Publicidad

Entre tanto ‘maestro Siruela’, ¿por qué no promover cooperativas de docentes?

Daniel Tillería Pérez
Por : Daniel Tillería Pérez Magíster en Educación Artística
Ver Más


Siruela, con S, es un pueblo de la provincia extremeña de Badajoz, España, y maestro Siruela es un personaje proverbial, surgido del ingenio popular, de allí el dicho «como el maestro de Siruela, no sabía leer ni escribir, pero puso escuela». Esta expresión es muy pertinente para nuestro país, podríamos aplicarla a un importante puñado de «sostenedores», que descubrieron el filón de oro con la descentralización de la educación pública durante la dictadura pinochetista, época  en que les resultaba exactamente igual instalar un puesto de churros o abrir una institución educativa; al fin y al cabo, si el Estado paga, business is business.

El fruto de estas políticas privatizadoras y de achicamiento del Estado, que hasta el día de hoy lamentamos y pagamos sus consecuencias, nos condujeron al abrupto debilitamiento de la calidad educativa y a la concreción del lucro más descarnado. Instalar un centro educativo en zonas vulnerables sería la nueva gallina de los huevos de oro, que daría paso a una casta emergente, los sostenedores, algunos de rimbombantes apellidos, otros pertenecientes a familias patricias, mientras otros comenzarían a engrosar la lista de los nuevos ricos.

No obstante, desde el advenimiento de la democracia, no hemos hecho más que hablar, golpearnos el pecho y soslayar la educación especulativa, sin poner freno categórico a dichas prácticas espurias. En tanto, los sostenedores de ayer, ¡siempre listos!, han comenzado a reciclarse, no vaya a ser que con la Reforma el negocio se les esfume; entonces, volvemos a enarbolar el estandarte de calidad educativa, pero pocos apuestan a dar el salto exponencial que precisamos como país; hablamos de escuela pública y seguimos manteniéndoles el kiosco a las corporaciones, que bien saben de ganancias, pero muy poco de niños, educación y docencia; hablamos de reforma educativa, pero siguen mezquinando los recursos para implementarla; hablamos de currículo, pero el vigente no da respuestas a las reales necesidades educativas del Chile de hoy y nos regocijamos de blá blá en blá blá,  sin considerar, una vez más, la centralidad del rol docente, que siempre se queda afuera de cualquier toma de decisiones.

Nadie ha puesto en el núcleo del debate la idea elemental que nos indica que para reposicionar nuestra alicaída educación es imperativo involucrar e integrar a los que están a diario en las escuelas, frente a sus alumnos, en las aulas, enseñando a aprender, enseñando a pensar, enseñando a ser ciudadanos, enseñando a ser mejores personas, enseñando a ser sujetos críticos y reflexivos. Esos son los profesores, los enseñantes de nuestras escuelas a lo largo de nuestro angosto Chile, los maestros, gremio sufrido y postergado si lo hay.

[cita] Generar los cambios que necesitamos para seguir avanzando como país y como sociedad es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros, pero a nuestros dirigentes debemos exigirles que, por lo menos, se les caiga una idea innovadora, superadora, que vaya en beneficio de todas y todos. Mientras ciertas instituciones son cuestionadas y desaparecen u otras se desmoronan ante los ojos de la sociedad, la escuela sigue abierta a la comunidad, dando respuestas, continúa siendo hoy la institución que congrega, que iguala, que integra, que incluye, que contiene y asiste, que forma y enseña. [/cita]

La educación es inversión a largo plazo y no un negocio, tampoco un agujero negro. Para afianzar los cambios urgentes que se precisan, hagamos las cosas distintas, planteémonos para ella un vuelco concluyente, transformador, sustantivo, basta de parches, no sirven, aún los sufrimos; convengamos en que los sostenedores son, ante todo, comerciantes, únicamente pretenden defender y continuar con ganancias para beneficio personal, lucrar con un derecho humano inalienable, consagrado en la Constitución, Constitución pinochetista, pero es la que heredamos y la que, por ahora, tenemos (¡mal que nos pese!).

Los sostenedores han obtenido jugosos dividendos, ¡y qué mejor que hacer negocio con el Estado, pues hecha la ley, hecha la trampa! Y a las pruebas me remito: beneficios tributarios, desvío de fondos para actividades alejadas de la vida académica, magros salarios al personal docente y no docente, otros «a contrata» o «free lance», desinversión, alumnos fantasmas, etc., o sea, negocio redondo, ¿por qué habría que seguir «sosteniéndolos» con nuestros impuestos?

En mi proyecto de país, en mi proyecto de sociedad y en mi proyecto de sistema educacional, además del diario «enseñar a aprender», siempre pienso al docente como un profesional de la educación, en todo el sentido del concepto, pero también un intelectual, investigador y productor de conocimiento científico, las herramientas, al menos, las posee; sin embargo, el siglo XXI con su vertiginosidad y expansión, trae aparejadas nuevas decisiones, exigencias y responsabilidades hacia el rol de enseñante, ampliando las redes de acción hacia la gestión educativa y la administración de la educación. Entonces, los docentes,  agrupados en cooperativas, pueden ser perfectamente quienes sostengan, conduzcan y gestionen sus propias instituciones escolares. Nunca es tarde para modificar, impulsar e innovar con las nuevas funciones en el desempeño del rol cotidiano del profesor, pero hay que brindarle los espacios, la confianza y las oportunidades para efectivizar estos nuevos roles a implementar. Si el Estado va a subsidiar, qué mejor que sea a sus propios maestros, agrupados en cooperativas, y no a un empresario o un privado especulador.

Bajo esta mirada ampliada del rol docente, necesitamos ofrecer diversas alternativas para promover, favorecer y fortalecer los cambios en educación, entendiendo que el profesor no es un simple actor de reparto en la realidad educativa nacional, por lo tanto, siempre son ellos quienes deben tener la última palabra y no la patronal con su proyecto mercantilista; son ellos, los maestros, quienes se han formado para ejercer la profesión de enseñantes, son ellos quienes saben y conocen de establecimientos educacionales, son ellos los únicos que pueden hoy marcar la diferencia entre avanzar hacia una escuela inclusiva, en un país inclusivo, basado en el conocimiento y con una revolución educativa con políticas de Estado, también inclusivas para todas y todos, o quedarnos en el expulsivo modelo neoliberal de la oferta y la demanda, como si la educación fuera un bien de consumo, negociable en un stand del mercado persa.

Como sociedad organizada, abierta, plural, democrática y en expansión permanente, no podemos quedarnos estancados, atados a un modelo impuesto por la dictadura pinochetista, que solo sirve a unos pocos vivillos, modelo excluyente, clasista, segregador y ramplón. Es hoy el momento justo para darles un voto de confianza a nuestros docentes y a sus cooperativas de trabajo.

Entonces, la reflexión que irrumpe es si nadie de nuestras autoridades de la cartera pensó que en vez de subsidiar a inescrupulosos privados lo mejor sería promover que los propios profesores sean los protagonistas de su historia y no simple mano de obra barata, sin opinión ni determinación. Es necesario posicionar al docente como un sujeto necesario para el crecimiento sustantivo del país. La nueva revolución es del conocimiento y el conocimiento debe continuar circulando, para todas y todos y en igualdad de condiciones, en las instituciones educativas. Este cambio cualitativo en las relaciones de poder, fomentaría un nuevo compromiso del maestro hacia y con la sociedad del conocimiento y de la información, ¿qué mayor compromiso con el contrato pedagógico? Los cambios deben fundarse con los docentes adentro, validando su acción, opinión, conocimiento y pensamiento. He allí el círculo virtuoso.

Pensemos que si las escuelas que hoy son subsidiadas por el Estado fueran Cooperativas de docentes, conformadas únicamente entre ellos y administradas por todos ellos –condición sine qua non–,  con un proyecto educativo en común, con objetivos y propósitos claros y puntuales, con metas en el corto, mediano y largo plazo, hoy no estaríamos lamentando el fracaso escolar, pues los docentes como comunidad educacional, trabajando como un colectivo organizado, atacando las problemáticas detectadas en el momento preciso, desde los diversos frentes, insisto, con proyectos en común, con idénticos intereses, obligaciones y responsabilidades, estarían fortaleciendo un sistema donde ellos son parte central del andamiaje, se sentirían valorados y más involucrados con su profesión, pues no estaría de por medio el lucro ni la competitividad, sí estaría la pertenencia y el compromiso educativo, ético y político por sobre cualquier otra urgencia.

Generar los cambios que necesitamos para seguir avanzando como país y como sociedad es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros, pero a nuestros dirigentes debemos exigirles que, por lo menos, se les caiga una idea innovadora, superadora, que vaya en beneficio de todas y todos. Mientras ciertas instituciones son cuestionadas y desaparecen u otras se desmoronan ante los ojos de la sociedad, la escuela sigue abierta a la comunidad, dando respuestas, continúa siendo hoy la institución que congrega, que iguala, que integra, que incluye, que contiene y asiste, que forma y enseña. Que al interior de ella sigan sucediendo cosas importantes, trascendentales, necesarias como es la distribución igualitaria del conocimiento y de la información, sigue siendo tarea de nuestros docentes, ¿qué mejor que ellos tengan sus propias escuelas? Promovamos la creación de Cooperativas de Docentes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias