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Educación: certezas e incertidumbres

Roberto Meza
Por : Roberto Meza Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona.
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La pregunta es si efectivamente los chilenos, presos en la jaula del lenguaje ideologizado, estamos o no haciéndonos las preguntas correctas para resolver nuestro problema educacional y si la polémica planteada tras la propuesta de reforma educacional del ministro Lavín está bien encaminada.


Hay tres certezas que un maestro, profesor o comunicador tiene cuando se para ante una sala de clases o salón de exposiciones: la primera, que del conjunto de asistentes habrá un porcentaje que interpretará su discurso con cierta alineación conceptual, pues comparten definiciones básicas y su relato es “aprehensible” e “incorporable” por los auditores, gracias a la “masa crítica” de coincidencias significativas que poseen; que habrá otro que decodificará el mensaje con menor alineación, porque o no comparten las definiciones básicas del relato, o porque no las tienen; por consiguiente, “aprehenderán” (o aprenderán) sólo aspectos del discurso y los incorporarán con desalineaciones interpretativas propias de su personal bagaje cultural; y, finalmente, otros que no podrán decodificar el discurso, porque no tienen campo común de experiencia alguno con las definiciones del relator y, en consecuencia, se quedarán con un mensaje muy desalineado o simplemente sin ninguno, cuando, a pesar de sus intentos, no logre engarzar los contenidos con su memoria de largo plazo.

El sociólogo y lingüista inglés, Basil Bernstein, recientemente citado por Carlos Peña, propone explicar estas diferencias en los auditorios educacionales desde conceptos que denomina “códigos restringidos” y “códigos elaborados”, los que estarían vinculados a la clase social del sujeto. El código restringido respondería a un tipo de lenguaje destinado al ámbito de la producción material y sería empleado por la clase trabajadora. El código elaborado estaría enmarcado en el ámbito de la reproducción ideológica y control simbólico y sería el empleado por la clase dirigente. Así, en los colegios, los poseedores del código elaborado superarían a los provenientes de la clase trabajadora, que fracasarían en sus estudios más abstractos en un proceso de selección no natural, sino arbitrario y definido por la estructura de poder social.

Si hemos de dar por cierta la hipótesis, la pregunta que sigue es si, efectivamente los chilenos, presos en la jaula del lenguaje ideologizado, estamos o no haciéndonos las preguntas correctas para resolver nuestro problema educacional y si la polémica planteada tras la propuesta de reforma educacional del ministro Lavín está bien encaminada. Hasta ahora las opiniones han oscilado entre propuestas que apuntan a la cantidad y aquellas que destacan la calidad: más horas de lenguaje y matemática o mejores horas de ambos; reducción de horas de historia o educación cívica, porque no hay recursos para todo, o mejores profesores. Muy poco de método, contenidos y currículos.

[cita]La pregunta es si efectivamente los chilenos, presos en la jaula del lenguaje ideologizado, estamos o no haciéndonos las preguntas correctas para resolver nuestro problema educacional y si la polémica planteada tras la propuesta de reforma educacional del ministro Lavín está bien encaminada.[/cita]

Los hombres “vivimos en el lenguaje”, decía Heidegger. Tendemos a embrollar nuestro “yo” (más animal que cultural) con el “ego” (más cultural que animal): nos definimos mediante del lenguaje: “soy bueno, soy malo”; “soy mejor, soy peor para las matemáticas”; “soy grande, soy chico”. Es decir, confundimos el “mapa” (el lenguaje, que es símbolo de la cosa), con el “territorio” (la cosa en sí). Y si el lenguaje está definido desde jerarquías de poder, entonces estos “códigos son el resultado de posiciones desiguales en la estructura social, sirven para posicionar a los sujetos de forma desigual en dicha estructura, al mismo tiempo que suponen una relación específica con el lenguaje”, como dice la socióloga Julia Varela en  su trabajo de 2009, “Sociología de la educación: algunos modelos críticos”. Es decir, las reglas del dispositivo lingüístico no estarían libres de la ideología dominante -como mapa que nos guía en el territorio de la realidad-, tendiendo a reflejar el potencial de significados a los que les otorgan mayor importancia los grupos dirigentes, como señala Bernstein en su obra en “El dispositivo pedagógico” (1996).

Si esto es así, entonces la discusión correcta no sería sobre cantidad, y ni siquiera calidad, sino más bien, qué deberíamos entender por Educación a estas alturas del siglo XXI. En efecto, es evidente que la educación en China Popular o Cuba, dada su estructura de dominación, es diferente a la de Finlandia o Inglaterra. También lo era la ENU de los 70 en Chile y el modelo educacional actual. Los “códigos restringidos” y “elaborados” apuntan a materiales conceptuales distintos. No es “elite” quien no entiende materialismo dialéctico en China, tampoco es elite en Chile quien no sabe de mercado.

No obstante, la pregunta que surge de la hipótesis de Bernstein es por qué a pesar de todo surgen estudiantes que, proviniendo de hogares de la clase trabajadora, superan el “código restringido” y alcanzan niveles sociales correspondientes a los usuarios del “código elaborado”. ¿Habrá razones genéticas o causales culturales que no vemos, encerrados, como estamos, por la jaula del lenguaje ideológico y metodologías deterministas? Las respuestas fáciles y generalizadoras en Educación suelen ser malas consejeras. Un viejo profesor afirmaba que “cada individuo es una particularidad de infinita complejidad” y por consiguiente su estrategia de enseñanza era, decía, “artesanal”, no “industrial”, casi “uno a uno”.

Aplicar este método a millones de educandos pareciera imposible. Pero afortunadamente, el avance de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) que están conformando la nueva Sociedad del Conocimiento, posibilita el retorno a un tipo de enseñanza-aprendizaje cada vez más personalizado, artesano, como el que permitió en el pasado que hijos del “código restringido” llegaran a destacarse en el escenario de las habilidades artísticas, científicas o sociales, destinada a los “elaborados”. Ejemplos sobran.

Tal vez la pregunta correcta es por los contenidos y concepción educativa; es decir, respondernos si lo que estamos haciendo con la Educación es pertinente al siglo XXI, con salas de clases de 40 o 45 oyentes pasivos, que no logran dar sentido a lo enseñado; profesores que no incentivan las más de diez “inteligencias” posibles de los educandos (Gardner); alumnos que interpretan al maestro con sus “códigos restringidos” o “elaborados”, pero que terminan –ambos- realizando sus tareas mediante “copy-paste”, para responder a las exigencias “industriales” de nuestra Educación.

A contar de los 90 del siglo pasado, la “memoria” ya se “externalizó” en la Internet. Por eso es que el “copy-paste” es inevitable. La educación exige hoy más particularidad, innovación y creación, es decir, “interpretar” más que “memorizar”; “razonar” más que “repetir”; “pensar-actuar-experimentar” más que “especular”. Estas competencias requieren de una convergencia virtuosa de profesores (guías) y alumnos hacia un conocimiento que hay que buscar (múltiples interpretaciones de datos e información disponible); habilidades de comunicación (lenguaje, lógica, retórica y matemáticas); cantidad y calidad de contenidos (ciencias, historia, filosofía, ética y estética) y más incentivos al aprendizaje (herramientas audiovisuales y textuales disponibles en la red, para cada cual según su necesidad y de cada cual según su talento).

El “mercado” ya ha integrado técnicas como el Customer Relationship Managment (CRM), que permite a las empresas “comunicarse y hacerse entender” (convencer) a sus clientes, “uno a uno”. Dado que “cada individuo es una particularidad de infinita complejidad” y que la educación uno a uno parece quebrar las barreras de la comunicación entre códigos restringidos y elaborados ¿No será el momento de aplicar en profundidad estas tecnologías en nuestras aulas? Obvio, se requieren profesores con nuevas competencias, aunque tampoco asegurarán resultados, porque habrá siempre quienes no aprehendan los conceptos oficiales hasta que terminemos con las restricciones de la extrema pobreza y, por cierto también, quienes comprendiendo, no comparten nuestras definiciones. Pero estos son la “sal de la tierra”, porque es en el juego del acierto-error donde realmente aprendemos todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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