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Semiparlamentarismo, democracia directa y federalismo atenuado

Marco Enríquez-Ominami
Por : Marco Enríquez-Ominami Presidente Fundación Progresa
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El centralismo portaliano y la concentración de todo el poder político y económico en Santiago ya comenzó a hacer agua con la pésima política implementado por el gobierno dirigido por Sebastián Piñera y su corte empresarial.


La rebelión ciudadana en la Región de Magallanes vuelve a plantear la vigencia de estos principios que formaron parte esencial del programa que nuestra candidatura a la Presidencia de la República ofreciera a la ciudadanía, en el año 2009. El centralismo portaliano, basado en la monarquía presidencial, heredera de los gobernadores españoles del siglo XVIII, y la concentración de todo el poder político y económico en la ciudad de Santiago, ya comenzó a  hacer agua con la pésima política implementado por el gobierno dirigido por Sebastián Piñera y su corte empresarial.

Ha podido probarse que intendentes, gobernadores, alcaldes y concejales, o no son tomados en cuenta, o se convierten, simplemente, en alter egos del gobierno central. Las comunidades locales y regionales son tratadas como consumidores o, mucho peor, como sujetos de asistencia social, algo que poco los distingue de un mendigo. Podría decir, sin temor a exagerar, que en Chile sólo existe el “rey” que vive en Santiago en desmedro de una sociedad civil tratada como  borregos, cuyo único rol es el de ser electores de candidatos “designados” desde el poder central y de los aparatos partidarios capitalinos.

[cita]El centralismo portaliano y la concentración de todo el poder político y económico en Santiago ya comenzó a hacer agua con la pésima política implementado por el gobierno dirigido por Sebastián Piñera y su corte empresarial.[/cita]

Lo que ocurrió con la abusiva y arbitraria alza del gas en la Región de Magallanes, decidida por los directores de ENAP, entre quienes se encuentran dos ministros de Estado, y avalado por el “rey” y su corte de ministros del retail, fue únicamente producto de una mentalidad tecnocrática y de sirvientes, dogmáticos, del mercado. Nunca el neoliberalismo ha sido más ciego en su afán de aplastar a la heroica comunidad magallánica. Este Waterloo de Sebastián Piñera debe ser aprovechado por los chilenos para iniciar una lucha por terminar con el centralismo y construir un Chile federal, tal cual fuera soñado por el padre de la patria, don José Miguel Infante.

El sistema política monárquico presidencial es, verdaderamente, la expresión de una especie de dictadura legal, donde la figura regia puede disponer, a su arbitrio, del parlamento, de las regiones, de las comunas y de la ciudadanía. El único contrapeso que el Presidente de la República puede tener, al carecer de mayoría parlamentaria – como el actual – es la acusación constitucional que, de ser llevada a cabo por una oposición que aplique el “desalojo”, destruiría el sistema político.

La única salida a la crisis del sistema político sería adoptar un régimen semipresidencial por el cual el primer ministro debería responder ante la  mayoría de la Asamblea Nacional y, a su vez, el Presidente de la República tendría la facultad de disolverla y llamar a nuevas elecciones; con esta urgente reforma pondríamos fin al sistema monárquico de doble minoría.

Afortunadamente, la sociedad civil chilena está empezando a despertar: ya no está dispuesta a ser tratada como consumidora, como electores que sólo deben aprobar o rechazar los candidatos nominados por mafias partidarias; están aburridos de esta democracia de utilería, donde representan el coro, sino que ya exigen formas de democracia directa participativa, tales como los plebiscitos o referéndum revocatorios, la iniciativa popular de ley, la primarias para la elección de candidatos, la elección popular de intendentes y consejeros regionales.

Se persigue también un sistema electoral en que los ciudadanos puedan sufragar a partir de los 16 años, con inscripción automática, voto voluntario y sufragio de los chilenos en el extranjero, además de un Congreso unicameral, donde estén representadas todas las regiones del país, privilegiando con discriminación positiva a las mujeres, a los pueblos originarios y a los jóvenes.

En conclusión, abogamos por un Chile democrático y federal hoy, que ponga fin al centralismo, heredado del autoritarismo de los decenios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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