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Accidentes de buses interurbanos: nuestro sacrificio

José Luis Ugarte
Por : José Luis Ugarte Profesor de Derecho Laboral Universidad Diego Portales
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No se cierran empresas por razones laborales. No ocurrió antes con la mina San José, ni hoy con las empresas de buses, que —dicho de paso— llevan años persistentemente incumpliendo la legislación laboral, especialmente en lo que dice relación con las jornadas y el descanso de los choferes.


Y volvió a suceder. La misma noticia —una que parece jamás acabara— de cada dos o tres meses: buses accidentados con el resultado de pasajeros muertos y lesionados de todas las edades. Ocurrió con Tur Bus, ahora con Berr-Tur y así sucesivamente.

Y lo peor es que volverá ocurrir una y otra vez.

Ni qué decir de la explicación que es exactamente la misma desde tiempos inmemoriales: las empresas no respetan las leyes que regulan la actividad, especialmente las leyes laborales.

Con tedio y algo de distancia por lo repetitivo solemos poner atención por un rato, e igual que los noticiarios, rápidamente olvidamos a las víctimas y especialmente a los responsables.

[cita]A veces, los gobiernos se ponen juguetones y hacen como que van más allá, pero es de broma nada más. Primero,  no cierra las empresas involucradas sólo “anuncia” que lo va a hacer. Segundo, no cambia la normativa legal que regula el transporte de pasajeros, sólo “anuncia” que lo va a hacer.[/cita]

Es difícil explicar este curioso deja vu de la muerte al que los chilenos nos hemos acostumbrado.

Y es que tiene algo de sacrificio todo esto de los buses y sus previsibles accidentes. Algo de sacrificio moderno, pero sacrificio al fin. Se parece en algo a lo que hacían los aztecas. El Dios era Huitzilopochtli, algo como un hombre pájaro.

¿Y qué tienen de sacrificio lo de los buses y sus accidentes?

Mucho. Los chilenos hemos decidido —digamos unos pocos decidieron por nosotros— que hay un Dios que no tiene límite, ni piedad y que lo exige todo. Peor que Huitzilopochtli.

El lucro —deidad irresistible— es el objeto de nuestra adoración y los muertos en tanto accidente son nuestro sacrificio para su honra. El Estado chileno tomo la decisión, de que lo único que importa, al final de cuentas, en nuestro copia del edén es el lucro, la ganancia y el emprendimiento.

Así de crudo. Sólo eso explica que nuestro Estado lleve décadas tolerando que unos pocos —y su  lucro— le quiten tanto a otros. Tanta vida, tanto cariño y tanto sueño truncado ante la complicidad de un Estado indolente que no tiene cómo limitar al mismo Dios que alimentó durante tantos años con su desmedido culto al emprendimiento.

En efecto, el emprendedor de turno —el dueño de los buses—  entiende que no cumplir con las jornadas de trabajo sistemáticamente de sus trabajadores y con cualquier otra ley laboral que se parezca, dejando, de tanto en tanto, unos muertos, son parte de un sacrificio menor que el lucro exige para seguir adelante.

Quienes serán los sacrificados cada vez es una cuestión de simple azar, que depende de la mala suerte de los malogrados de turno. Y el Estado entre impotente y cómplice no hace nada. Aplica simbólicas multas laborales —multitas diría un amigo— que para esas empresas no son más que costos asumidos que no amenazan en nada sus formidables utilidades.

A veces, los gobiernos se ponen juguetones y hacen como que van más allá, pero es de broma nada más. Primero, no cierra las empresas involucradas sólo “anuncia” que lo va a hacer. Segundo, no cambia la normativa legal que regula el transporte de pasajeros, sólo “anuncia” que lo va a hacer.

Recuerdo aquellos días del “anuncio” del Presidente de cambio total de la legislación laboral en materia de seguridad después del accidente de la mina San José. Y también recuerdo que fue sólo eso: un anuncio.

De hecho, nada de estos “anuncios” son necesarios. La ley paradójicamente permite —alguien que le avise a la Ministra del Trabajo— la clausura de la empresa por incumplimiento “reincidente” (art. 474 y 477 del Código del Trabajo y art. 32, 33 y 34 del D.F.L. 2 de 1967), pero no hay autoridad disponible —ni ayer ni hoy— para tamaña herejía.

Ello requiere voluntad política y por un momento —apenas un momento— dejar de adorar al lucro y a la propiedad privada. Y eso en Chile, lo sabemos desde tiempos de la Concertación, no ocurre. No se cierran empresas por razones laborales. No ocurrió antes con la mina San José, ni hoy con las empresas de buses, que —dicho de paso— llevan años persistentemente incumpliendo la legislación laboral, especialmente en lo que dice relación con las jornadas y el descanso de los choferes.

Nada nuevo dirán algunos. Hemos hecho lo mismo con la salud, la educación y cualquier otro bien o servicio que cayó en las garras del modelo. Sí es cierto. Pero en este caso ni siquiera sirve de consuelo para tanto dolor.

Ni menos para compararnos con los bárbaros mexicas. Al menos ellos lo hacían por un ideal comunitario, ya que unos pocos muertos salvaban la cosecha o sangre de todos. Lo nuestro es más pueril: unos pocos mueren para el beneficio de otros pocos —los invisibles dueños de esas empresas— y de sus bolsillos.

Son las cosas de nuestro sacrificio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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