el presente siglo hacia la inclusión. En otras palabras, aquellos principios que conforman la llave de éxito para, como la mayoría entiende y siente, el proceso de globalización.

Ahora bien, el pronóstico a corto plazo no es muy alentador si acaso nos detenemos por un instante para ver cómo cada una de nuestras acciones están siendo previamente determinadas por instrumentos o actitudes que, por más pequeñas o insignificantes que sean, se han convertido en imprescindibles para convivir en entorno muchas veces agreste. En donde por ejemplo, el éxito es medido por los metros cuadrados de un hogar u oficina, la cilindrada de un vehículo o la distancia que debo cubrir para llegar al lugar escogido para las vacaciones.

Para ser justos en nuestro análisis debemos destacar que – efectivamente – Chile presenta condiciones hoy que son marcadamente mejores que las que teníamos cuando enfrentamos los efectos de la caída bursátil de Nueva York en 1929, o más recientemente, la debacle financiera que hundió temporalmente a los mercados en el Asia, a fines de los noventa. Todo sea por un precio histórico de nuestro aún principal commodity de exportación, una política fiscal responsable y consecuente con nuestra realidad, más la búsqueda incesante de nuevos mercados para posicionar nuestros productos y servicios.

Sin embargo, yendo a lo medular de la crisis nos encontramos que la solución real no recae exclusivamente en la disponibilidad a crédito, ni tampoco en los efectos que traerán consigo los trillones de dólares estadounidenses que están invirtiendo gobiernos para revigorizar sus alicaídas economías. Ésta crisis se ha nutrido por la falta de valores y de principios, alentados a la vez por la conveniencia o por la interacción de intereses vacíos y cortoplacistas.  Y son justamente aquellos los elementos que debemos recuperar, si acaso se nos han extraviado como sociedad, o fortalecer, si queremos proyectarnos hacia el futuro con mediano éxito.

Por lo anterior, requerimos de un enfoque humano distinto, partiendo por lo más básico, o sea en la identificación y promoción de valores y principios que son propios de pueblos que conviven y crecen sobre la base de la transparencia; la credibilidad y la persecución del bien común, siendo por cierto efectivamente sancionadas todas aquellas conductas que atenten en contra de aquellos pilares que, a la postre, nos evitan caer en dramas que afectan a familias enteras, como son las que estamos visualizando a diario en nuestros yacimientos cupríferos, micro, pequeñas y medianas empresas, o en proyectos inmobiliarios. Solo así podemos recuperar las confianzas y el espíritu de emprendimiento que es indispensable para darle nuevos aires y contundencia a los segmentos de la economía mas vulnerados por la crisis.

Eso si que para dar un primer paso con miras a sustentar el camino a recorrer post crisis, resulta útil hacer una introspección sobre cuál es y cuál debe ser nuestro papel individual en la puesta en marcha de soluciones a lo que está sucediendo a todo nuestro alrededor. Porque todos, de alguna forma u otra, están o serán afectados por esta crisis.

Desde Londres a Beijing hoy florece la opinión, la interacción sobre temas sociales y empresariales ligados a la crisis. Todo para darle un sentido adicional al espacio que aspiran esas sociedades en un mundo globalizado e interdependiente. No debiéramos estar ajenos a éstos debates ni en la ejecución de las soluciones que serán implementadas.

Es más, debiéramos apuntar hacia el posicionamiento de ciertos valores, principios y conductas esenciales que aspiramos a ubicar en una agenda global, para así contribuir a retomar una senda de crecimiento participativo, equitativo y sustentable.

He ahí un desafío de real magnitud para aquellos liderazgos que están siendo convocados para dirigir al país en momentos de desconcierto global, con efectos de largo aliento para nuestro país y, por cierto, su vecindario.

 

*Mario Ignacio Artaza es diplomático de carrera y Director de la Oficina Comercial de Chile en Beijing.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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