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Proceso por la muerte de Allende


En medio del festín de antijuridicidad que se vive en Chile en la materia descrita como «atropellos a los derechos humanos», la «justicia» ha acordado abrir 726 nuevos procesos por hechos que están prescritos o amnistiados. Si la judicatura chilena tuviera algún respeto por el derecho, no haría tal cosa, aconsejada por un mero sentido de economía procesal o sentido común (a elección), pues cuando existen obvias causales de extinción de responsabilidad penal, como la amnistía y la prescripción, el código de procedimiento ordena al juez sobreseer y cerrar el caso. Pero, sabemos, en Chile no hay «estado de derecho» tratándose del período 1973-1990 y, por tanto, no rigen las leyes sino que imperan los impulsos de los jueces de izquierda que, por atrabiliarios que sean, son tolerados por el resto de la sociedad por las razones que indiqué en mi blog de ayer.

Pues bien, se ha anunciado que entre esos 726 casos «nuevos» se abrirá proceso por la muerte de Salvador Allende, que hoy todo el mundo, incluida su familia, sabe que fue provocada por él mismo con un arma que le había regalado su correligionario Fidel Castro para que la empleara en los fines que estimara conveniente.

Durante treinta años la izquierda mundial había asegurado que los militares habían asesinado a Allende. La versión más febril la dio García Márquez, ejercitando con maestría el «realismo mágico» y describiendo en términos conmovedores el desigual intercambio de disparos entre Allende y una multitudinaria tropa que lo acribillaba.

Pues bien, por una de esas travesuras del destino, la vida dispuso que uno de los médicos personales de Salvador Allende, de servicio en La Moneda el 11 de septiembre de 1973, el doctor Patricio Guijón Klein, pasara a ser pocos años después «el doctor de la casa» para mi familia. De modo que, cuando sufrí un atentado extremista que me provocó un tifus, atentado del cual mi natural modestia me ha vedado hasta ahora entregar detalles, llamé al doctor Guijón, a quien, después de diagnosticada mi enfermedad, no pude dejar de preguntarle por los hechos de La Moneda el 11 de septiembre de pocos años antes (mi tifus debe haberme sido inferido en 1977).

Y entonces el doctor me refirió que, cuando quienes estaban en La Moneda recibieron del Presidente Allende la orden de rendirse y salir por la puerta de Morandé 80, a él se le pasó por la mente llevarse algún recuerdo de lo que estimaba un acontecimiento histórico, y al mirar hacia atrás por el pasillo del palacio donde se encontraba, vio en el suelo una máscara antigás y decidió retroceder a recogerla. Cuando se agachó a hacerlo miró hacia el lado por la puerta abierta de un salón y «vio y oyó» al mismo tiempo, fueron sus palabras, el disparo con que Salvador Allende puso fin a su vida y que le destrozó el cráneo.

Atónito, el doctor fue hasta el sillón donde yacía Allende y, apartando la metralleta que había quedado entre sus piernas, maquinalmente le tomó el pulso. Todavía anonadado, se sentó en un sofá al frente del occiso, junto a la metralleta, sin saber qué más hacer, hasta que irrumpieron los militares, a quienes refirió lo que había presenciado.

Esa misma noche apareció el doctor Guijón en la televisión dando su testimonio, pero virtualmente nadie se lo creyó, pues la versión mundial predominante era que Allende había sido asesinado y entiendo que todavía en Wikipedia se afirma eso.

Cuando mi amigo el historiador norteamericano James Whelan escribió su monumental obra «Desde las Cenizas» («Out of the Ashes»), sobre los acontecimientos chilenos, se preocupó de incluir una versión detallada y textual del testimonio del doctor Guijón, que, yo creo, pasará a la historia seria como la más fidedigna de todas.

Bueno, si en Chile imperara el estado de derecho, no se abriría proceso por la muerte de Allende, no sólo por ser pública y notoria su causa, sino por estar extinguida toda posible responsabilidad, de modo que cualquier juez sólo debería saber contar hasta 37 para comprobar que se había completado aún la más larga de las prescripciones y, en seguida, obedeciendo el mandato del código de procedimiento, sobreseer la causa y cerrar el proceso.

Pero como estamos en Chile, donde no se odedecen las leyes ni impera el estado de derecho, que se caracteriza por el respeto las mismas, supongo que algún juez de izquierda va a ganar titulares y cámaras ordenando a la policía que vaya a buscar al doctor Guijón a su lugar de retiro en Putú, región del Maule, para que vuelva a referir las circunstancias de la muerte de Salvador Allende, de la cual fue único y directo testigo.

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