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Ofrezco renovación por un par de votos

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Es al menos extraño, que luego de cuatro gobiernos, la Concertación por fin valore seriamente la renovación como un elemento clave en la profundización de la democracia. Esta urgencia suena más bien como un aprovechamiento oportuno con fines electorales, que nuevamente no contará con el piso…


Por Claudia Moura*

Hablar de renovación de la política suena «moderno», «novedoso» y hasta «cool». Vemos a los candidatos hablar de «cambio» y de «renovación» como una carta segura para encantar a los esquivos electores. Sin embargo, los ciudadanos miran con ojos de duda estas banderas que los candidatos llevan con tanta pasión. 

Sin desmerecer las intenciones de Frei al exigir urgencia al proyecto de ley que limita la reelección de los parlamentarios, hay algo de dudoso en esta iniciativa, ya que no es del todo consistente con el actuar de una Concertación que en 19 años de gobierno no ha sido capaz de abordar seriamente el tema de la renovación de la política. 

Entonces ¿cuán legítima puede ser esta causa si es abrazada por un candidato que no encarna en sí mismo los principios de la renovación? Inevitablemente esto levanta sospechas, pues más bien suena como un recurso populista para generar simpatía entre los electores, ya que históricamente las iniciativas en esta línea, impulsadas por los políticos «de siempre», terminan en una simple declaración de principios que los mismos parlamentarios usan para perpetuar el status quo

La renovación es un concepto profundo que apela a la forma y al fondo del actuar político. No tiene que ver sólo con la edad de los actores, ni tampoco con su experiencia o su trayectoria. Cuando hablamos de una renovación en serio, hablamos de una actitud hacia la política y el servicio público: hablamos de políticos que están realmente al servicio del país y no de un país al servicio de sus políticos. 

Esta forma de entender la política exige un servidor público al cual le importa, vigila y se asegura de que las cosas se hagan bien, sin importar los beneficios personales que sus intervenciones puedan o no traerle. Un político con vocación es aquel que se hace responsable de sus buenas gestiones y también de las no tan buenas; es un político que se preocupa sincera y honestamente por el bien común y el desarrollo de Chile. Muy por el contrario, y como la ciudadanía ha podido evidenciar, habitamos en un país que al parecer está al servicio de sus políticos: dinero de todos los chilenos desperdiciado, desaparecido, o con indeterminados destinos, parlamentarios que reciben un sueldo por un trabajo poco eficiente y poco eficaz, entre otros. 

La aprobación de una ley que limite la reelección de los parlamentarios es un importante paso adelante. Cambiar «a los de siempre» por unos «nuevos», trae consigo nuevos temas a la mesa y genera urgencia por aprovechar el período parlamentario; por otra parte, previene irregularidades, vicios y el estancamiento, que sólo dan pie a un trabajo ineficiente, al que lamentablemente nos hemos ido acostumbrando y que sólo consiguen acentuar el desprestigio de la política. 

Es al menos extraño, que luego de cuatro gobiernos, la Concertación por fin valore seriamente la renovación como un elemento clave en la profundización de la democracia. Esta urgencia suena más bien como un aprovechamiento oportuno con fines electorales, que nuevamente no contará con el piso legislativo para transformarse prontamente en una realidad. 

 

*Directora de Estudios, Independientes en Red

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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