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Chile 2011: la tentación populista

Todos los populistas parten del mismo falso supuesto: que el mercado es incompatible con la inversión social, y así comienzan siempre con los mismos slogans: “un nuevo pacto social”, “una nueva asamblea constituyente”, “que el pueblo decida directamente a través de plebiscitos”, etc.


En su libro “El continente olvidado: la batalla por el alma latinoamericana”, Michel Reid señala que la historia de Latinoamérica se ha desarrollado, desde su independencia, como una lucha constante entre democracia y populismo.

Desde sus orígenes, nuestros países se han movido entre el progreso y el retroceso, entre la estabilidad y el desorden. Hoy, sin embargo, los enemigos de la democracia latinoamericana ya no son los dictadores militares de los años 70, sino las llamadas dictaduras populistas “posmodernas”, al más puro estilo de Hugo Chávez.

En Chile, llevábamos 20 años de victoria democrática sobre el populismo (posmoderno, pero populismo al fin) y pensábamos alejadas de nuestra política sus consecuencias más nefastas. Sin embargo, el populismo siempre resurge cuando olfatea problemas sociales reales y sin liderazgos claros, como es el caso de la crisis educacional de nuestro país.

¿Cuál es la lógica populista para “tomarse” estas causas? Se muestra un supuesto “atajo” para alcanzar una solución, aplicando el arma del “voluntarismo” para “vender milagros” ante frustraciones reales.

Lamentablemente, en la vida de los países no existen los milagros, sino el trabajo duro y los avances lentos, pero constantes. Como nos muestra una y otra vez la historia, los voluntarismos en democracia sólo llevan a la destrucción.

[cita]El desarrollo en libertad requiere tiempo y, por tanto, paciencia y sus resultados se deben medir en generaciones no en años. El abuso político de las demandas sociales, mediante la vieja pero efectiva fórmula de la antipolítica, sólo termina destruyendo la democracia.[/cita]

Los países no se construyen de la noche a la mañana, sino paso a paso, en un proceso acumulativo y no de golpe (populismo revolucionario). En el camino al desarrollo no hay “atajos”.

Como señalara el político argentino Juan Bautista Alberdi, “las naciones, como los hombres, no tienen alas, hacen sus viajes a pie, paso por paso” (citado en el libro de Michael Reid).

Como la historia de América Latina nos enseña, los famosos milagros populistas (como el fin del lucro y educación gratis para todos) terminan siendo desvíos largos y muchas veces costosos del verdadero desarrollo.

Todos los populistas parten del mismo falso supuesto: que el mercado es incompatible con la inversión social, y así comienzan siempre con los mismos slogans: “un nuevo pacto social”, “una nueva asamblea constituyente”, “que el pueblo decida directamente a través de plebiscitos”, etc.

De muestra un botón. La Venezuela chavista, donde se gobierna en base a plebiscitos, en un país que llegó a tener una democracia estable y que por no cuidarla o por haber olvidado lo que era no tenerla, terminó cometiendo, según lo señala Enrique Krauze en su gran libro “El Poder y el Delirio”, una especie de “suicidio colectivo”, al arrodillarse al caudillo populista por excelencia, nuestro amigo Hugo Chávez.

Es la constante tentación latinoamericana, la que creíamos superada en los años 60 pero que vuelve a renacer con nuevos rostros y echando mano a nuevos y reales desafíos sociales.

En nuestro país, critican la legitimidad del actual sistema y no recuerdan que es el actual sistema el que ha sacado a millones de chilenos de la pobreza y que ha permitido el ingreso a la educación superior de más de un millón de jóvenes.

El desarrollo en libertad requiere tiempo y, por tanto, paciencia y sus resultados se deben medir en generaciones no en años. El abuso político de las demandas sociales, mediante la vieja pero efectiva fórmula de la antipolítica, sólo termina destruyendo la democracia.

Las instituciones democráticas siempre pueden ser barridas mediante plebiscitos;  la pregunta es, ¿eso nos hace más democráticos?

La paciente construcción  de una democracia inclusiva y que genere oportunidades para todos es un proceso largo; no tomemos atajos que nos harán retroceder y que al final terminan pagando los mismos a los cuales los líderes populistas de todos los tiempos dicen representar.

Es necesario que el real y efectivo drama de las familias a la hora de financiar la educación superior de sus hijos sea una prioridad en nuestra discusión pública, pero con seriedad.

La Concertación ya renunció a ese camino. ¿Quién más se quiere sumar ahora a la tentación populista?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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