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Colegio de curas: otra historia

Para mí, el colegio no fue una cárcel ni los curas unos carceleros. En el colegio aprendí la misericordia y la compasión. Aprendí que el mundo es mucho más grande que el barrio de clase alta en el que vivía. Aprendí a ser tolerante y plural. Aprendí que homosexuales y heterosexuales, indígenas y chilenos, mujeres y hombres, ricos y empobrecidos son mirados por Dios con el mismo cariño de Padre. Los curas no me amenazaron con el infierno, sino que me invitaron a mirar con esperanza la vida y con cariño el mundo.


Sentí una tristeza grande al leer la columna “Colegio de curas” que Juan Guillermo Tejeda publicó en El Mostrador. Yo también fui a un colegio de curas y tuve una experiencia tan distinta. Es cierto que yo salí del colegio hace veinte años y no hace cuarenta y que eso puede hacer más de alguna diferencia.

A mí el colegio no hizo otra cosa que ensancharme la vida. Guardo los mejores recuerdos de mi época del colegio. Recuerdo al cura Goyo Donoso, que arreglaba relojes, pegaba unos palos de golf en la cancha de fútbol, jugaba tenis con los alumnos y nos hacía clases de inglés con rigor y exigencia. Sabiendo latín y griego, nos enseñó a desentrañar el significado de las palabras. Nos saludaba siempre con la mano apretada y con una sonrisa. Otro cura, el tío Mario, era muy querido por todos. Era tierno y simpático. Gran pintor. Solía retratarnos y luego regalarnos el dibujo. Todos nos reíamos con el cura Juan cuando oíamos sus carcajadas retumbar en los pasillos.

En 8° básico casi me echan del colegio. Lo tenía medio merecido. Malas notas y peor comportamiento. A todos mis compañeros les entregaron la matrícula menos a mí. Montes, el cura rector, me llamó a su oficina un 27 de diciembre. Me dijo que yo podía más, que no podía farrearme los estudios y me pidió que volviera al día siguiente. Volví, me dio un abrazo y me dijo que confiaba en que yo podía repuntar y que estaba feliz de que me quedara en el colegio.

[cita]Para mí, el colegio no fue una cárcel ni los curas unos carceleros. En el colegio aprendí la misericordia y la compasión. Aprendí que el mundo es mucho más grande que el barrio de clase alta en el que vivía. Aprendí a ser tolerante y plural. Aprendí que homosexuales y heterosexuales, indígenas y chilenos, mujeres y hombres, ricos y empobrecidos son mirados por Dios con el mismo cariño de Padre. Los curas no me amenazaron con el infierno, sino que me invitaron a mirar con esperanza la vida y con cariño el mundo.[/cita]

Los curas me llevaron a vivir en barrios empobrecidos y periféricos de Santiago. Me enseñaron a compartir la vida y a aprender de la sabiduría de los más pobres. Me hablaron de Dios y de política. Gracias a ellos trabajé de obrero en una fábrica, trabajé como temporero en el campo y viví con familias mapuche en sus casas en la comunidad Pidenco, en la costa de Temuco. Para el aluvión en Peñalolén, en 1993, los curas suspendieron las clases y en la parte de atrás del camión del colegio nos llevaron a despejar el barro de las casas damnificadas.

En los campamentos Scouts, los curas nos invitaban a mirar el cielo estrellado, nos enseñaban los nombres de los árboles nativos. Nos enseñaron a rezar y a compartir. En esos campamentos, mientras más cochinos éramos, más felices.

Hace 21 años, el cura Alex nos invitó a subir los casi 5.000 m del cerro Leonera, al lado del Plomo. Celebramos la misa en la montaña. Desde ese momento que no he dejado de subir a los Andes. Yo ahora, también como cura, voy con jóvenes a la montaña y juntos contemplamos la naturaleza, compartimos la caminata y celebramos la misa en la catedral más linda de todas.

Para mí, el colegio no fue una cárcel ni los curas unos carceleros. En el colegio aprendí la misericordia y la compasión. Aprendí que el mundo es mucho más grande que el barrio de clase alta en el que vivía. Aprendí a ser tolerante y plural. Aprendí que homosexuales y heterosexuales, indígenas y chilenos, mujeres y hombres, ricos y empobrecidos son mirados por Dios con el mismo cariño de Padre. Los curas no me amenazaron con el infierno, sino que me invitaron a mirar con esperanza la vida y con cariño el mundo.

Aunque estandarizado y a veces rígido como todo colegio, para mí el colegio de curas no fue un recinto cerrado ni un tiempo de opresión. Fue un tiempo de anchura, esperanza y alegría. Que también tuvo harta dureza, pero la dureza y la dificultad del tiempo del colegio no tuvo que ver tanto con los curas como con la vida misma.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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