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Carta abierta al diputado Gonzalo Arenas

Javier Núñez
Por : Javier Núñez Profesor de Estado en Filosofía. Candidato a Doctor en Ciencias de la Educación Université de Toulouse.
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Para Foucault usted es un hombre señor diputado, un hombre que representa los valores conservadores del ayer. Un ayer que tuvo su lugar en la historia y que debemos abrazar como se abraza a los abuelos. De la mano de los estudiantes, estamos viendo nacer al hombre loco, aquel que funda los nuevos valores que generarán un salto cualitativo hacia una sociedad aún más justa y solidaria, bajo la atenta mirada de quienes los apuntan y califican de locos.


Honorable Diputado Arenas:

Por medio de la presente quisiera responder a su columna publicada en El Mostrador, con fecha 8 de septiembre del 2011 y que llevaba por título “El exitoso modelo chileno”. Pienso que es valioso que usted exprese sus ideas, que representan sin duda a varios camaradas de partido y, de seguro, a cierto número de chilenos. Asimismo, no menos precioso es que un ciudadano como yo, hijo de vecino, articule una crítica a lo que, a mi juicio, parecen locuciones peligrosas y, a ratos, parcelarias y divisorias.

Abordaré mi postura a través de temas que usted mismo sugiere en el escrito ya citado. Primeramente, usted afirma que para muchos es “inexplicable el descontento que hemos visto reflejados en las marchas estudiantiles de los últimos meses”, dadas las condiciones actuales del país. Su frase, extremadamente aventurada, me genera más preguntas que respuestas: ¿vive usted en el Chile que los informes de la OCDE lo apuntan como el país que manifiesta mayor segregación y disparidad en acceso a una educación de calidad?

Es ahí donde se genera el conflicto actual en materias educativas ¿Por qué desplazarlo, entonces, a otros terrenos pedregosos y peligrosos? ¿Por qué invitar a concluir que el país está bien, ergo no se entienden las manifestaciones? Palabras tales como “varios señalan que es culpa del “modelo”, ese modelo neoliberal que -según algunos- “lo mercantiliza todo” y que “lo único que ha logrado” es aumentar las desigualdades de ingresos en nuestro país”, solo me lleva a concluir que usted piensa que el conflicto actual está siendo conducido o por una horda de anarquistas anti-constitucionalistas (pidiendo a gritos plebiscito) o por las izquierdas de antaño. Gran error diputado: este movimiento reúne a gran parte de la nación y, con sus aciertos y desaciertos, no puede ser arrastrado a mano de dobleces y estrategias discursivas a una politización negro-colorada o simplemente rojiza.

[cita]En educación superior el tema no es la cobertura sino el buscar una alternativa radical al endeudamiento de las familias y asegurar calidad. Lo que usted califica de “revolución social” (que “7 de cada 10 jóvenes en la educación superior sean la primera generación de sus familias en llegar a la universidad”) se consiguió con el trabajo conjunto del Estado y los privados y sin plebiscitos. Hoy, con el apoyo de dos tercios del país, el movimiento estudiantil exige otra revolución: que la educación sea un derecho real y no un privilegio, como lo es hoy. Si la única salida es el plebiscito, que así sea.[/cita]

Tocar todas las alarmas diciendo que quienes critican el modelo económico-social y satanizan el lucro, lo hacen hoy en la educación y mañana lo harán en todos los sectores, es una generalización absurda y sin argumentos reales (aunque, pienso yo, que sí debería extrapolarse al área de la salud). En esta misma lógica usted se pregunta más tarde “¿Cómo podríamos describir esta situación?”, llegando a una conclusión irrisoria: “Como un intento de suicidio colectivo”, un retorno al pasado ya que, según usted, “se intenta “matar” el sistema como si todo lo que se ha alcanzado en Chile en los últimos 30 años fuera nefasto y el origen de todos los males del universo”. ¡Otro intento gratuito que busca deslegitimar!

Nadie niega ciertos progresos, como el que usted mismo señala en torno al acceso exponencial a la educación superior. Sin embargo, en educación superior el tema no es la cobertura sino el buscar una alternativa radical al endeudamiento de las familias y asegurar calidad. Lo que usted califica de “revolución social” (que “7 de cada 10 jóvenes en la educación superior sean la primera generación de sus familias en llegar a la universidad”) se consiguió con el trabajo conjunto del Estado y los privados y sin plebiscitos. Hoy, con el apoyo de dos tercios del país, el movimiento estudiantil exige otra revolución: que la educación sea un derecho real y no un privilegio, como lo es hoy. Si la única salida es el plebiscito, que así sea.

Luego, señor diputado, usted trae a la arena a un filósofo, Ralf Dahrendorf: “el primer paso hacia la modernidad es siempre un paso hacia una nueva miseria”. El análisis es certero, pero eso no implica -y pienso que usted estará de acuerdo- el conformismo. Ante este aterrador vaticinio de la filosofía solo puedo responder con más filosofía: “del hombre al hombre verdadero, el camino pasa por el hombre loco”. Para Foucault usted es un hombre señor diputado, un hombre que representa los valores conservadores del ayer. Un ayer que tuvo su lugar en la historia y que debemos abrazar como se abraza a los abuelos. De la mano de los estudiantes, estamos viendo nacer al hombre loco, aquel que funda los nuevos valores que generarán un salto cualitativo hacia una sociedad aún más justa y solidaria, bajo la atenta mirada de quienes los apuntan y califican de locos.

Sin embargo, este solo es un medio camino hacia el hombre verdadero, aquel que no solo se embarca en un conflicto social  “cuando existe un rayo de esperanza y ésta existe porque hay oportunidades que se ven, que se palpan, que están al alcance de muchos”, como usted lo afirma. Muy por el contrario, tal y como lo dice Píndaro, se vuelve hacia sus adentros y le susurra a su alma: “no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible”.

Esto es, señor diputado, solo el comienzo del exilio absoluto del miedo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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