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Las TIC y el Nuevo Mundo

Roberto Meza
Por : Roberto Meza Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona.
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Insistir, pues, en más inversión en capital humano que en mejores fierros, a través de la educación –con o sin internet, aunque obviamente mejor con Internet- sigue siendo clave para integrarnos al siglo XXI


Los avances en las Nuevas Tecnologías de Información y las Comunicaciones, (NTIC) condición sine qua non para ingresar, aunque sea en parte, a la nueva Sociedad de la Información, está llevando a nuestras naciones a una fase de la revolución cognitiva en la que “la distinta posición de los individuos respecto de la información define sus posibilidades productivas, sociales y culturales, incluso hasta el grado de determinar la exclusión social de quienes no son capaces de entender y procesar la información”, como señala A. Pérez Gómez en “La Construcción del Sujeto en la Era Global”.

Esta inclusión-exclusión, fundada en avances de las matemáticas binarias -codificadas por Leibniz en el siglo XVII- y la posterior tecnología asociada a ellas, tras el dominio de la electricidad y aplicaciones a la robótica y cibernética, posibilitó la fabricación de ordenadores y posteriormente, artefactos como la TVDT y satelital, celulares, Iphone, Ipods, MP3, MP4 y otros nómades. La instalación mundial de las “carreteras de la información” (cables coaxiales y ópticos, parábolas y satélites) y la codificación de softwares operativos, incrementaron colosalmente la capacidad y velocidad de contactar y retroalimentarse de datos entre los nodos de las mismas, dando origen a la red de redes: la Internet.

La fuerza con que las NTIC se expandieron a contar de los 70, como coadyuvantes de procesos económicos, sociales, políticos y culturales que hasta ese entonces eran gestionados analógicamente, así como los efectos en la productividad de factores en los países que las integraron, hicieron surgir el concepto de “brecha digital” y, por contraposición, el de “inclusión”. Mediante éste, las naciones productoras llamaron la atención sobre el impacto que, en materia de igualdad de oportunidades tendría un avance de estas tecnologías en las naciones creadoras de aquellas respecto de las sociedades menos desarrolladas.

El concepto de “inclusión digital” nos otorga las primeras pistas respecto del sentido de la propuesta: si es necesario “incluir” algo, es que, o ese algo ya está excluido o potencialmente se aprecia el peligro de que lo esté. Esta nueva desigualdad “binaria”, sumada a las de la era industrial, hizo presumir el aumento de las diferencias económicas, sociales, políticas y culturales entre naciones ricas y pobres.

Dicho diagnóstico impulsó múltiples iniciativas nacionales e internacionales. En 1978, cuando en los países ricos se produjo el primer impulso informático, la UNESCO creó un organismo intergubernamental de informática (IBI), cuyo objetivo fue generar condiciones para que los países pobres lograran su crecimiento en ésta área y redujeran su brecha (“La Brecha Digital”, M. Camacho). Es, pues, desde la informática –producto estrella de la industria tecnológica- donde comienza a surgir el discurso sobre la “brecha digital”.

La UNESCO se refiere esta inclusión/exclusión como “adopción” de la informática, es decir, como “recibir o admitir alguna opinión, parecer o doctrina, aprobándola o siguiéndola”. No se trata de colaboración científica y tecnológica con naciones emergentes para que éstas busquen sus propios caminos de desarrollo “digital”. Es una “adopción”, siguiendo el modelo de venta de maquinarias de la era industrial para “acelerar el desarrollo”, aunque sin poner en peligro el know how y propiedad intelectual de esas tecnologías.

El discurso de adopción se expande y consolida con el advenimiento de la Internet. En 2000, en Okinawa, el Grupo de los 7 (G7) apunta hacia la conformación de una “Sociedad de la Información” y propone nuevos mecanismos con el objetivo de integrar esfuerzos internacionales y encontrar maneras efectivas de reducir la “brecha digital”. Para ello se comprometen “con el principio de inclusión: todo el mundo, donde sea que se encuentre, debe tener la posibilidad de participar (en la Internet) (Okinawa Charter on Global Information Society, julio 22, 2000).

La inclusión así definida apunta a la instalación mundial de redes de cables y/o satelitales, así como de ordenadores, celulares, Ipods y demás adminículos que forman parte de la malla universal. Inevitablemente, tal infraestructura debe ser “adoptada”, porque los conocimientos científicos y técnicos que posibilitan su fabricación son propiedad de empresas que las desarrollaron y, por consiguiente, exigen una renta para recuperar el esfuerzo realizado.

[cita] Insistir, pues, en más inversión en capital humano que en mejores fierros, a través de la educación –con o sin internet, aunque obviamente mejor con Internet- sigue siendo clave para integrarnos al siglo XXI. [/cita]

Desde el 2000 la brecha digital se entiende así como la posibilidad de estar o no conectados a Internet y, por consiguiente, en los años siguientes, las naciones y elites pusieron atención en la cuestión infraestructural, realizando enormes inversiones para incluir a sus poblaciones en la “Sociedad de la Información”, mediante planes gubernamentales, privados o mixtos de extensión y compras masivas de cables, parábolas y nodos.

La estrategia, desde luego, favoreció la producción de los aparatos necesarios para operar en la red que, por lo demás, realizaban las propias naciones industrializadas y “digitalizadas”.

En paralelo se había iniciado una explosión sin precedentes de contenidos accesibles por la web, los que impulsaron con más fuerza la urgencia de instalación de la infraestructura requerida, dados los beneficios de velocidad, eficiencia y productividad que las NTIC ofrecen a los conectados. Sin embargo, una vez instalada la red, el verdadero valor de las NTIC fue transmutando desde la producción de aparatos y conexiones, hacia los contenidos que innoven, que mejoren su usabilidad y cree comunidades científicas y de consumidores a nivel mundial.

Pero el sueño de “inclusión total” de Okinawa 2000  está aún lejos de completarse. Más de 4 mil millones de seres humanos viven “unplug” en el mundo. Por eso en 2003, la Cumbre de la Sociedad de la Información, en Ginebra, insistió en reducir la “brecha digital”, aunque esta vez las naciones más comprometidas con la revolución tecnológica propusieron la “solidaridad digital de los países ricos con los países en desarrollo”.

Se estimulaba así a los gobiernos del mundo a adoptar planes y políticas que, juntos al sector privado, la sociedad civil y las organizaciones internacionales, abrieran las puertas a las nuevas tecnologías, ya no bajo el mero impulso del mercado, sino como una decisión política para la integración de las naciones pobres a las NTIC.

En la Cumbre del 2003 se consolida además la idea de que las NTIC incluyen otras tecnologías de información y comunicación como la telefonía móvil, incitando la creación de mercados para estos nuevos nodos nómades de la red mundial. Y el 2004, consolidando el impulso, el encuentro “Building Digital Bridges” retoma el concepto de “brecha digital” a partir de diferencias de fluidez de conectividad.

El concepto de “brecha digital” se ha seguido así adaptando a los requerimientos de los promotores de la Revolución Digital por lo que tras la instalación de carreteras de información, sus nodos y la mejor conectividad, han surgido los requerimientos por competencias para utilizar las NTIC. Se apunta ahora a la capacitación y educación digital.

Más recientemente, las apreciaciones rodean su papel paradigmático, pues las tecnologías no son neutras y su integración define el curso de los acontecimientos y alternativas de construcción de futuro. El liderazgo de los poderes y naciones “digitalizadas” va imponiendo su visión del mundo, con esa inevitabilidad que generan los avances en las fuerzas productivas, tal como el telar mecánico arrasó con los telares a mano.

Y así como la Revolución Industrial modificó las relaciones sociales instaladas en la teocéntrica y feudal Edad Media, transformando el horizonte cultural, geográfico y de consumo, la emergente Sociedad de la Información comienza a destruir/construir nuevas relaciones y formas culturales, digitalizando millones de procesos, desde la academia a la producción y el entretenimiento. Como siempre, empero, la clave para surfear sobre la ola no está en la adopción de la última tabla, sino en quiénes y cómo las usaremos. Y en esto, Chile aún no saca buena nota. Insistir, pues, en más inversión en capital humano que en mejores fierros, a través de la educación –con o sin internet, aunque obviamente mejor con Internet- sigue siendo clave para integrarnos al siglo XXI.

No sea cosa que la multimillonaria inversión en infraestructura se transforme en esa pelota de fútbol y equipo nuevo que el padre entusiasmado regala a su hijo zapallón, pensando que será un crack, pero que, realizado el gasto, constata que sólo sirvió al dueño del negocio de deportes para ganar más dinero.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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