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Hijo, cuida tus instituciones

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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No es de mi interés la farandulización de los políticos y su quehacer; rechazo el transformismo mediático que los ha llevado a ser sujetos del interés morboso de los medios y de un público frecuentemente inadvertido, pues esa forma de criticar lo condenable no hará que nuestra política mejore…


Por Ricardo Manzi*

Me preguntaste Ricardo, cuál es mi necesidad de escribir sobre las vicisitudes de la actualidad política y el desenvolvimiento de sus cultores en Chile y esta es mi respuesta.

Como he señalado en anteriores ocasiones me preocupa la forma en que se encara el debate político y las prácticas políticas en la actualidad, al punto que se avanza en una espiral de antagonismo que recuerda otros momentos de nuestra historia que culminaron con la destrucción de un proceso democrático de más de un siglo de desarrollo republicano, que con sus esplendores y miserias constituyó el ejemplo más extenso y sólido de construcción de un Estado democrático en Latinoamérica.

Esa democracia se singularizaba por haber sido pensada desde la  altura que merecen las grandes obras; de hecho, las disposiciones de nuestras dos primeras constituciones -cambiando lo que se tiene que cambiar-, consagraron un sistema político que rigió un siglo y medio y las instituciones que de esa estructura se generaron y que aún perduran, fueron también miradas desde una cima, como el Barón Rampante de Calvino, subidos sobre un árbol que permitió a nuestros mayores visualizar el panorama e intervenirlo en favor de los buenos propósitos.

Esa mirada escenográfica propició, como se dijo, un diseño de instituciones efectivas tales como la Empresa de Ferrocarriles del Estado, organización que permitió dar unidad a un territorio accidentado y disperso, extenso y alocado, posibilitando que sus aventurados habitantes recibiesen la atención y el cuidado que una nación en construcción requería para su adecuada integración y desarrollo.

Esa empresa nacional vertebró una espina dorsal de fierros y balasto, por donde pasaban los productos de la tierra, los alimentos, la madera y los minerales; y, más importante, por donde circulaban los servicios, el correo, el registro civil, la policía, la prensa y la judicatura para aplicar una ley única para todos.

Más recientemente y obedeciendo a un sentido orgánico de Estado enfrentado a nuevos desafíos y a la complejidad creciente de las sociedades modernas, la creación de la Contraloría General de la República, consagró un modelo de fiscalización y control de la legalidad de los actos de la administración, propendiendo a la probidad en el proceder de las autoridades políticas y administrativas, que hizo de Chile un país en que la decencia era la regla y la impostura la excepción.

Ese concepto de Estado permitió que se postulasen posiciones al fijar sus políticas públicas en materias sociales como la salud, la educación, las obras públicas, el transporte y otras. Como ejemplo de lo anterior, podemos mencionar las campañas de vacunación masivas, que movilizaban a grandes muchedumbres y a otros sistemas y servicios a la procura de ese objetivo, que redundó que en no muchos años el país eliminó numerosas pestes de su territorio, limitando y restringiendo la mortalidad asociada a muchas de ellas.

Esta forma de entender la actividad política llevó a la población a apreciar la importancia de la actividad política y al respeto generalizado por las altas magistraturas del Estado. El político era una persona respetada y aún querida. El Presidente de la República era una figura indiscutida y gozaba de una verdadera presunción de veracidad y corrección.

Hoy todo eso, a nuestro pesar, ha comenzando a cambiar y las autoridades políticas son miradas como personas que aspiran al poder con finalidades estrictamente espurias, de búsqueda del reconocimiento y ensalzamiento personal, cuando no de la riqueza fácil. Hoy el político es más bien despreciado y crecientemente detestado, e incluso, últimamente es sujeto de risa y burla, es un personaje de comedias, es tema de vodevil.

En estos días hemos visto como el político es vigilado por una cámara indiscreta que observa sus pasos y el desarrollo de sus labores, tal como si fuera una figurita de farándula de «desvestire facile» cuyas travesuras y deslices se cuentan por cientos y se exhiben a millones, como un personaje de reality televisivo; su quehacer ya no interesa tanto a los analistas y cientistas políticos, como a los paparazzos. Esa supuesta «cámara objetiva» que puede serlo hasta que pasa por la mesa de edición, se ha encargado de ajusticiar en breve tiempo este oficio fundamental, arrojándole otro baldón a su ya degradada imagen. Ante esto, brota pues la indignación pública, que no acepta explicaciones cuando ha visto incorrecciones con sus propios ojos y cómo no, si la cámara muestra la realidad, ¡pero ojo! no toda la realidad, pues hay una parte de ella que queda en manos del editor. Parafraseando en mala a  Quevedo, puedo decirte que, «poderoso señor es don editor».

Y así nos vamos. La política es hoy una rama de la farandulogía, los políticos son sujetos que despiertan el interés de la sociedad en  cuando sus actos pueden ser objeto del morbo: seguidos, espiados, descubiertos y empalados en el noticiero de las 21. Para un productor de televisión puede ser tan lucrativo y exitoso el último amorío de la Chanchita Piggy como un plano secuencia en que un diputado circula a 150 km/hr, aparece ingresando a un cine triple equis a estudiar con linterna un informe de la comisión de justicia y reglamento en horas de trabajo o haciéndose el lindo mientras estudia las condiciones laborales de una señorita de un café con piernas.

Las noticias del globo tampoco nos ayudan, ya que aunque ocurrió en Italia, para gozo del mundo entero, el inefable Berlusconi y sus amigos políticos de Europa, se han dado el gusto de ventilar sus tripas prominentes y pieles rugosas junto a la de tersas jovencitas en la canícula mediterránea.

Me inscribo en aquellos que se dedican frecuentemente a criticar a los políticos, pero sobre la base de denunciar el desvío de sus actividades, el falseamiento democrático, la maquinación para perjudicar a los adversarios, la mentira y el incumplimiento, con la finalidad de que enmienden sus conductas y sean agentes efectivos del cambio y el bien común y no perversos intrigantes de folletín.

No es de mi interés la farandulización de los políticos y su quehacer; rechazo el transformismo mediático que los ha llevado a ser sujetos del interés morboso de los medios y de un público frecuentemente inadvertido, pues esa forma de criticar lo condenable no hará que nuestra política mejore sino empeore, arrastrando consigo necesarias y antes respetables instituciones que le dieron valor a nuestra patria.

Porque los políticos deben mejorar para hacer bien su cometido y no para ser un producto del merchandesing como el juguete que se vende con cajita feliz en la hamburguesería de la esquina, es que te digo: ¡hijo, cuida tus instituciones!

*Ricardo Manzi Jones es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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