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Simce a la chatarra

Patricio Donoso
Por : Patricio Donoso Director de Área Educación, Arte y Cultura de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
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A los amantes del SIMCE habría que sugerirles un nuevo SIMCE; uno que se haga cargo de los conocimientos nutricionales de nuestros estudiantes. A juzgar por las cifras de crecimiento de la obesidad infantil, los resultados nacionales serían tan lamentables como el SIMCE en Inglés. Pero, como dice el ministro, en algún minuto hay que partir para saber de donde comenzamos y cuánto nos queda por recorrer.

Este nuevo SIMCE, a diferencia de los demás ya propuestos, no va a gozar de una buena recepción por parte de sectores de esta sociedad tan moderna, ya que la comida chatarra es el símbolo mismo de esta misma modernidad. Y el consumo de esta comida es un ingrediente sustantivo de identidad cultural y de muy lucrativos negocios. El debate en el parlamento sobre la propuesta de legislar sobre la comida chatarra en los establecimientos educacionales es un botón de muestra de las contradicciones en las que estamos atrapados. Gran coincidencia en la necesidad de formar a las nuevas generaciones en una cultura más saludable y que el tema de la salud de estas nuevas generaciones sea un tema de política pública. Educación y Salud de la mano en este camino al desarrollo. Fuera de las puertas del establecimiento, el consenso desaparece tan pronto se apela a la libertad de elección, a la libertad que me permite elegir, precisamente, lo contrario a lo que la escuela saludable me enseñó y que la sociedad sanciona positivamente, toda vez que permite la existencia de la comida chatarra.

Los aprendizajes logrados en la escuela se ven cuestionados en su validez social toda vez que no se ve la coherencia entre lo que se quiere que aprendan las nuevas generaciones y lo que la sociedad está sancionando como productos de consumo legítimos.

Apelar a la libertad de las personas para que discriminen entre alimentos saludables y no saludables es apostar a que la salud de un grupo importante de consumidores es irrelevante, ya que es más que presumible que por las características “atractivas” de la comida chatarra, escojan ese tipo de comida a otra más saludable. El bien común y el sano matrimonio entre Educación y Salud se rompen y se termina por desacreditar el esfuerzo social por hacer de la educación un actor protagónico en la salud de las nuevas generaciones.

De todos los SIMCE propuestos, el SIMCE a la comida chatarra (o para colocarle un nombre más elegante, SIMCE de conocimientos nutricionales) puede ser el más temido por los poderes fácticos de esta sociedad, toda vez que pone en cuestión a sectores productivos que están más preocupados del lucro que de la salud de las personas. Todos los otros SIMCE son muy bienvenidos por estos mismos sectores ya que sus buenos resultados les permiten mejorar la calidad de quienes tarde o temprano serán sus empleados. Pero habrá empleos en la medida en que consuman y no discriminen como talibanes (según expresión de un senador) entre lo saludable o no saludable de lo que consumen.

El mejoramiento de la calidad de la educación tiene que ser enfrentada coherentemente por la sociedad.

El debate de estos días nos muestra, una vez más, que la coherencia es aún una virtud ausente en este esfuerzo colectivo en el que estamos todos comprometidos.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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