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El Juego del Ultimátum y el Instituto Nacional

Álvaro Mardones Rivera
Por : Álvaro Mardones Rivera Profesor de Biología. U Católica de Valparaíso. Chile Mg Educación. U. del Desarrollo. Estudiante Doctorado Educación. U Arcis.
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La medida final, del ministro de Educación Nicolás Eyzaguirre (ex FMI, ex Verbo Divino, ex comunista), es garantizar que estos focos de “injusticia” sean eliminados, usando para ello el argumento de acabar con la “arbitraria” selección de los liceos públicos y manteniendo la Libertad de Enseñanza de los colegios privados.


El Juego del Ultimátum es un experimento utilizado en la psicología evolucionista (darwiniana) y herramienta experimental del conocido economista estadounidense Vernon Smith, donde 2 oponentes deben repartirse dinero en una única oferta. Generalmente, la repartición cumple el principio de la igualdad, en donde cada uno se lleva el 50% del dinero en juego. Lo extraordinario, descubierto por Smith, que le valió el Premio Nobel (2002), fue que en ciertos contextos de jerarquía social la repartición no era igualitaria. Sólo por el hecho de que uno de los oponentes fuera concebido con mayor estatus social por el otro la repartición comenzaba a ser desproporcional. Si, en un contexto social, ambos asumían que uno tenía mejor derecho que el otro, debería recibir un monto superior de dinero.

Vernon Smith, antes de comenzar el experimento, los hacía competir en un juego de conocimientos básicos, quien ganaba tenía el derecho de ofrecer el dinero y generalmente se llevaba el 60% o más dólares en juego, con el beneplácito del contrincante, que comprendía que existía justicia en ello –mayor conocimiento–, poseía mayor jerarquía y era de justicia que se llevara más. Pero, lo más notable, es que Smith fue más lejos y en una variante del Juego del Ultimátum, para asegurar la percepción de mayor jerarquía de un oponente frente al otro, arbitrariamente le asignaba una estrella de cartón en la solapa a uno y al otro no, dando la explicación de que esa estrella significaba mejor derecho y superioridad, por motivos y argumentos francamente arbitrarios o simplemente porque sí.

Curiosamente, en esta variante, el jugador con la estrella de cartón en la solapa, se llevaba el 60% o más del dinero (dólares) a beneplácito del “perdedor”, que comprendía que la repartición no igualitaria era justa, por la “mayor jerarquía social” del otro, que fue ganada simplemente porque el azar o el dueño del experimento (Smith) lo decidió.

La primera variante del experimento se ha replicado en muchos países y se ha descubierto que en aquellos donde hay una fuerte desigualdad social, la repartición del dinero entre ambos oponentes es muy dispar a medida que los países tienen diferencias sociales muy marcadas.

[cita]La medida final, del ministro de Educación Nicolás Eyzaguirre (ex FMI, ex Verbo Divino, ex comunista), es garantizar que estos focos de “injusticia” sean eliminados, usando para ello el argumento de acabar con la “arbitraria” selección de los liceos públicos y manteniendo la Libertad de Enseñanza de los colegios privados.[/cita]

Quiere decir, entonces, que en las transacciones económicas los de que se perciben con mayor jerarquía tienden a ser favorecidos desproporcionadamente sobre aquellos que se sienten inferiores en la escala social. En cambio, dos individuos que se perciben de la misma jerarquía social tienden a equilibrar la transacción económica. Es fácil imaginar qué ocurre en una sociedad donde abunda la discriminación racial, social, educacional o sexual. Quien queda ubicado más bajo en la pirámide, sólo por arbitrio, es desfavorecido en cualquier juego económico con alguien de mayor estatus. Por tanto, se crea una sociedad de alta desigualdad social y económica. Se puede decir que la discriminación, de por sí siempre arbitraria, es un buen negocio para los que están arriba, ya que les permite una mayor asimetría en la transacción económica, por medio del fomento de la concientización, usando argumentos de todo tipo que justifiquen el derecho de tener mayor ascendencia social, frente aquellos que no se han «ganado» ese derecho, que obviamente deben aceptarlo, si no se generaría una obvia rebelión.

La jerarquía obtenida por medio de una competencia de talentos (en este caso, conocimiento), permitió a un primer oponente ganar el derecho de obtener más dinero que el segundo. Y, en el segundo caso, sólo producto de una decisión impuesta y arbitraria, se gana el derecho a llevarse más.

En la cuestión del fin de la selección en los liceos emblemáticos, se entendería muy bien el conflicto aplicando los descubrimientos del Juego del Ultimátum. Los estudiantes que dan la prueba de conocimientos y quedan seleccionados en el Instituto Nacional se han ganado ese derecho, que finalmente los llevará a entrar con mucha seguridad a una carrera universitaria que les permitirá tener mayores recursos económicos a futuro. Miles de familias intentan que sus hijos e hijas entren a los liceos tradicionales justamente para asegurarse un buen futuro económico, sin cuestionar su ascendencia y mejores ingresos económicos.

Además, en muchos países, incluso socialistas, como en Cuba, existe la selección en aquellos establecimientos escolares secundarios donde hay especialidades (por ejemplo, el Colegio Artístico de Matanzas, donde postulan miles y sólo unos pocos cientos son aceptados). El talento, en una sociedad justa, es premiado con un buen pasar económico.

Pero, ¿qué ocurre con la parte más escabrosa del experimento de Smith? El asegurar un buen retorno económico y por un mejor estatus social, no por talento, sino por imposición arbitraria, justificable o no, también permite un aseguramiento económico o, en otras palabras, mejores ganancias o rentabilidad.

Ya es reconocido en el debate público chileno que la desigualdad de calidad en la educación escolar es arbitraria, que lleva a la inequidad. Que el estatus social es fundamental en una sociedad estratificada en clases sociales. Que las escuelas cumplen el papel de un trampolín para saltar a un mayor estatus social, a falta de talento. Las redes sociales y laberintos del poder aseguran estar arriba de la pirámide social, ese rol lo cumplen los colegios de la “elite”.

Los Colegios Cumbres, Tabancura, Verbo Divino, de frentón no seleccionan porque ello trae implícito el escoger por algún talento, sino más bien segregan, ya que excluyen a quienes no tienen los recursos para pagar sus mensualidades.

Las familias chilenas comprenden muy bien esto y es por ello que necesitan de esa estrella de cartón en la solapa, esa estrella de ascendencia social, escalar en la pirámide lo más que les permita su capacidad de endeudamiento.

Muchas escuelas, sus sostenedores, excluyen a alumnos y profesores que no pertenecen a su misma religión y muchas otras, usando el discurso del Proyecto Educativo, también impiden el ingreso, incluso desde el prekínder.

Es evidente que las esquirlas de la Segregación golpean al Talento que se va desarrollando cuando los niños se convierten en adolescentes. Y son muchas escuelas secundarias las que se especializan en el desarrollo de estos aprendizajes diferenciales.

El Instituto Nacional, Carmela Carvajal, Aplicación, INBA, Lastarria, y tantos otros, sólo escogen a aquellos estudiantes que han demostrado talento en las áreas cognitivas de lenguaje, ciencias y matemáticas. Estos liceos son, eminentemente, de cultura academicista, preparan para las carreras universitarias en las ciencias, leyes e ingenierías. No hay en Chile, o son muy pocos, liceos especializados en las artes, deportes, idiomas. Donde se desarrollen los talentos en más temprana edad. En la enseñanza básica, por sensatez, no debe haber selección, ya que los talentos se están desarrollando sólo cuando el alumno y alumna se enfrentan por primera vez a una nueva disciplina. Pero en secundaria muchos niños y niñas ya vienen con un camino recorrido pero no tienen dónde ir a perfeccionarse.

Es intolerante que, en vez de permitir la emergencia de más Liceos de excelencia de todo tipo, como ocurre en Cuba, que no le tiene miedo a la palabra selección, en Chile se empuje a miles de estudiantes secundarios a tener la misma formación hasta los 17 años, en las escuelas públicas. ¿Un talento en violín, pintura, gimnasia, natación, fútbol, en matemática, ciencias, debe esperar hasta los 18 años o más para tener más tiempo y entrenamiento en lo que le gusta hacer?

El acabar con la Selección en 7° básico en las liceos públicos y no ofrecer nada a cambio, por ejemplo mejoras como 25 alumnos por clase, 50% de horas no lectivas y mejores sueldos docentes, diversificar la malla curricular, saltar del conductismo a constructivismo o humanismo pedagógico; peor aún, y no tocar ni un pelo a la segregación evidente que hace la alta burguesía y las escuelas religiosas, es altamente descriteriado, teniendo tanta evidencia y experiencia mundial respecto a que el modelo chileno tiende a la segregación social, que se ataque a la selección escolar. Como si el izquierdismo renovado tuviese un sentido de culpa por promover lo selectivo, pero sospechosamente no apuntan a la segregación de las escuelas privadas, que reproduce la pirámide social.

Es cierto que es positiva la anulación del copago, de las selecciones en la Básica, ya que fomentan justamente la exclusión arbitraria, pero hundir a los liceos públicos no es ninguna solución, empeora todas las cosas.

La presencia de las Escuelas secundarias emblemáticas, que apuestan a la selección, evidentemente incomoda a las “elite”, que no matricula ya hace años a sus hijos allí. Molesta que los liceos públicos demuestren año tras año mayores niveles de aprendizajes, a nivel Simce y PSU, que les enrostren a las “elites” que aún el talento ganado con esfuerzo es valioso.

Las “elites” escudan la segregación y la exclusión social en sus colegios pagados por medio del argumento de la libertad de enseñanza, “ya que los padres son los que escogen la educación que les darán sus hijos”. Educación de calidad, dirán ellos, y demostrable año tras año en los rankings Simce y PSU publicados por diario El Mercurio. Colegios de pocos alumnos por sala, mejor infraestructura, recursos, mejores sueldos docentes, proyectos educativos interesantes y avanzados, que atienden a familias con un fondo cultural sólido, y bien alimentados. Es por ello que no se entiende bien que los estudiantes del Instituto Nacional, con 45 alumnos por sala, con mala infraestructura, profesores peor pagados y de familias repartidas en toda la cuenca del río Maipo, obtengan mejores resultados.

Para empeorar las cosas, los alumnos y alumnas de estos liceos públicos han sido punta de lanza de las movilizaciones estudiantiles del 2006, 2008 y 2011. Alumnos y alumnas aplicados, estudiosos, críticos y politizados, más aún, activistas, en donde se encuentra la mayor densidad de conspiradores por metro cuadrado. Ya es demasiado para soportar por parte de la política tradicional.

La medida final, del ministro de Educación Nicolás Eyzaguirre (ex FMI, ex Verbo Divino, ex comunista), es garantizar que estos focos de “injusticia” sean eliminados, usando para ello el argumento de acabar con la “arbitraria” selección de los liceos públicos y manteniendo la Libertad de Enseñanza de los colegios privados.

El rimbombante argumento del ministro Eyzaguirre, es el efecto par, en donde el talento se contagia, y repartirlo a lo largo y ancho de la cuenca del río Maipo es, en la imaginación del secretario de Estado, sembrar la semilla de calidad en cada una de las escuelas de la Región Metropolitana. El efecto par, en consecuencia, será la salvación de la educación pública. Cuatro mil estudiantes del Instituto Nacional y otros tanto del Liceo 1 de Niñas, debieran ser repartidos en 5 mil liceos de Chile, lo que aseguraría, por aquel efecto, que se contagie la disciplina a los demás estudiantes, y el Estado y Sostenedores estarían más que satisfechos y agradecidos de los alumnos más aplicados. Sólo deberíamos esperar tamaña generosidad de nuestra juventud más talentosa del país. El talento se gana, no se reparte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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