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Editorial: La generación dorada

Es efectivo que la fuerza social y cultural que la nueva generación representa, no tiene una expresión orgánica. Pero tampoco tiene por qué tenerla, ni prever cómo madurará hacia el futuro. Nació como un movimiento social de fuerte raigambre en sus bases, en la coyuntura condensó otros temas que rondaban los intereses generacionales del movimiento, y se fortaleció en la percepción de que el país culturalmente apoya sus demandas. Es decir, trascendió de educacional a social. De ahí en adelante el trabajo que se requiere corresponde a otros u otras instancias.


Pocas veces en la historia de un país se produce de manera tan nítida la irrupción de una generación que desafía de manera integral la autoridad de la elite que maneja el poder. No solo el político, aunque este sea el blanco preferido de sus críticas, sino también aquel que marca los patrones de sociabilidad y decide qué es lo importante y qué lo correcto. Fue esa emergencia la que marcó la irrupción del movimiento estudiantil el año 2011.

El país fue testigo de la tranquilidad y certidumbre con que sus dirigentes sostuvieron una movilización por más de siete meses, desconcertando e irritando tanto al mundo político, especialmente el oficial, como a los medios de comunicación y a las “instituciones serias” de la república. En más de una oportunidad se pudo apreciar a avezados periodistas y comunicadores increpar a los dirigentes con preguntas del tipo: ¿Y qué harías tú si fueras ministro de educación o Presidente de la República?, o editoriales que criticaban la falta de seriedad o ponderación de sus planteamientos.  En esos instantes se marcó la diferencia abismal entre una cultura emergente, la de los jóvenes, y otra que se notaba agotada y perdiendo terreno en la interpretación de los hechos.

En estos días ha seguido manifestándose el talante crítico e independiente con el que esta nueva generación enfrenta su realidad y la del país. A propósito de los resultados de la PSU y los alumnos que alcanzaron puntajes nacionales, algunos de ellos ironizaron frente a autoridades ministeriales y alcaldes, el contrasentido de ser repitentes de la educación media y, al mismo tiempo, alumnos que todas las universidades quisieran matricular. “Todo por un puntaje que no sirve para nada” señaló uno.

[cita]La nueva generación, pese a haber ganado en la calle su derecho a existir como sujetos políticos permanece como objeto de políticas, análisis y mensajes, mientras sus dirigentes, calificados como la generación dorada, aún  carecen de los espacios naturales de comunicación que debieran tener, demostrando que nadie abandona voluntariamente el micrófono político.[/cita]

Por sobre estos aspectos, incluso anecdóticos, hay dos hechos que resulta interesante  destacar de la rebelión estudiantil de 2011. Uno es que por primera vez en casi 50 años, más exactamente desde la década de los 60 del siglo pasado, emerge una generación de jóvenes cuya movilización pone en jaque el funcionamiento de la elite política, instala una nueva agenda de prioridades públicas y va contracorriente de los valores de éxito que dominan culturalmente el país. Más aún, no se deja cooptar como ocurrió con los dirigentes pingüinos el 2006.

Lo segundo, es que esa irrupción y la nueva agenda de prioridades que genera, converge con una crisis de representación y un bloqueo del sistema político, cuya característica más notoria es la baja valoración de la política y los partidos, tal vez la mayor en toda la historia institucional del país.

Es efectivo que la fuerza social y cultural que la nueva generación representa, no tiene una expresión orgánica. Pero tampoco tiene por qué tenerla, ni prever cómo madurará hacia el futuro. Nació como un movimiento social de fuerte raigambre en sus bases, en la coyuntura condensó otros temas que rondaban los intereses generacionales del movimiento, y se fortaleció en la percepción de que el país culturalmente apoya sus demandas. Es decir trascendió de educacional a social. De ahí en adelante el trabajo que sigue corresponde a otros u otras instancias.

Parte importante de las respuestas sobre cómo evolucionará el movimiento hacia el futuro dependen no sólo de la generación que emerge, sino de aquellos que poseen el  poder y lo ejercen ya sea como veto o como construcción de espacios de respeto y participación con la nueva generación.

Hacer esto último implica reconocer que el proceso que vive es una ola de cambios que los involucra, y eventualmente los derriba, lo que requiere visión extremadamente generosa para los estándares de la política nacional.

Por la forma en que han reaccionado moros y cristianos, es evidente que no comparten esa visión, prefieren la política del yo no fui, y que este nuevo poder emergente los incomoda. A muchos les gustaría que se fueran para la casa.

Así ha reaccionado el gobierno, tratando de imponer la majestad soberana de las instituciones del Estado, sin buscar los ejes positivos y las oportunidades de la crisis,  y en lo posible, tratando de criminalizar el movimiento. De mala manera ha reaccionado también parte importante de la oposición, distante y crítica, al ver que no puede captar a su favor el liderazgo de los dirigentes estudiantiles.

Por estos días han aumentado las expresiones conservadoras de la política y los juegos de lenguaje, que acentúan los cálculos que resultan odiosos para los jóvenes.

En la oposición la expectativa que Michelle Bachelet, encabezando en una versión recargada de todos somos chilenos según el senador Camilo Escalona, gane nuevamente la presidencia para lo que queda de la Concertación. En la derecha, la defensa a ultranza del modelo frente a un tsunami generacional, que algunos de sus teóricos atribuye a la agitación comunista, como acaba de hacer el ex ministro de Hacienda de la dictadura militar, Hernán Büchi.

Los medios se llenan de cálculos sindicales acerca de lo que recibirán los estudiantes universitarios de ayuda escolar y becas luego de sus movilizaciones, además de voces y crónicas expertas sobre las reformas que impedirían un año 2012 recargado de movilizaciones.

La nueva generación, pese a haber ganado en la calle su derecho a existir como sujetos políticos permanece como objeto de políticas, análisis y mensajes, mientras sus dirigentes, calificados como la generación dorada, aún  carecen de los espacios naturales de comunicación que debieran tener, demostrando que nadie abandona voluntariamente el micrófono político.

Un ejemplo del dilema de fondo del 2011 se refleja en la discusión del Senado sobre el lucro con dineros públicos en la educación. Si se aprueba como ley de la república su prohibición, ello marcará el nuevo paradigma y abrirá las puertas a otras discusiones.

El problema no es solo de este gobierno, si bien su karma especulativo y comercial lo lleva a defender a ultranza la legalidad del lucro. También es el problema de una generación de izquierdistas que entró hace demasiados años a la política y la cultura del país, que fue parte del desastre de 1973 y luego, reactivada en la reconstrucción de la democracia, se mantiene, condescendiente a la derecha, en un modelo de gestión definitivamente agotado.

En los tiempos del presidente Ricardo Lagos, el Programa de Prospectiva Tecnológica del Ministerio de Economía, abocado a desarrollar propuestas de políticas públicas y compromisos del sector privado, identificó, al lado de la Industria Acuícola, la Producción y Exportación de Vinos y la Biotecnología, a la Industria de la Educación como cluster de desarrollo de Chile.

La conclusión a la que llegaron, luego de consultar a cientos de expertos del ámbito público y privado de todos los colores ideológicos, jamás hizo la prospectiva de la crisis de calidad y de institucionalidad de la educación de hoy. Ello no era problema el año 2002,  y hacerlo iba en contra del sentido común  de la elite sobre el desarrollo nacional. Esa visión es la que entró definitivamente en crisis con la emergencia de la nueva generación.

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