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El arma secreta

Camilo Feres
Por : Camilo Feres Consultor en Estrategia y AA.PP.
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Cualquier agenda de transformación se topará con los problemas de representación y legitimidad que, por separado, tienen la mayoría de los actores institucionales y la elite económica y política está tremendamente imbricada con los intereses que están detrás de la educación y sus gestores. ¿Será el turno de buscar la legitimidad de la agenda en otra parte? Todo apunta a que llegó la hora de preguntarles a todos, es decir, llegó la hora de un plebiscito.


La histórica convocatoria alcanzada por las movilizaciones recientes responde a una diversidad de factores. Algunos guardan relación con los temas que detonan las marchas y las consignas que se ven en ellas, como el alto grado de consenso sobre la pésima calidad de la educación que recibe la gran masa de estudiantes del país, los niveles insostenibles de endeudamiento de las familias que el gasto en educación genera y las promesas rotas respecto a la promoción social que estaría vinculada al esfuerzo por educarse y dejar uno o dos ojos en el financiamiento de ello.

Pero hay también otros elementos, que han actuado como catalizador de la gran convocatoria alcanzada y que se explican por el momento o ciclo político por el que cruza el país. Entre estos, el alto grado de crispación política (que si fuera ideológico podría tildarse de polarización); el fin del “amortiguador” de las demandas que suponían los gobiernos encabezados por quienes -al menos en teoría- no eran el rostro palmario del abuso y la explotación y aunque es cierto que no la detenían, no lo hacían porque “no podían”, porque “las mayorías”, porque “los enclaves” o por la crisis… El punto es que al final de la suma eran otro sujeto histórico y eso bastaba. Agregue a esto la soledad tras el consumo y/o la pérdida del miedo al disenso de una generación que no está marcada por el trauma de la UP, la dictadura y el dolor.

[cita]Porque cuenta con el mayor partido de la Alianza, porque cuenta con la confianza de la elite y porque, aún con su pesado estigma moral y político, es de los personajes con mayor popularidad y credibilidad del gobierno y de la escena política en general.  Más aún, Lavín no solo puede, sino que probablemente sea el único camino que le reste para salir del atolladero en el que está metido.[/cita]

En fin, todo apunta a que es más justo, más necesario y hasta más fácil protestar hoy, pero independiente de cuál sea el ingrediente que más pesa en esta cazuela, el efecto práctico es que estamos frente a una movilización con alta legitimidad, bajos niveles de rechazo, amplia convocatoria y difícil estigmatización. Este es justo el tipo de ingredientes que son capaces de poner en jaque a cualquier Gobierno, más aún a uno que no goza de la popularidad, fuerza y credibilidad suficientes y al que su base política y social de apoyo le ha quitado sistemática y sostenidamente su legitimidad.

Y si queremos complejizar la cosa, la oposición institucional, con la que se podrían alcanzar acuerdos políticos, tiene básicamente los mismos pasivos que el Gobierno. Así las cosas, el sistema político tiene poco que hacer. Poco, pero no nada, pues aún el sistema tiene un arma secreta.

La actual coyuntura hace difícil imaginar una mesa de negociación que no esté medida por demandas de difícil acceso y, por lo tanto, de suma cero. Y, aunque sería un logro para algunos y un alivio para otros, la salida del actual Ministro tampoco augura una solución de largo plazo para las tendencias más duraderas que están detrás de todo esto.

Cualquier agenda de transformación se topará con los problemas de representación y legitimidad que, por separado, tienen la mayoría de los actores institucionales y la elite económica y política está tremendamente imbricada con los intereses que están detrás de la educación y sus gestores. ¿Será el turno de buscar la legitimidad de la agenda en otra parte? Todo apunta a que llegó la hora de preguntarles a todos, es decir, llegó la hora de un plebiscito.

No debemos perder de vista que lo que hoy hace crisis es una estrategia de crecimiento y desarrollo coherente y hasta cierto punto exitosa, pero que fue implementada para alcanzar objetivos que ya no están vigentes: crecimiento, acceso al consumo, consolidación de un mercado interno y de volumen para la competitividad externa de algunas empresas. En educación, esta estrategia se orientó a la cobertura, pero resuelto ese problema ya es hora de poner el acento en la calidad, la innovación y la inclusión de los sectores que fueron subidos al carro del sistema.

Y aún cuando hoy se ve más golpeado que de costumbre, es difícil imaginar un actor con más herramientas y capital político para emprender una tarea de esta naturaleza que el actual Ministro de Educación. Porque cuenta con el mayor partido de la Alianza, porque cuenta con la confianza de la elite y porque, aún con su pesado estigma moral y político, es de los personajes con mayor popularidad y credibilidad del gobierno y de la escena política en general.  Más aún, Lavín no solo puede, sino que probablemente sea el único camino que le reste para salir del atolladero en el que está metido.

Al Gobierno no le tenderá una mano la Concertación y si lo hace, eso no involucra a la Fech. Si la Fech cediera, los secundarios previsiblemente le quitarán el piso y si el acuerdo es así de feble, la elite empresarial tampoco se prestará para un trato. Lo que se haga mañana necesita un mandato nítido y contundente, lo que se haga mañana requiere de un plebiscito que pueda sentar las bases de la estrategia educacional de los próximos treinta años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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