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Autoridades y fe pública

Carlos Livacic
Por : Carlos Livacic Doctor en Sociología, Universidad San Sebastián.
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Que la sociedad no se extrañe de tantos grupos indiferentes, con pelos y ropas raras. No se quejen de tanta familia rota una y hasta dos veces y no pidan rectitud de actos, si no son capaces de representarlos.


Que la sociedad no se extrañe de tantos grupos indiferentes, con pelos y ropas raras. No se quejen de tanta familia rota una y hasta dos veces y no pidan rectitud de actos, si no son capaces de representarlos.

Es posible que por estos días, cada uno de nosotros, directa e indirectamente, sintamos que los políticos están cada vez más perdidos acerca de los que son los reales problemas de las personas y de qué manera estas ilustres eminencias, no se logran conectar de modo fino con cada uno de los ciudadanos que divagamos día a día, tratando de encontrar respuesta a nuestras interrogantes.

Pero hay sin duda, un hecho que nos saca de toda realidad al respecto, y que tiene que ver con la fe pública, uno de los bienes más preciados de toda sociedad, pero que de igual manera parece sacarse de contexto, dependiendo de la posición en la que me encuentre dentro de la esfera política.

Así las cosas, si soy parte del conglomerado de gobierno, diré como muchos hoy lo hacen, que no hay mayor problema al respecto, que es parte de una tarea en vías de solucionarse, y que la oposición está sobreactuando al respecto.

[cita]Que la sociedad no se extrañe de tantos grupos indiferentes, con pelos y ropas raras. No se quejen de tanta familia rota una y hasta dos veces y no pidan rectitud de actos, si no son capaces de representarlos.[/cita]

Si me encuentro en la vereda del frente, señalaré todo lo contrario, diré que eso es improcedente, que las conductas de fe pública requieren de cada uno de nosotros el mayor recelo ciudadano y, por lo tanto, no podemos quedar indiferentes frente a tanta barbarie.

Mirados en su contexto, y dependiendo del punto de vista que tengamos al respecto, me permito señalar, que en esta sociedad chilena, bastante más informada y, en ocasiones, “hiperventilada al respecto”, pocos son los afortunados en esta materias de pasar la prueba de la blancura.

Cada vez que hemos tenido oportunidad de revisar algún material noticioso acerca de la vida de algunos próceres, de todas partes del conglomerado político, resulta difícil reconocerlos por sus logros. Lamentablemente, ellos han contribuido a este menoscabo, y así, alejan a las personas y a la ciudadanía en general de los reales problemas que nos aquejan.

Pero, y retomando la idea del primer párrafo, el problema de todas estas peleas estaría, a mi parecer, en la pérdida real de lo que significa la confianza social, la fe pública por parte de los diferentes sectores.

La sensación de lejanía y de menoscabo afecta la credibilidad de la democracia y de todas sus instituciones. Por ello, cada uno, con mayor o menor responsabilidad, agrieta la sensación de bien común por la de aprovechamiento o utilidad individual, lo cual deja dando vueltas en el inconsciente colectivo la percepción de abandono e incredulidad por los otros y todo lo que ellos puedan representar.

Los primeros efectos, que son negativos, son aquellos que parten por la destrucción de las instituciones y del rol que deben tener como agentes de socialización, ya sea en una etapa primaria o secundaria. La transferencia de normas y pautas de conducta que emanen de los diferentes agentes de los distintos grupos sociales, sean éstos de referencia o de pertenencia, son la base del descrédito y la inseguridad que se materializa en cada una de las capas de desarrollo de nuestra sociedad.

¡Insisto!, lo que puede resultar conveniente, desde la lógica comercial o política, no siempre tiene el mismo efecto para el resto de los agentes sociales a quienes nos toca compartir una misma referencia cultural.

La degradación de un sistema lleva a que la justicia social sea entendida por cada uno, día a día, como la interpretación que ellos hacen de la misma, y no las normas y leyes que nos determina el código definido como sociedad.

Las voces de alarma, entonces, no deben estar dirigidas hacía los jóvenes, que suelen ser, en la mayoría de las ocasiones, el referente que usamos para evidenciar algún mal endémico de nosotros mismos como cultura, sino que muy por el contrario, a los grupos de referencia y también de pertenencia, que a partir de su inconsistencia conductual, frente a los detalles más simples de nuestra vida diaria, claramente no siempre son el ejemplo a imitar.

En este contexto, que la sociedad no se extrañe de tantos grupos indiferentes, con pelos y ropas raras. No se quejen de tanta familia rota una y hasta dos veces y no pidan rectitud de actos, si no son capaces de representarlos.

Por esto, sería bueno pensar en lo que se hace desde la tribuna política y social, sobretodo, en lo referido a la vida que se debe llevar a cabo. La pérdida de la fe pública, es tarea de todos y recuperarla no es fácil.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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