Publicidad

Editorial: Los cinco quintos de la política chilena

Si a los enormes recursos del Poder Ejecutivo y la baja densidad del orden político parlamentario se agregara la administración de un líder carismático y con inclinaciones al uso de la fuerza en sus decisiones, es posible que se empezaran a correr los cercos del control político y tuviéramos un nuevo período de inestabilidad.


A dos meses de instalado el gobierno, el desorden del oficialismo y el extremo fraccionamiento del escenario de los partidos políticos captura la agenda noticiosa. Pese a su victoria presidencial, la derecha no se ha constituido como un bloque en el poder con un concepto claro de lo que quiere. Tampoco la Concertación logra asimilar su derrota, pese a que el viejo orden que construyó está muerto.

La idea de los ideólogos de la Constitución de 1980, entre ellos Jaime Guzmán, de tener dos grandes bloques políticos estables, hace rato tambalea. El fantasma no son los tres tercios políticos tradicionales, sino una realidad de cinco quintos políticos, en cuyos bordes campean pequeñas fuerzas parlamentarias que dan flexibilidad para formar mayorías para funcionar, pero son muy inestables.

En lo gubernamental la disputa entre el Presidente de la República y la UDI  bloquea al oficialismo. Son los impuestos para la reconstrucción y temas doctrinarios acerca del mercado, pero también la estrategia  de cargos gubernamentales para el gremialismo que, en su opinión, no ha sido satisfecha adecuadamente. La declaración de Pablo Longueira de que la relación UDI-gobierno puede llegar a ser un “paréntesis de cuatro años” es más que reveladora sobre la molestia que ronda en ese partido.

La fronda UDI aumenta con motivo de su elección interna, y arrastra réplicas tanto del gobierno como de Renovación Nacional. En este partido también hay problemas de sucesión y roces con La Moneda, pero al parecer finalmente prevalecería la continuidad de la actual Presidencia.

[cita]A dos meses de instalado el gobierno, el desorden del oficialismo y el extremo fraccionamiento del escenario de los partidos políticos captura la agenda noticiosa.[/cita]

Lo que queda demostrado es que UDI y RN son una alianza electoral de alrededor de veinte por ciento cada una, pero sin un proyecto de gobierno compartido ni menos una imagen de país que los interprete a ambos. Ello se ha ido transparentado cada vez más con la autonomía funcional adoptada por el Presidente Piñera frente a los partidos.

Un esfuerzo clave para ordenar la agenda antes del 21 de mayo debería producirse esta semana entre La Moneda y las bancadas parlamentarias de RN y la UDI.  Pero la baja convicción doctrinaria  que rodea las gestiones gubernamentales, a menos que las haga el propio Presidente, se prevén poco fructíferas.

Al otro lado, la Concertación aún no toca fondo después de su derrota. Es factible que ello solo ocurra cuando terminen de reacomodarse sus poderes internos luego de las elecciones en curso, sobre todo en el PPD y el PS.

Aquí el desorden político arrastra clivajes más transversales. Se enfrentan el laguismo, el nuevo progresismo, y la izquierda clásica, convocando por igual -unos más, otros menos-, a todos los partidos. Pero el diagnóstico de la situación, contaminado con problemas que mezclan la política con temas privados, no llega al fondo. Es evidente un tono superficial en la búsqueda de responsabilidades frente a la derrota presidencial.

El laguismo, que representa el imaginario más tradicional de la Concertación con algunas caras jóvenes como Carolina Tohá y Marcelo Díaz, busca defender la obra y convoca a parte del PS (Renovación Socialista, Grandes Alamedas) y del PPD (los partidarios de Carolina Tohá) y a amplios sectores DC. Tiene espíritu de coalición programática pero carece de propuestas reales.

El nuevo progresismo convoca a parte importante del PPD (el girardismo y la gente que apoya a Auth) y los seguidores del MEO donde hay ex socialistas como Carlos Ominami y gente de múltiples proveniencias. También tienen vínculos en el mundo DC a través de los Océanos Azules y viejos vínculos burocráticos regionales. Es una mezcla de cosas viejas y nuevas, identificadas con una posición crítica a lo hecho en años pasados.

El tercer grupo es la izquierda dura y tradicional del PS con Camilo Escalona y Osvaldo Andrade, que posiblemente fortalecerá sus lazos con el PC, luego de la experiencia de la campaña electoral pasada. Este grupo tiene un ADN concertacionista fuerte sobre todo por los vínculos creados en el gobierno de Michelle Bachelet. De hecho la relación política más fuerte de la ex mandataria es con este sector. A este volverán los sectores que apoyaron a Jorge Arrate.

Puntos más punto menos, estas corrientes proyectan fuerza electoral cercana al veinte por ciento cada una, y tienen una eventual capacidad de diálogo entre ellas. Sin embargo carecen de algo que los cohesione, sea esto práctico o doctrinario.

En este escenario la tendencia al cesarismo presidencial, ya evidenciada en los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, gana espacio. Si a los enormes recursos del Poder Ejecutivo y la baja densidad del orden político parlamentario se agregara la administración de un líder carismático y con inclinaciones al uso de la fuerza en sus decisiones, es posible que se empezaran a correr los cercos del control político y tuviéramos un nuevo período de inestabilidad.

Publicidad

Tendencias