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Qué celebramos el día del libro

Con leyes que hasta hoy victimizan a las personas comunes y corrientes, sólo distraemos la atención del problema real: la copia privada debe legalizarse, y la industria que se construye aprovechando comercialmente dichos contenidos y el gran público que accede a ellos por dispositivos y redes digitales, es la que debe establecer mecanismos de compensación para los artistas que los generan.


Vale la pena preguntárselo. Pues no es únicamente, digamos, el manojo apreciado del “Cementerio de los Libros Olvidados” de Carlos Ruiz-Zafón. Si lo entendimos bien, lo que debe perdurar es la obra, el mensaje oculto esperando renacer cada vez que nos dejamos llevar por la magia de entrar en la dimensión del escritor maldito, de viajar por las letras que nos cuentan su historia. Cuando celebramos el libro, celebramos esa experiencia: la verdadera relación que empezamos, asombrados y expectantes, al dar vuelta las páginas que nos descubren ese mundo nuevo, una y otra vez.

Y es que más temprano que tarde, cambiará para siempre el concepto del libro. Ya está sucediendo. La tecnología permitirá que, como nunca antes, todos podamos acceder a la más enorme biblioteca que la humanidad haya construido. Si Alejandría llegó a tener 700 mil volúmenes, sólo Google Books ha debutado con varios millones. No hay que ser pitonisa para anticipar que en unos cuantos años, nuestras salas de clases se llenarán de libros electrónicos. La penetración del celular -que apareció comercialmente por primera vez en Tokio, en 1979- quedará pálida si consideramos la velocidad de expansión de las redes sociales y las comunicaciones han tenido en los últimos años. Vamos a poder descargar cualquier título que queramos, imprimirlo o transferirlo entre nuestros dispositivos, libremente. Una verdadera maravilla.

[cita]Por ahora celebremos el día del libro, pero hagámoslo también incluyendo a los escritores malditos.[/cita]

Pero hay un elemento que no cuaja en la ecuación. Ah, claro, los escritores. Porque sería absurdo seguir respondiéndoles igual que contra la piratería callejera, o con las políticas fracasadas que se han intentado contra los consumidores de música digital desde fines del siglo pasado (con reminiscencias a veces, por qué no decirlo, de la frustrada lucha contra el narcotráfico). Ya no podremos decirles “cambien el modelo de negocio, toquen en vivo”, por más charlas y talleres con los que puedan pretender parar la olla. O sólo tendremos escritores part-time. O, aceptémoslo, malditos.

Con leyes que hasta hoy victimizan a las personas comunes y corrientes, sólo distraemos la atención del problema real: la copia privada debe legalizarse, y la industria que se construye aprovechando comercialmente dichos contenidos y el gran público que accede a ellos por dispositivos y redes digitales, es la que debe establecer mecanismos de compensación para los artistas que los generan. La alternativa es la persecución de los usuarios (“UNIVERSITARIO ES DETENIDO POR BAJAR CATORCE MIL PELÍCULAS”, puedo ver los titulares), y continuar con mala oferta, o con oferta “ilegal”, oferta “pirata”, sujeta a los vaivenes de las autorizaciones, remociones de contenido, bloqueos, hackeos o casos como el de iTunes, que ni siquiera se anima a prestar servicios de descarga dada nuestra idiosincrasia chilensis, que tanto nos cuesta aceptar (¿cuándo fue la última vez que pagamos por descargar un contenido desde Internet? ¿Algo? ¿Software, imágenes, música, películas, textos… cualquier cosa?).

Los actores de la industria cultural, incluyendo al Estado, las empresas y gestoras de todo tipo, no pueden seguir desentendidas del problema real que supone remunerar a los autores de manera justa (o al menos viable), incentivar la literatura entre niños y jóvenes y dar oportunidades a las nuevas generaciones de escritores en un mundo cada vez más digitalizado e intangible. Cuando la UNESCO estableció el Día Internacional del Libro, lo hizo promoviendo la propiedad intelectual, reconociendo el derecho del autor como primer incentivo de la creación y la innovación. ¿Cuándo podremos al fin tener acceso, entonces, a esta suerte de “biblioteca universal”? Quizás cuando tengamos la madurez social y la voluntad política para establecer leyes de propiedad intelectual modernas, que aseguren el fomento de la creación original y establezcan un balance real entre las empresas que lucran con el consumo de bienes culturales, los autores de dichas obras, y el público consumidor, que ya no quiere más trabas de acceso ni coerciones en Internet, ni mucho menos seguir siendo tratado como “pirata” por usar la tecnología para intercambiar o acceder a obras intelectuales.

Por ahora celebremos el día del libro, pero hagámoslo también incluyendo a los escritores malditos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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