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El raspe de los chilenos: SIGA PARTICIPANDO


¿Qué es la “participación ciudadana”? La literatura disponible ofrece una amplia gama de definiciones sobre la materia. Su denominador común sabe a democracia llevada a su máxima expresión: todos contamos y decidimos de todo. A los políticos les encanta este concepto ingrávido, retórico, histriónico. Los enloquece porque en sí mismo es una entelequia ambigua y atractiva; balsámica: huele y se ve bien, suaviza el griterío popular y da un brioso aspecto al futuro. No obstante, la participación ciudadana, como hoy está concebida, es como la esperanza: mantiene pero no engorda.

La sola idea de ser tomado en cuenta nos atrae desde temprana edad. Desde la adolescencia el sentido de pertenencia social nos empuja a la búsqueda de nuestros espacios participativos, en el colegio, la universidad, el trabajo, la familia, los amigos.

Sin embargo, la paradoja de estos días es que cuando la ciudadanía sale en masa a cobrar su cheque entregado como promesa electoral, se encuentra con el miedo inconcebible del Gobierno –y de toda la clase política– a la mentada participación ciudadana. Una segunda paradoja es que el mismísimo Pinochet con su plebiscito de 1988, se ve más democrático que el Presidente Piñera. La dictadura se expuso a la posibilidad del rechazo. Y perdió. ¿Acaso semejante experiencia ahuyenta hoy la posibilidad de hacer un plebiscito? ¿Tanto pánico provoca el debate ciudadano?

Para variar, la cultura del sistema binominal de “el que pierde empata”, es la responsable de esta amenaza real. Los antiguos tres tercios electorales dieron paso a dos megabloques sobrerrepresentados que excluyen a más de tres millones de chilenos. Personas que no adhieren a partidos políticos, y que sienten un enorme desprecio por una democracia etérea que los margina, y que sólo los pondera como potenciales votantes.

El actual movimiento estudiantil –puesto a germinar por los pingüinos hace cinco años– hoy florece para desmitificar la insana instalación política de la supuesta apatía del “no estoy ni ahí” de la juventud, y de paso contagiar al resto de la sociedad en una demanda que toma forma de hastío generalizado. Pero no debemos olvidar que nuestra generación también adhirió a la desidia social, entregándole en bandeja el país a quienes vieron en ella su gran oportunidad de hacerse de él.

El historiador Sergio Villalobos (Los comienzos de la República, 1989), refiriéndose a la caída de O’Higgins afirma que  “el cuadro de la época se hará explicable y coherente si se parte de una consideración muy simple: es el resultado de todos los problemas acarreados por la independencia, así económicos, sociales, ideológicos y políticos”. Dado que Chile es un país de memoria frágil, resulta interesante apreciar cómo se repite la historia. Hoy podríamos reemplazar en esta cita la palabra “independencia” por una más reciente: “transición”, y de este modo entender la actual problemática.

Lo de hoy es una reacción en cadena a partir del orden establecido en dictadura, que desarticuló el tramado social que se forjó durante cien años, bajo el precepto portaliano de un gobierno fuerte, centralizado y autoritario, que se sentía empoderado de un mesianismo que prescindía de la ciudadanía, la que sólo tenía labores productivas.

A partir de los noventa, los chilenos fueron “engrupidos” con la gabela de la participación ciudadana. Y compraron. La oferta no era mala. Ser tomado en cuenta después de ser ignorado en la discusión del modus vivendi importado de Chicago, lanzó a los chilenos a elegir a sus representantes. Pero no era más que eso.

Desde la óptica del mundo político chileno, la participación ciudadana no pasa de hallarse enlistada en el Servel, allí duerme entre elecciones, empolvada, silente. Cada cierto tiempo, un señor de apellido García, abre las puertas de su casona y revive a sus muertos para que se crean vivos dentro de una urna electoral.  Eso es todo. Lo demás ya está hecho. Todo el mundo sabe quién ganará y quién deberá seguir esperando.

El valor en juego del movimiento social en que se ha transformado el conflicto estudiantil, está en que la juventud de hoy –tecnologizada, informada, valiente– “no está ni ahí” con la histórica frustración del boleto que hemos venido raspando los chilenos de cuarenta para arriba, y no temen que les salga la burlona frase SIGA PARTICIPANDO con que el mercado del juego se ríe de nuestras precarias ambiciones.

Ellos quieren, pueden y deben participar, porque entre otras consideraciones, han hecho una correcta lectura del artículo 13 de la Constitución, que aparte de convertirlos en ciudadanos a los dieciocho años, y darles derecho a sufragio, les da derecho a optar a cargos de elección popular; es decir, ellos no tienen que seguir raspando para elegir a otros, ellos pueden ser el premio mayor.

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