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5 DE OCTUBRE EN PERSPECTIVA

Adolfo Castillo
Por : Adolfo Castillo Director ejecutivo de la Corporación Libertades Ciudadanas
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Se vivirá en Chile un segundo 5 de octubre sin estar en el poder del Estado la coalición que se hizo del poder luego de infligir una derrota en las urnas a la dictadura militar. Ese día que se vivió como fiesta en los primeros años de recuperación democrática y que hoy sólo es motivo de recuerdo para unos pocos, parece tornarse propicio para reflexionar sobre la fragilidad del orden político instituido y para explicarnos qué fue lo que ocurrió en nuestro país que hizo posible la construcción de una sociedad con miedos, injustica social, desigualdad, exclusiones, y múltiples violencias que la asedian y amenazan nuevamente. No existen razones para celebrar el 5 de octubre.

Cuando se intenta analizar el proceso post plebiscito de 1988 a objeto de comprender y explicar por qué la energía democrática que se expresó en las urnas ese día primaveral, la alegría como se la denominó, se disolviera y terminara en un lejano recuerdo, y donde sus actores – millares de ciudadanos/as – se fueron replegando como avergonzados de la criatura que surgió de ese viejo soberano que le dio vida y sustento, se puede evaluar ese proceso a lo menos desde dos perspectivas: vencedores y vencidos. Y surge de inmediato la pregunta ¿quiénes son ellos?

Los vencedores serían quienes agrupados tras la Concertación de Partidos por la Democracia se hicieron del poder del Estado en 1990, y los vencidos, los soportes políticos de la dictadura del general Pinochet y los actores sociales y políticos que no participaron del diseño de salida pactada que dio lugar al proceso de transición. ¿Cómo se explica el dramático cuadro de desafección actual hacia la política existente y la aspiración a retomar un camino sensato de desarrollo inclusivo, justo y en democracia?

Los vencedores del 5 de octubre han propuesto líneas explicativas pero no autocrítica de los motivos que arrojan luz sobre el clima emocional del país. Para unos, el sistema político estuvo trabado por los cerrojos institucionales que impidieron la expresión de la voluntad popular, siendo el sistema electoral, los senadores designados en el primer decenio post dictadura, y los altos quorum constitucionales, los principales responsables de la crisis de representatividad política que aqueja a ambas cámaras y al sistema político en general. Para otros, por una excesiva prolongación del modelo de gobernabilidad diseñado y operativo en el gobierno de Aylwin, que gracias a los acuerdos intra elites permitió fijar campos de acción y prebendas mutuamente ventajosas a los actores con poder real entonces. También existe la visión que los vencedores del 5 de octubre olvidaron los compromisos programáticos democratizadores previos a la llegada al poder, que abandonaron a la población que les dio apoyo y confianza, y también que el desgaste de los años en el poder erosionó la fortaleza que proyectaban. Entre medio, circulan ideas sobre la elitización u oligarquización de la política, el transformismo, hasta los extremos de la corrupción o descomposición de una coalición que perdió el alma y se corrompió en disputas de poder e intereses privados, abdicando de lo público.

En este contexto, cabe pensar sobre los vencidos de entonces, y hoy en el poder. En rigor, sólo perdieron la facultad de aplicar el terror y el disciplinamiento como lo practicaron por años, y algo de recaudación por las reformas tributarias de inicios de los noventa. Su poder se mantuvo incólume a través del orden constitucional que diseñaron y pensaron perduraría por siempre. No obstante, el poder de ese grupo social y político no radicaba tanto en la política como en las reglas de mercado que se expandían y generaban una nueva sociedad, produciendo hegemonías proclives al pensamiento conservador y autoritario y, en última instancia, no democrático.

Un grupo vencido minoritario fue el nucleado en torno al Partido Comunista, fracciones socialistas, y desgajamientos del núcleo vencedor que se retiran del aparato de Estado por discrepancias en enfoques de gobierno. Para ese sector se vivió una travesía por el desierto, muchos de ellos en las cárceles, exiliados, en condiciones de subsistencia, retornando a los estudios, rehaciendo vidas clandestinas. Dura derrota pues junto con quedar fuera del diseño de gobierno, pierden a la vez referentes globales tras a caída del Muro de Berlín.

En 1990 se construyó una doble alianza que permite explicar la crisis de Chile actual: por un lado, el centro político de entonces, aliando a la franja renovada del Partido Socialista y a fracciones liberal – progresista más tarde, recompone un eje de poder político y social que daría estabilidad al orden post dictadura, a cambio de la concesión a los soportes del viejo régimen, de la mantención de los equilibrios de poder, léase modelo económico e institucional, y renuncia a abordar con rigor el tema de las violaciones a los derechos humanos. Por otro, una alianza en el grupo vencedor del 5 de octubre, que avanza solapadamente: la renuncia a los ideales de cambio y la apropiación de un discurso e ideología global, al igual que las planificaciones del periodo Frei Montalva y Allende. No era extraño para quienes conocían de propuestas integrales, totales. El ideario neoliberal que se expandió durante los gobiernos de la Concertación, junto con ser una derrota de ideas para los vencedores de octubre, marca a la vez la ruptura del acuerdo social que hizo posible la sostenibilidad de ese proyecto administrado por la fracción mesócrata de la elite chilena.

Junto con la descomposición de los sujetos históricos de la transformación social y política de los proyectos de cambio del siglo XX, el núcleo de poder que administra el Estado entre 1990 y 2010, queda vaciado de interlocutores y sujetos sociales transformadores, lo que explica en parte, la soledad actual de las elites en un marco de reconstrucción de nuevos sujetos.

Prisioneras en el dilema de los encuadres de la post dictadura, las fuerzas triunfantes de 1988, enfrentadas hoy a una crisis profunda, nos recuerdan a Marx que escribió en 1859: “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitro, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sin bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”. Hoy enfrentada a una crisis profunda de supervivencia “es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable, representar la nueva escena de la historia universal”.

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