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De poderosos y reformas


Hay una escena en la película Un hombre de dos reinos (de Fred Zinnemann) en la que Thomas Cromwell le explica la situación a Richard Rich: “Sé de un hombre que quiere cambiar su mujer… en este caso es nuestro señor, Enrique, el octavo de ese nombre, lo que es una manera pintoresca de decir que si quiere cambiar su mujer, lo hará. Nuestra tarea como administradores es minimizar la inconveniencia…”

Algo parecido podría decirse de la reforma tributaria: “Hay una mujer que quiere cambiar la recaudación de impuestos, y como esa mujer es la presidente Chile, contando con mayoría en ambas cámaras, lo hará”. Los lacayos del gobierno tratarán de esto no cause muchos inconvenientes, pero hay muy poco, por no decir nada, que puedan hacer los “poderosos de siempre” para impedir la reforma tributaria. Los inconvenientes pueden ser molestos –y los hay, a juzgar por lo poco que se ha expuesto Michelle Bachelet– pero no pueden frenar a los poderes ejecutivo y legislativo unidos.

Los analistas políticos tendrán tiempo para discutir que opciones le quedan a la oposición. Quizás lo mejor que pueda hacer es ordenarse, para ganar la próxima elección (cuatro años pasan rápido) y revertir los cambios y reformas que haga el gobierno actual.

Puede que haya mejores opciones, pero el hecho es que están todas en el futuro, y eso ya es una lección. Para hacerla más explícita, se puede recurrir a otra escena, de una película más reciente, pero menos conocida: en Damiselas en apuros (de Whit Stillman), uno de los personajes le explica a otro que no se puede estar en contra las fraternidades universitarias porque estén llenas de idiotas y sean elitistas, ya que ambas cosas son incompatibles.

La élite chilena, por lo visto, no parece muy inclinada a seguir siéndolo. Fue advertida repetidas veces de lo que venía. Bastó que se calificara a las advertencias como “campaña de terror” y a quienes las hacían de exagerados o fanáticos, para se dejaran de lado. Ahora es tarde para lamentarse. Después de la reforma tributaria vendrá la educacional, y ya hay algunos con los ojos puestos en los colegios privados.

Mucho de esto podría haberse evitado con una acción previa más decidida, que tendrá que quedar para unos años más si es que se puede hacer algo entonces. (Los que tienen algo significativo que perder podrían calcular, ahora, cuánto les habrían costado donaciones a las campañas parlamentarias afines a una economía libre, versus cuánto les costará la reforma; si en realidad era un desperdicio de plata fomentar y apoyar centros de estudios y pensamiento; si ser apoderado de mesa era un esfuerzo más allá de lo razonable, etc.). Contenta con disfrutar de un sistema estable y beneficioso, la elite no supo caer en la cuenta de las cosas buenas necesitan ayuda si han de durar.

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