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“El Bonva” que mató a Bonvallet


En el mundo de las comunicaciones existe la persona separada del personaje. El histriónico y gregario, por lo común tiene un gemelo opuesto. Estas líneas, son para referirse al personaje creado por el hombre llamado Eduardo Bonvallet y no a la persona que jamás conocí. De las bondades de la persona, sabrán con creces sus parientes, los cuales están sufriendo mucho por el descenlace fatal.

Sin embargo, es añoso el mito de la separación persona-personaje, a veces la obra de un escritor es ajena e independiente a los vicios y virtudes de su autor, algo similar ocurre en las comunicaciones.

¿Dónde está la demarcación entre autor y personaje?, ¿Dónde la frontera entre Coetzee y su Elizabeth Costello, entre Maigret y Simenon? ¿Cuánta catarsis de demonios hay en ellos? El Bonva era el demonio desatado de Eduardo en los medios de comunicación, para un país con muy limitado nivel educacional.

Muchos creen que antes de él no había nada, pero el Bonva no fue el pionero en denunciar a los dueños de la pelota. El eminente periodista Edgardo Marín pagó como taxista en los años 80 su osadía de desafiar el imperio corrupto de la selección del 82, al cual un Bonvallet futbolista perteneció.

[cita] El discurso del Bonva hoy está en la base del chauvinismo chileno respecto a los inmigrantes, el empate moral logrado por la dictadura y en el aspiracionismo de los grupos medios nacionales.[/cita]

Los discursos totalitarios y autoritarios, xenófobos, clasistas o arribistas prenden fácil la pradera de sociedades como la chilena, que precisamente no sabe de real democracia, integración, equidad, o convivencia, ni fomenta la cultura popular, la ética pública y la privada.

El Bonva, el personaje, fue hijo de un modelo de sociedad donde la educación pública fue destruida y los amateurs invadieron la radio desde la Tv, entre otras miles de áreas de una sociedad de la educación.

Lo contrario de lo que piensa Felipe Bianchi, uno de los discípulos del “gurú”, quien una vez dijo rampante desde su tribuna de deportes, que la TV debía ser sólo entretención y abjurar de cualquier rol rector o educacional.

Los medios informan, entretienen y también educan señor Bianchi. Revélenle por favor a ese comentarista que por eso la Tv al inicio surgió en instituciones como la Universidad Católica de Valparaíso.

Volvamos. Así como Hitler prometió el Thule a los alemanes pobres y humillados, tras la primera guerra mundial, el Bonva se disfrazó de redentor contra los poderes fácticos del fútbol, para prometer gloria a un país adoctrinado en el triunfo moral.

No sólo eso, fue premiado por esta sociedad mediocre como conferencista para equipos de ventas de grandes empresas y desde la radio aleonó al vendedor comisionista o al comerciante de barrio con su triada paranoica sobre ser “monje, guerrero y fakir”.

Nuestro motor era el morbo. Con mis amigos corríamos por esa enfermedad a las 14 horas para oír qué iba a decir el Bonva contra la ANFP, los dueños del Comité Olímpico o ese futbolista saltarín ante las marcas. Pero para nosotros el Bonva era entretención, sólo éso, ni rector, ni inspirador de nada más, de su discurso delirante nos salvó la buena educación recibida.

Mientras más educado es un pueblo, menos ascienden los Bonva, Bianchis, Moreiras, Kikes Morandés, Viñuelas, Comparinis, MEOs, Rumpys, Hasbunes, Tarudes, Ravinetes, Piñeras, Pilares Sordos, Pollos Valdivias y Salfates, más un enorme y largo etcétera.

El Bonva predicaba arribismo. Pionero en esas lides fue el escritor Enrique Lafourcade, lugarteniente de la industria cultural, que inició sus pasos en la pobreza ilustrada de su generación del 50, para militar gozoso luego en el bando del oriente de la ciudad.

Eduardo provenía de un hogar de medio pelo, pero su desarrollo profesional sumado al apellido le “ayudaron”. Su personaje renegaba de sus raíces. En una carrera donde muchos logran fortunas pero carecen del apellido, él lo tenía, al igual que el autor de Palomita Blanca.

Bonva nos dijo por la radio cómo odiaba la afinidad de sus humildes padres con la Unidad Popular. El ascenso económico obtenido por el fútbol, lo llevó a admirar a la fronda pedestre de nuevos ricos construida por la dictadura de Pinochet. Una capa social prosaica, deleznada a su vez por la vieja latifundista, pero que imitó de ésta última el racismo hacia sus compatriotas de piel morena, la xenofobia hacia peruanos, argentinos y bolivianos, e identificar todos los vicios sociales con los grupos populares.

Detrás de todo arribista, racista, clasista y xenófobo hay una pobre alma atormentada. Recuerdo una anécdota del Bonva que grafica el complejo de inferioridad del personaje.

Tras la goleada 4-1 en contra que Alemania Federal propinó a Chile en España 82, al futbolista Bonvallet le tocó ir a dar el doping por sorteo junto a la máxima figura del elenco teutón, Rumenige.

Ahí por la radio, el personaje relató flagelante como él que era “negro, feo y derrotado” debió ubicarse en enfermería al lado de un dios alemán, paradigma de la belleza deportiva y para lo “peor de todo”, vistiendo un humilde buzo de franela, versus la tela de la NASA exhibida por el goleador germano.

Que nuestro país se haya revolucionado en los 90, con la irrupción del Bonva, no habla sólo de una situación donde los comentaristas no eran audaces, pasa por el peligroso fenómeno vigente del rencor y violencia, movilizado por un discurso comunicacional enfermo, apoyado por los capitales afines.

El discurso del Bonva hoy está en la base del chauvinismo chileno respecto a los inmigrantes, el empate moral logrado por la dictadura y en el aspiracionismo de los grupos medios nacionales.

Como corolario, existe una serie de periodistas bien ubicados en importantes medios, adoptados y adoctrinados por el autodenominado “gurú” de las comunicaciones desde los 90. Volvemos al tema de la educación, pues son profesionales que escucharon en su juventud al falso profeta por la radio y no la pensaron dos veces en ir a pedirle servilmente empleo, en el inicio de sus carreras.

Ninguno de ellos es hoy un líder de opinión de peso, poseen fama, pero no prestigio, avivan la cueca de este país post revolución armada de derecha que desea esquizoide estar “condenado al éxito” a cualquier precio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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