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Meterle miedo a la clase media Opinión

Meterle miedo a la clase media

Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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En el marco de una reforma tributaria orientada a que pague más impuestos el 5% más rico de Chile, han surgido voces que dibujan nubarrones para convocar a fantasmas de la época de la Unidad Popular, carentes de cualquier precisión histórica y de un serio y ecuánime análisis político. Las propuestas del Gobierno de Bachelet buscan estrechar las brechas de desigualdad del país y dar un salto de nuestros recursos humanos en un mundo globalizado de férrea competencia, en el que el país acusa algunos serios rezagos.


La dictadura instauró en los 80 una protección social en salud y pensiones individualista. Vilipendiando los principios de solidaridad y universalidad, y con políticas de focalización para los pobres, se prometía a los sectores medios y de altos ingresos el mejor de los mundos. La municipalización de la educación y otras medidas en ese sector fueron su contraparte.

Se seguía al pie de la letra el dictum de Margaret Thatcher: “La sociedad no existe”. Y, en el caso de Chile, por si acaso esta emergía insolentemente, estaban las armas para contenerla. Amplios sectores medios e incluso alguna gente de pocos recursos creyeron en la promesa de que recibirían los frutos de una política social individualizada, pese a que ésta se ajustaba mediante los precios a los riesgos de cada cual: vicisitudes laborales, enfermedades crónicas de alto costo, colegios de calidad dudosa. El espejismo y el oasis se fueron desmoronando.

Como circunstancias políticas coadyuvantes, debieron pasar a los libros de historia en Chile los “Pinocheques”, “el Boinazo”, las cuentas en el banco Riggs, Baltasar Garzón y la London Clinic. Y, en el plano económico, debió tener lugar la crisis económica global para que se cimbraran los cimientos de la confianza ciega en los mercados, en su presunta racionalidad y la fe en la desregulación, preceptos todos que incluso se infiltraban en alguna tecnocracia de la Concertación.

[cita]Las clases medias, desconcertadas con sus bajas pensiones, se verán beneficiadas por una Administradora Estatal de Fondos de Pensiones, a la cual puedan adherirse voluntariamente, si esta cobra menores comisiones, brinda mayores rendimientos al no instrumentalizar las inversiones al servicio de un puñado de bancos y grandes empresas y si se aferra a una regulación que no somete a riesgos los fondos. También se beneficiarán con una educación gratuita y de calidad. Tomó algunos años que cayeran las vendas de los ojos. De allí el carácter inédito de la constelación política del presente.[/cita]

El movimiento estudiantil que emergió tras la traición a los “pingüinos” llevó impetuosos a los sectores medios a la calle y convocó a varias generaciones. Las calles de Santiago y del país se convirtieron en un verdadero crisol, donde se vertían insatisfacciones y protestas. Estaban allí los endeudados de las multitiendas, los que habían pagado créditos estudiantiles tan caros como de bajo rendimiento, los que habían abandonado las ISAPRES por tener preexistencias y por haber envejecido, los indignados con los fraudes de La Polar y de otros, los afectados por las bajas pensiones del sistema AFP.

El movimiento estudiantil, maduro en su capacidad propositiva y de diálogo, logró desplazar la valla de lo posible, al acuñar un horizonte de lucha: no a la educación con fines de lucro. Se sucedieron discusiones y primó finalmente la idea de que la reforma requiere que paguen más impuestos quienes más ganan, para que todos los chilenos reciban una buena educación gratuita y de calidad, porque vía impuestos ella se financia conforme a los ingresos de cada cual.

Se avizora, además, avanzar contra la segregación por calidad, para crear espacios de ciudadanía y cohesión en las aulas.

Era la rebelión de las clases medias.

En el marco de una reforma tributaria orientada a que pague más impuestos el 5% más rico de Chile, han surgido voces que dibujan nubarrones para convocar a fantasmas de la época de la Unidad Popular, carentes de cualquier precisión histórica y de un serio y ecuánime análisis político. Las propuestas del Gobierno de Bachelet buscan estrechar las brechas de desigualdad del país y dar un salto de nuestros recursos humanos en un mundo globalizado de férrea competencia, en el que el país acusa algunos serios rezagos. De allí, la falta de rigurosidad histórica y la mala intención política de tales afirmaciones.

Las clases medias, desconcertadas con sus bajas pensiones, se verán beneficiadas por una Administradora Estatal de Fondos de Pensiones, a la cual puedan adherirse voluntariamente, si esta cobra menores comisiones, brinda mayores rendimientos al no instrumentalizar las inversiones al servicio de un puñado de bancos y grandes empresas y si se aferra a una regulación que no somete a riesgos los fondos. También se beneficiarán con una educación gratuita y de calidad. Tomó algunos años que cayeran las vendas de los ojos. De allí el carácter inédito de la constelación política del presente. ¿Soliviantar con fantasmas a los sectores medios? ¡No, señores! Ello sería urdir un nuevo engaño histórico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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