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La leyenda negra de la derecha en el poder

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Podemos también considerar que las fuerzas de contención a veces sólo esconden los problemas bajo la alfombra. Que es la alternancia la que posibilita que los conflictos latentes adquieran su dimensión real, las posiciones se expliciten y las lealtades se reconfiguren. Y que si aprendemos a lidiar madura y democráticamente con la conflictividad propia de la convivencia política no hay leyenda negra que valga.


Dicho y hecho. Los candidatos Eduardo Frei y Jorge Arrate coincidieron en la campaña presidencial de 2009 en que si ganaba la derecha “se agudizarían los conflictos sociales”. Nada de esto pasó durante el 2010 básicamente debido a las urgencias que impuso el terremoto y luego a la epopeya comunicacional de la Mina San José. Pero lo que hemos visto durante el año 2011 parece darles ampliamente la razón.

Los dirigentes concertacionistas sacan pecho y ponen cara de “te lo dije: no había que votar por la derecha”. Trabajan coordinadamente en consolidar la leyenda negra, aquel mito que sea capaz de mantener a todo un sector político alejado del poder por un buen tiempo. Subrayando el fracaso –momentáneo- de Piñera, la centroizquierda apuesta a una próxima larga residencia en La Moneda.

[cita]Todos somos testigos de cómo gobernó la Concertación durante veinte años. Hoy desde la oposición dicen respaldar demandas que jamás auspició desde el Ejecutivo o el Parlamento. Todas las micros le sirven si se trata de echarle más leña al fuego. Sabe, sin embargo, que a la cabeza de los destinos del país el papel a desempeñar es otro: servir como una fuerza de contención que absorba la conflictividad social y evite que la sangre llegue al río.[/cita]

Todos somos testigos de cómo gobernó la Concertación durante veinte años. Hoy desde la oposición dicen respaldar demandas que jamás auspició desde el Ejecutivo o el Parlamento. Todas las micros le sirven si se trata de echarle más leña al fuego. Sabe, sin embargo, que a la cabeza de los destinos del país el papel a desempeñar es otro: servir como una fuerza de contención que absorba la conflictividad social y evite que la sangre llegue al río.

Parafraseando al infame Arjona, la amalgama perfecta para Chile implicaría contar con gobernantes de centroizquierda gobernando con ideas de derecha. A lo mejor, como sostuvo el ministro Longueira, éste no es el quinto período de la Concertación sino el quinto de centroderecha.

¿Qué habría sido distinto en un segundo mandato de Frei Ruiz-Tagle? Varios analistas han sostenido que las demandas ciudadanas en educación, medioambiente o derechos civiles se habrían desplegado igualmente. Pero al mismo tiempo señalan que la Concertación las habría procesado en forma distinta. En efecto, más allá de las destrezas y deficiencias políticas de uno y otro, aquí el capital simbólico importa. Un conocido columnista de la plaza le recomendó al Presidente Piñera “bajar no sólo física sino culturalmente de Plaza Italia”, a lo que el mandatario respondió negativamente con lo que otro columnista llamó “el gabinete de la gente linda”. Es decir, Piñera no asignó relevancia a la cuestión de la representatividad por presencia en la primera línea de su gobierno. No digamos que los gabinetes de la Concertación eran el mejor reflejo de la diversidad del Chile actual, pero al menos fueron capaces de transmitir que estaban con las grandes capas de la sociedad en esporádico antagonismo a los intereses de los ricos y poderosos.

Es cuestión de contrastar la notoriedad que alcanzaron los líderes empresariales en tiempos de la Concertación con el bajo perfil que cultivan al día de hoy. El lector recordará los nombres de Felipe Lamarca, Juan Claro o Rafael Guilisasti. Pero, ¿sabe usted quien es el actual timonel de la Confederación de la Producción y el Comercio? No se alarme si no sabe. Casi nadie lo sabe. Fue el mismo que dijo que los edificios fracturados e inclinados en el sur de Chile tras el terremoto no representaban riesgo alguno tomando el ejemplo de la Torre de Pisa. Es cierto que un dirigente gremial se evalúa por su efectividad y no por su efectismo. Quizás los empresarios no han perdido una gota de poder y siguen operando exitosamente tras bambalinas. Sin embargo hay espacio para otra interpretación: al ganar Piñera –uno de los suyos- se durmieron en los laureles. Finalmente, los intereses del gremio parecían custodiados. Después de constatar la tibia recepción que tuvo el Presidente en la reciente cena de la Sofofa, más de alguno estará reevaluando la necesidad de asumir mayor protagonismo. Guardo poca esperanza de que sea en la versión proactiva que algunos de sus viejos líderes encarnaron. Veo más bien que gana la tendencia al miedo y la preservación del statu quo. Al menos se puede pedir que sean más hábiles para empatizar con el momento político y social.

Podríamos creerle a la Concertación y suscribir la tesis de que los chilenos no toleran que el poder político y económico quede concentrado en las mismas manos, clase social y pertenencia política. Podríamos incluso aceptar que la única ecuación viable para asegurar crecimiento económico y paz social es la centroizquierda administrando el modelo de mercado. Pero podemos también considerar que las fuerzas de contención a veces sólo esconden los problemas bajo la alfombra. Que es la alternancia la que posibilita que los conflictos latentes adquieran su dimensión real, las posiciones se expliciten y las lealtades se reconfiguren. Y que si aprendemos a lidiar madura y democráticamente con la conflictividad propia de la convivencia política no hay leyenda negra que valga.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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