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Las empanadas del domingo

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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Habiendo sido la educación el tema del año, nadie ha hecho hincapié en que finalmente el inglés, la historia, la música (y en general, todo lo que forme parte de la educación formal) son pisos que se construyen sobre los cimientos de esas cosas que antes se aprendían en la casa y que los ingenieros comerciales llaman, con esa vulgaridad que los caracteriza, ‘habilidades blandas’.


La semana pasada esperaba mi turno para pagar unas empanadas en el local de la Nancy. En la fila, me antecedía uno que aparentemente debía alimentar a un regimiento: “Pago cincuenta”, le dijo a la Nancy, mientras ella se quedaba mirándolo fijo como a la espera de resolver un dilema imposible. Después de unos segundos y probablemente intuyendo ella que tenía enfrente a un genio matemático, oí que le preguntaba: “¿Cuántas docenas son cincuenta?”. “Cuatro y sobran dos”, le respondió él, mientras ella no paraba de reírse y de celebrar la inteligencia de su cliente. “¡Qué inteligente es usted! ¡Qué inteligente!”.

Probablemente era la primera vez que se lo decían o simplemente fue la confirmación que necesitaba para estar seguro de que era cierto: el hecho es que el señor del regimiento sonreía complacido mientras yo (todavía a la espera de mi turno), me preguntaba qué se podía pensar de un país en el que una mujer ¡calculadora en mano! se veía superada por un problema como ése y celebraba con tal entusiasmo que alguien pudiera resolverlo.

[cita] Habiendo sido la educación el tema del año, nadie ha hecho hincapié en que finalmente el inglés, la historia, la música (y en general, todo lo que forme parte de la educación formal) son pisos que se construyen sobre los cimientos de esas cosas que antes se aprendían en la casa y que los ingenieros comerciales llaman, con esa vulgaridad que los caracteriza, ‘habilidades blandas’.[/cita]

Y es que en Chile la educación pública no da para tanto. Todos saben leer y escribir, pero no entienden lo que leen ni pueden redactar más que una lista de supermercado. Pueden sumar, restar, multiplicar y dividir, pero son incapaces de resolver problemas concretos que involucren esas operaciones. El chileno no es analfabeto, pero su educación es una herramienta inútil… lo mismo que la calculadora en manos de la Nancy.

Mientras tanto, la elite discute si se puede privar a los alumnos de una hora de historia; si los malos resultados del Simce en el aprendizaje del inglés no afectarán las proyecciones laborales de los estudiantes; si es el Estado o son los privados los que deben proveer de educación; si la segregación social no incrementa la falta de oportunidades de los más vulnerables. En fin, puras estupideces si uno entiende que se está hablando de cómo decorar una casa en ruinas.

Porque habiendo sido la educación el tema del año, nadie ha hecho hincapié en que finalmente el inglés, la historia, la música (y en general, todo lo que forme parte de la educación formal) son pisos que se construyen sobre los cimientos de esas cosas que antes se aprendían en la casa y que los ingenieros comerciales llaman, con esa vulgaridad que los caracteriza, ‘habilidades blandas’.

Esas que le permitieron a la Nancy emprender un negocio con éxito y ganarse la vida a costa de trabajo y constancia. Esas mismas que hacen de sus empanadas las mejores que he comido y que pueden paliar los efectos de haber tenido a Gajardo como profesor de aritmética.

Porque si la Nancy fuera de esta generación, en vez de una fábrica de empanadas tendría su casa convertida en un puterío. Y muy probablemente, habría pasado sus sesenta años reclamando indemnizaciones sociales por no saber cuántas docenas hay en cincuenta. Y en lugar de risas y aplausos, habría mirado a su cliente de reojo pensando en las oportunidades que él tuvo y a ella no se le dieron. Sería quizá una indignada, y las horas que hubiera pasado frente a la pantalla no le habrían dejado tiempo para poner las manos en la masa.

Y lo grave, lo realmente grave, yo no habría podido comer sus empanadas…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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