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Paradojas del caso Zamudio

Jorge Gómez Arismendi
Por : Jorge Gómez Arismendi Director de Investigación y Estudios de Fundación para el Progreso
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Lo interesante es que al pensar qué harían estos tipos si tuvieran poder político por ejemplo, lo más probable es que impondrían por ley —por coacción— su pretendida homogeneidad racial o ideológica, persiguiendo a todo aquel que fuera desigual o que cuestionara su dogma de igualdad extrema. En otras palabras, y paradojalmente estarían quebrando el principio de igualdad ante la ley, pasando a imponer su criterio de igualdad particular, a través de la propia legalidad.


En el brutal y horrendo asesinato de Daniel Zamudio, no se respetó ni la igualdad a la que él tenía derecho, ni la diferencia, a la que también tenía derecho como un ser único e irrepetible.

No se respetó su derecho a la igualdad en su sentido más básico, es decir en cuanto a que su vida debía ser respetada como lo merece la existencia de todo ser humano, en tanto dueño de su cuerpo, su voluntad y su vida. Si alguien no cuida ese aspecto básico de otro ser humano, no puede luego hablar de extender otros derechos, menos de igualdad.

Tampoco se tomó en cuenta su derecho a la diferencia. Es decir, de ser, pensar, sentir y actuar distinto a otros, y de ser considerado por ello de manera igual como un ser humano único desde esa misma diferencia. No se respetó su derecho a ser distinto y por tanto ser tratado de manera igual que el resto.

[cita]Lo interesante es que al pensar qué harían estos tipos si tuvieran poder político por ejemplo, lo más probable es que impondrían por ley —por coacción— su pretendida homogeneidad racial o ideológica, persiguiendo a todo aquel que fuera desigual o que cuestionara su dogma de igualdad extrema. En otras palabras, y paradojalmente estarían quebrando el principio de igualdad ante la ley, pasando a imponer su criterio de igualdad particular, a través de la propia legalidad.[/cita]

Una cuestión aún más triste e irónica, es que los criminales que golpearon y torturaron brutalmente a Daniel, no sólo no lo vieron como un igual en tanto ser humano, sino que en sus retorcidas mentes parecen tener como dogma central la idea de una sociedad donde presumen que todos deben ser, pensar, sentir, creer y actuar de igual manera. Es decir, no aceptan ninguna diferencia. Desde esa concepción, claramente antiindividualista y en extremo igualitarista, llevan a cabo su acto de barbarie.

Lo interesante es que al pensar qué harían estos tipos si tuvieran poder político por ejemplo, lo más probable es que impondrían por ley —por coacción— su pretendida homogeneidad racial o ideológica, persiguiendo a todo aquel que fuera desigual o que cuestionara su dogma de igualdad extrema. En otras palabras, y paradojalmente estarían quebrando el principio de igualdad ante la ley, pasando a imponer su criterio de igualdad particular, a través de la propia legalidad.

Lo anterior implicaría una cosa clara: llevarían a extremos intolerantes y claramente totalitarios, la instauración de su paraíso igualitario. La igualdad perdería valor en sí, para volverse un instrumento del despotismo de unos cuantos, más iguales que el resto.

Por eso, al hablar y discutir sobre igualdad y diferencia, hay que tener presente que todos somos iguales en tanto seres humanos, por tanto, tenemos derecho a pensar distinto y actuar distinto, incluso con respecto a ese tema. En ese sentido, tenemos derecho a ser diferentes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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