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¿Será que el tiempo nos dio la razón?

Carlos Cantero
Por : Carlos Cantero Geógrafo, Máster y Doctor en Sociología. Académico, conferencista, consultor y escritor. Ha sido alcalde, diputado, senador y vicepresidente del Senado de Chile.
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Habitualmente me preguntan por mi militancia política: algunos me reprochan haberla dejado, otros se alegran de la limpieza del partido, los menos reclaman lealtades o deslealtades. Hace 8 años, en el Servicio Electoral, presenté mi renuncia a Renovación Nacional, el divorcio se produjo por la deriva política que tomó el partido, era diferente de la que originalmente me atrajo, de la forma cómo entendía y entiendo la política.

Lo que hice al alejarme de la vida partidista fue evitar tensiones o profundizar divisiones. Renuncié cuando unos pocos creyeron comprar el partido, como se compra una empresa y lo manejaron a su antojo, a la imagen de dueños, gerentes y empleados, como ahora ha quedado demostrado. Pensé que mi renuncia  provocaría autocrítica, que algo pesarían los años de construir partido, pero, en algunos primó la soberbia, en otros la autocomplacencia y en los más la permisividad, cuando no la dependencia del poder del dinero, simplemente siguieron en lo mismo, dejando de lado nuestro reclamo, el sentir ciudadano, sometiéndose a los dictados de los príncipes del mercado.

Mis períodos de parlamentario fueron una pelea constante con los dirigentes, especialmente con los mecenas, es decir, los que ponían la plata para mantener el partido y financiar campañas electorales.  Mis diferencias fueron políticas, por un mayor énfasis y compromiso en el rol social del Estado: educación, salud y seguridad ciudadana, con dignidad para cualquier chileno que lo requiriera.  No tengo trancas con el lucro, ni con el rol del mercado, pero entiendo que para que este funcione es imprescindible que el Estado cumpla el rol de cautelar el bien común.

También, fui crítico de la intervención del dinero en la política. Pero no de ahora, cuando se ha transformado en moda y muchos catones increpan vociferantes, sino que desde una década antes, cuando nadie hablaba del tema, como está acreditado en la prensa: allí están mis dichos al señor Délano (Choclo Délano) en la Revista Cosas, o mi enfrentamiento de varios años con don Carlos Larraín y otros, por la misma razón.

Yo promuevo una centro-derecha mucho más social, liberal en lo económico, pero, también en lo valórico-cultural, respetuosa de la diversidad y con carácter inclusivo, ajeno a cualquier actitud sectaria; creo en el rol del mercado, siempre que el Estado mantenga y asuma su rol de cautelar el bien común, de generar bienes públicos y cumpla su tarea de proveer servicios públicos de calidad y con dignidad a todo chileno que lo necesite. He aplaudido el éxito económico del modelo, pero he criticado el resultado social: la mala distribución del ingreso, he repudiado la teoría del chorreo, calificándola de inhumana y atentatoria a la dignidad de las personas; la concentración de la riqueza en unos pocos; el deterioro socioeconómico de la clase media; que muestra una evidente movilidad descendente, cada vez más empobrecida, véase los hospitales públicos y sus servicios; la situación de la educación pública; la condición socioeconómica de los profesores; de los trabajadores del sector público; la pérdida de los espacios y bienes públicos; la privatización de amplios espacios del borde costero, de los puertos; aeropuertos; y hasta las carreteras; etc.

[cita] Qué pasará por la cabezas de estas personas, que ahora vemos a Hernán Larraín, Presidente de la UDI, diciéndonos que él no es de derecha y que la UDI tampoco lo es. ¡Qué estamos equivocados en nuestra percepción! Llama la atención como reniegan de aquellos a quienes les besaban las manos a cambio de favores y financiamiento para las campañas, aunque solo fuera con un raspado de la olla. ¿Será que el tiempo nos dio la razón a todos quienes partimos, renunciando por convicciones profundas? [/cita]

La perspectiva del tiempo muestra que mi salida de Renovación Nacional no fue un evento aislado y terminó resultando un proceso, que con posterioridad produjo una masiva salida de personas que vieron lo mismo que había denunciado antes. Las renuncias se sucedieron  y, por cierto, aún no terminan. Al punto que ahora, tardíamente en mi opinión, la cúpula de RN llama urgentemente, señalando que se está contrarreloj, para formar un nuevo referente, más amplio, plural, democrático, respetuoso e inclusivo. En eso hemos visto a Allamand, Espina y otros. ¿Qué ha cambiado? Que ahora repiten lo que durante tantos años pedimos con humildad y respeto político y nunca estuvieron dispuestos a conceder. ¿Cómo asumirán la intransigencia? ¿O piensan que se trata de borrón y cuenta nueva? ¿Cómo encantarán a aquellos a los que (nos) obligaron a diferenciarse, por vía de la renuncia?, a los que anunciamos la debacle que venía por la falta de sentido político.

Qué pasará por la cabezas de estas personas, que ahora vemos a Hernán Larraín, Presidente de la UDI, diciéndonos que él no es de derecha y que la UDI tampoco lo es. ¡Qué estamos equivocados en nuestra percepción! Llama la atención como reniegan de aquellos a quienes les besaban las manos a cambio de favores y financiamiento para las campañas, aunque solo fuera con un raspado de la olla. ¿Será que el tiempo nos dio la razón a todos quienes partimos, renunciando por convicciones profundas?

Como contraparte miro con admiración y respeto el intento (de Lily Pérez y otros) por fundar un partido que permita abrir nuevas miradas y sensibilidades a una centro-derecha muy distinta a lo que ha terminado siendo aquella de la que formamos parte.

Siempre he tratado de ser coherente con lo que soy y pienso en política, cuando dejé la militancia, lo hice por convicciones, por las incoherencias asumidas por otros, por el atropello arrogante de la mesa que presidió C. Larraín. Lo hice como un gesto hacia quienes debían actuar con coherencia y valentía, pero que, en cambio, miraron hacia el techo. Debo confesarlo, me sentí muy defraudado de parlamentarios muy cercanos a mí, por su frivolidad y falta de coherencia .

Para aquellos dirigentes que aún ahora en medio de la peor crisis del sector, no asumen sus responsabilidades en el desastre político, o esos otros miopes que acusan de desleales a los que con coherencia y dolor abandonaron una militancia que ya no les resultaba propia, ni les identificaba, les respondo: hemos sido extremadamente coherentes y consecuentes. En mi caso, asumí los costos de ser leal con mis ideas, con mi propia consciencia, con mis convicciones. Sin embargo, siento que he triunfado en esas ideas, que mi diagnóstico que tanto molestó a algunos tenía fundamento, eso hoy se observa con total elocuencia en medio de la debacle. Me siento en paz, camino por la calles sintiendo el respeto ciudadano, no fui ni seré monigote de déspotas, ni de aquellos que no respetan dignidad y creen que su dinero lo compra todo.

Comparto la crítica social a la política y a los políticos, lo que alcanza a todos los sectores. Pero la democracia funciona con partidos políticos, con actores políticos y con ideas que se expresan en políticas públicas, esa la única forma de funcionar. Por lo tanto, el rol de la sociedad civil, de la ciudadanía, en más importante en esta crisis, de ellos dependerá a quienes se elegirá y los contenidos que involucra programáticamente esa elección. No se trata de simpatías ideológicas, en el país se requiere la independencia y madurez para saber elegir de entre las ofertas y los candidatos. La política depende de lo que hagan los ciudadanos al elegir, y que los políticos actúen con coherencia y consecuencia, fieles a sus convicciones y no a los intereses económicos de quienes han impuesto, también en la política, la lógica del chorreo.

La Nueva Mayoría y su Gobierno tienen su propia peregrinación, que abordaremos en otra “Mirada”. Por ahora nos ocupa hacer frente al nuevo llamado unitario con que clama la derecha, para advertirles que surgen, a raudales, múltiples interrogantes de las que estos liderazgos tendrán que hacerse cargo:

¿Quién asegura que no se trata de utilizar a los independientes, a las personas del centro, a los limítrofes, que hacen la mayoría, con intereses electorales, para luego dejarlos librados a su suerte como ocurrió en el pasado reciente? ¿Se seguirá con el gatopardismo, diciendo que todo cambia, para que finalmente nada cambie? ¿Se puede continuar haciendo oídos sordos al clamor ciudadano por un Estado más eficiente y solidario? ¿Pueden el mundo político, en general, y la derecha, en particular, seguir mirando para el techo frente al abuso? ¿Se seguirá privatizando prácticamente todas las dimensiones de la vida en comunidad? ¿Qué se puede decir a aquellos que aún resienten el estilo mostrado no solo por la cúpula de la Alianza, sino que, además, caracterizó a ese gobierno, que se volcó hacia los tecnócratas que venían desde las empresas de la derecha económica, copando los altos cargos públicos para servir intereses de sus auspiciadores? ¿La derecha tradicional seguirá mirando con distancia o rechazando aquello que no es igual al fiel de su balanza?

Surgen muchas interrogantes, mientras más golpeados (la persona u organización), mayor será la resistencia que expongan, especialmente aquellos que se han sentido maltratados. Veremos cómo en el sector se hacen cargo de estas y otras interrogantes, de cuya reacción, seguro, dependerá el destino de esta iniciativa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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