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Entre la Libertad y la Igualdad

Mark Buscaglia Solé
Por : Mark Buscaglia Solé Secretario Regional Ministerial de Economía.
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Los procesos emancipadores del siglo XIX estuvieron marcados por una clara influencia de la llamada Revolución Francesa, que reemplazó el control de la producción y administración política, prescindiendo de la monarquía absolutista por una emergente burguesía representada por los artesanos y los productores agrícolas. Las ideas de la ilustración entonces, habían logrado permear en todos los niveles económicos de la sociedad, agrupando a la gente detrás del significado de la Igualdad y la Libertad.

De esta manera, la sociedad dio un enorme paso al ir desde una situación donde los nobles concentraban una enorme cantidad de privilegios, a otra donde el esfuerzo era colocado en la búsqueda de bienestar para los trabajadores. El proceso así iniciado y que a la postre influenció robustamente en la gesta libertadora del ejército de Los Andes, estuvo dominado por la discusión social y política impulsada por libre pensadores que dominados por los argumentos fueron capaces de establecer nuevas realidades objetivas. Al estructurarse los desafíos sociales de construir un mundo basado en la libertad y la igualdad, los pensadores, políticos, filósofos y economistas que empujaron esas transformaciones basadas en la razón, estaban estableciendo marcos de ideas que hasta el día de hoy influyen sobre nuestro mundo.

La libertad fue entonces uno de los pilares fundamentales de la construcción del estado moderno; la necesidad del individuo de escoger sus caminos, de construir su entorno, de elegir entre un abanico de opciones ideológicas, morales, valóricas y materiales, se levantó en millones de voces que finalmente gritaron en América Latina exigiendo la proclamación de la República, para conocer luego el nacimiento de Chile y sus países hermanos. De la misma manera, la igualdad se erigía como el segundo gran pilar que habría de sostener al estado post monárquico, porque para ser libres era necesario distanciarse de la injusticia que subyace en la riqueza excesiva de unos y la pobreza indignante de otros. De alguna manera ha sido nuestro propio mundo el que se ha dado cuenta de que la libertd y la igualdad son dos valores inseparables, que como dos columnas soportan el arco ingenieril de la democracia.

Es interesnte mirar la historia y los marcos teóricos referenciales que dominaron los distintos procesos de los pueblos; nuestra américa mestiza e indígena tomó en algún momento la opción de liberarse del yugo de la explotación de la corona española, esta fue una decisión libre, basada en el autoreconocimiento del Ser iguales y no inferiores a los monarcas y sus ejércitos dominadores. Entendimos que para ser libres debíamos dejar atrás la imagen del pueblo inferior que recibe los favores del desarrollo, entendimos que para ser libres primero debíamos ser Iguales.

El trabajo sostenido y permanente en pos de la igualdad –enarbolado por los patriotas americanos e identificable en actos concretos como la abolición de la esclavitud, la implementación del sistema educacional, etc- ha permitido que los ciudadanos ejerzan el voto, que asignemos valor objetivo al trabajo y que se remunere efectivamente, que existan los sindicatos, asociaciones gremiales y cooperativas ¿Podríamos soñar siquiera con una sociedad libre sin que la desigualdad social y económica estuviese solucionada?

El debate hoy nos retrotrae a los cabildos de los heroicos libertadores de América, ellos que en base a la fraternidad organizada buscaron construir un sistema social basado en la horizontalidad de los derechos y la libertad de conciencia. Cuán lejos estamos hoy al reducir el debate a la libertad de consumir, a la libertad de optar por bienes de consumo que a todas luces se concentran en segmentos reducidos de la población.

Chile y su gente se han propuesto seguir caminando por las sendas trazadas por esos hombres y mujeres guiados por Rodríguez, Carrera, O´Higgins o Camilo Henríquez.

Buscando la libertad en base a la consolidación de la igualdad. Es imperante reducir las horrorosas y anti cristianas diferencias que existen entre el 10% de la población más rica y el 90% de los trabajadores y trabajadoras que subsisten sin que el estado asegure sus derechos ciudadanos. Debemos comprender que nuestra soberanía y libertad dependen de avanzar hacia un régimen que distribuya las riquezas emanadas de las vetas mineras y de los mares, para aquello es necesario sincerar que sólo un 8,6% de los trabajadores chilenos gana más de $900.000 y que la sobre mencionada “clase media” está compuesta por el 83,3% de los trabajadores que ganan menos de $600.000

¿Podemos en este marco de injusticia defender la libertad de consumo? Esta condición estructural es la que nos moviliza a impulsar transformaciones que permitan asegurar derechos a nuestros conciudadanos, una educación gratuita y de calidad por ejemplo, que será financiada permanentemente gracias a una urgente Reforma Tributaria, para que el conocimiento no sea facultad privativa de unos pocos y para que el destino de la República sea el que alguna vez soñaron los fundadores de nuestra patria.

Resulta extraño contemplar hoy nuestra sociedad, cómo alejados del espíritu que construyó nuestra república hemos puesto la libertad de consumir por sobre la igualdad de vivir. Cómo hemos permitido que la riqueza económica y la política se distribuyan de manera inequitativa, cómo a vista y conocimiento de toda estructura e individuo existen personas que sufren debido al escaso acceso a condiciones básicas para la subsistencia. Hay algunos que, enmarcados en ideas del liberalismo económico, sostienen que la máxima que permitirá a la humanidad alcanzar el bienestar es la libertad para elegir artículos de consumo, y exigen libertad para optar por un colegio, o una casa, o un vehículo.

(*) Texto publicado en El Divisadero

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