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Chile, punto clave de la nueva política exterior norteamericana

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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El elogio a Chile llega en el período de inflexión cuando más lo necesitaba la alianza de gobierno para estabilizar la curva ascendente en su reencuentro con los objetivos de su ideal político. Se necesitaba una majestuosa confirmación de lo que se estaba haciendo y provino desde donde se están…


Por Juan Francisco Coloane

En su encuentro con la prensa del martes 23 después de mediodía, el Presidente Barack Obama  menciona  a Chile repetidamente en dos aspectos.

Primero, lo destaca como un modelo a seguir en cuanto a la manera de enfrentar la recesión económica.  En una traducción a la rápida: «Si se mira cómo Chile ha manejado la recesión, que la ha manejado muy bien, en parte porque  protegieron el superávit derivado del alto precio del cobre, lo que es una buena lección para EE.UU. Cuando teníamos el superávit, lo hicimos disipar».

Segundo, enfatiza el modelo de relación bilateral con Chile, señalando que no obstante las diferencias en algunos puntos en política exterior que se respetan, lo importante es que «EE.UU. no le dicta a Chile cómo debe velar por sus intereses».

Dice Obama: «Ese es el modelo a que aspiramos, asociarse».  Después agrega: «Esperamos que la Presidenta Bachelet  nos entregue sus consejos de manera que podamos expandir el tipo de relación que EE.UU. tiene con Chile a través de toda Latinoamérica».

Ante una pregunta de cómo funcionaría  EE.UU. frente a otros países con menos democracia, Barack Obama comenzó a responder así: «El punto es que Chile lidera a partir del ejemplo. Ver a Chile como un ejemplo».

Independiente de la evaluación propia, quizás hace muchas décadas que no se escuchaba a un presidente de EE.UU. señalar con tanta confianza -podríamos decir convicción- y a la vez con pulcritud de lenguaje, un elogio tan rotundo hacia un país, y menos a la región.

Habiendo seguido el tema internacional en varias regiones durante varias décadas, pocas veces recuerdo a un Presidente de una potencia como EE.UU., referirse sobre algún país como modelo en dos temas macro, como son la economía política y las relaciones internacionales.

Decir modelo siempre es riesgoso o exagerado. Comúnmente se ha hablado del «modelo suizo» o del «modelo nórdico» y la verdad es que hay perplejidad al palpar que en todas partes hay injusticia, exclusión,  y mal manejo.  No hay modelitos como para que el género humano se vanaglorie. Guía u orientación estarían más apropiados creo, pero claro, no le vamos a corregir a un Presidente que se destaca en sus discursos por profundidad y detalle.

Más allá de la necesaria dosis de entusiasmo diplomático que suele ocurrir durante visitas de Estado,  -como la que llevaba a cabo la Presidenta de Chile en Washington al momento de esta conferencia de prensa-,  al Presidente Barack Obama no se le caracteriza por la ostentación en el elogio y en el comentario en general.  Frecuentemente, dentro de la calidez  que proyecta, hay  contención y a menudo la prensa de su propio país le fustiga su parquedad y  frialdad.  Esta vez se le vio diferente.

No deseo transferir un  falso entusiasmo al ingrediente innato de chovinismo ramplón que se acostumbra a tener cuando algún forastero elogia algo bueno que sucede en el país propio, a lo cual nadie está exento, creo. Aquí el tema tal vez no sea solamente Chile y ni siquiera lo que uno pueda opinar sobre lo dicho por Obama respecto a Chile.

Aquí interesa poner atención por qué lo dice y cuándo lo dice. Es así que tal vez sea más importante el tema de cómo comienza a perfilarse en EE.UU.  una política exterior que ni se soñaba en el texto más optimista de política internacional.

Puede que sea prematuro aventurar juicios con menos de seis meses en el cargo, frente a hechos como dos guerras. Corea del Norte reclamando un derecho atómico que otros tienen, la revuelta en Irán y la revuelta permanente interna neoconservadora que lo presiona por todos lados.  Esto recién comienza.

Pero aún aplicando el más obsesivo realismo, es innegable el desarrollo en la administración que comanda Obama  de una tendencia marcada hacia la construcción de denominadores comunes para hacer funcionar una maquinaria de relaciones internacionales precaria y roída.

Chile es como el pretexto para los anuncios, y por cierto es importante, pero lo de Obama son los mensajes breves, concisos y plenos de contenido en cómo restablecer cierto orden mundial para poder hacer las cosas en paz.  Igualmente ha sido su mensaje equilibrado respecto a lo de Irán. No me pidan intervención los que protestan;  el régimen tiene que estar atento porque el mundo observa.

Existe un credo político que dejó de tener expectativas, entusiasmo, y hacer suposiciones sobre Chile en particular y un continente al cual le han caído los egoísmos  y narcisismos más fecundos, en cuanto a apoderarse de los espacios políticos para sacar cuentas alegres en algunos casos, y en otros para el revanchismo destructivo y escuchando a Barack Obama elogiar a Chile uno volvía a las preguntas de siempre: 

¿Tendrá que ser un forastero el que venga a decir lo que está sucediendo, en este caso la parte buena del asunto, dicha por el Presidente de EE.UU.?  ¿Es que no nos damos cuenta de lo que tenemos?  ¿O es que él ha sido informado sobre un sólo lado del asunto?  Las preguntas quedaban circulando.

 No recuerdo en las últimas tres décadas, que  un presidente de una potencia como EE.UU., haya dicho sobre un país, situado en un confín tan poco gravitante en el tráfico geoestratégico excepto por la Antártica y la Patagonia, que podía  constituirse en modelo por su  manejo económico y en el funcionamiento de la relación internacional bilateral con EE.UU.

Obama no quiso entregar una disculpa respecto a las dictaduras impulsadas y apoyadas en América Latina por las administraciones anteriores en EE.UU. Sólo admitió equivocaciones del pasado. Muchos pensarán que es poco, pero es un comienzo.  En Chile en amplios sectores todavía no se debaten públicamente estas equivocaciones.

El elogio a Chile llega en el período de inflexión cuando más lo necesitaba la alianza de gobierno para estabilizar la curva ascendente en su reencuentro con los objetivos de su ideal político. Se necesitaba una majestuosa confirmación de lo que se estaba haciendo y provino desde donde se están marcando las diferencias en materia de  reencauzar el sentido constructivo de la política.  ¿Comenzará a gobernar la verdadera Concertación ahora, después de 20 años?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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