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Ideas, ideologías y oligarquías en Chile

Fernando Thauby
Por : Fernando Thauby Capitán de Navío en retiro
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«La realidad nos muestra como mientras mas potente es la ideología de un partido, mas fuerte, reducida e intolerante es su oligarquía dominante. El mejor ejemplo es el Partido Comunista, que incluso llega a redefinir su relación con la propiedad, definiéndose como mero accionista de las sociedades donde tiene su patrimonio».


Según Robert Michels “La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegantes. Quien dice organización dice oligarquía”, conocida también como la “ley de Hierro de las oligarquías” afirma que “tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría”, es decir que toda organización se vuelve oligárquica. Esto sería la base de una de las dimensiones fundamentales de la democracia: la lucha entre oligarquías.

Se afirma que en Chile la política tiene otra dimensión crucial: “la dimensión cognitiva -de ideas, ideales, conocimientos y proyectos- que forma el otro aspecto de la política”-. Se afirma también que los partidos son “grupos de ideas e ideales compartidos, experiencias de identidad, trayectorias histórico-culturales, comunidades de prácticas y de conocimiento, visiones de mundo, agrupaciones de creencias y de deseos de crear, mantener o transformar un orden simbólico”.

La Concertación y sus partidos representarían “un factor cultural de la sociedad chilena, unas tradiciones, una historia plural de doctrinas y programas, de intelectuales públicos y articuladores de discursos, unas narraciones retrospectivas con sus leyendas y mitos”. La existencia de esta segunda dimensión legitimaría la supremacía de esas oligarquías por sobre “los mandantes y los delegantes”, es decir sobre el pueblo o mas precisamente sobre las masas nacionales.

Suena bien, pero creo que no es cierto.

Mas aun, ese “factor cultural” en realidad es un elemento excluyente y sectario, centrado en el interés del grupo y en su propia cultura, ajeno o en disputa con la mayoría del pueblo. La Concertación tenía un objetivo táctico, para luego mutar a una visión estratégica de la sociedad que jamás fue aclarada debido a la incompatibilidad ideológica entre sus miembros. La praxis de esa relación se dio en base a la “estabilidad” y luego al beneficio y cooptación de sus miembros.

Idea e ideología no tiene nada que ver. Tratar de hacerlas equivalentes es un engaño.

Idea es razonamiento, es el acto básico del entendimiento. La idea es subjetiva y para su objetivación requiere de confrontación con otras ideas diferentes. La idea se perfecciona a través del cuestionamiento y la discusión.

En efecto, la capacidad humana de contemplar ideas está asociada a su capacidad de razonamiento, autorreflexión y la habilidad de aplicar el intelecto. Las ideas dan lugar a los conceptos, los cuales son la base de cualquier tipo de conocimiento científico o filosófico.

Esto es lo opuesto a la “ideología”. Frente a la incertidumbre que existe al interior de toda idea, la ideología presenta certezas absolutas.

Nadie tiene derecho a exigir que su idea sea la única razonable; las ideologías, por el contrario, asumen la inexistencia de la duda y pregonan la falsedad de todo concepto externo u opuesto a ellas.

Las ideas aceptan y aceptarán siempre el “otro”, algo imposible para las ideologías que niegan toda forma de diálogo con la otredad, con la diferencia.

Una ideología es, en esencia, una organización de ideas cerrada sobre sí misma y ciega a su entorno. Se promueven y justifican a sí mismas y sólo creen en ellas. Enfrentadas a las ideas vivas -que son el efecto de nuestra libertad- las ideologías significan la total aniquilación de la libertad individual.

Con su negativa a la confrontación honesta de ideas, son instrumentos de manipulación, de intolerancia y fanatismo; absolutos al servicio de la intromisión de otros en la conciencia individual de las personas que arrastran a la adoración de fórmulas y a la obediencia de dogmas y evangelios.

Las ideologías políticas tienen dos dimensiones: Fines o cómo la sociedad debería funcionar u organizarse; y Métodos o la manera más apropiada para hacerlo.

Los fines de las ideologías es la supremacía sin contrapeso, con exclusión y sin alternancia (chavista), parece evidente entonces que a partir de la tendencia inevitable a que un grupo pequeño se apodere del poder –La Ley de Hierro- las oligarquías dominantes en los partidos políticos reciben un potente refuerzo a su capacidad de control exclusivo al incorporar la ideología como palanca intelectual y justificativa de su acción.

La realidad nos muestra como mientras mas potente es la ideología de un partido, mas fuerte, reducida e intolerante es su oligarquía dominante. El mejor ejemplo es el Partido Comunista, que incluso llega a redefinir su relación con la propiedad, definiéndose como mero accionista de las sociedades donde tiene su patrimonio. Contrario sensu, un partido con una ideología mas laxa y menos determinista tiende a una menor concentración del poder en pocas manos, pero a su vez se hace menos eficiente en la gestión del poder por la existencia de la competencia (no siempre regulada) dentro de su directiva como es el caso de Renovación Nacional. Algunos partidos siguen su ideología de manera estricta, otros buscan una inspiración amplia de un grupo de ideologías relacionadas, sin abrazar una idea específica.

En Chile podemos ver como todos los partidos políticos están dominados por ideologías: los de derecha, por la ideología del poder; los socialdemócratas, por el socialismo; los socialcristianos por un remedo de la Doctrina Social de la Iglesia y los de izquierda por el marxismo. También es evidente que el rol que juega la ideología en el control interno es diferente en cada uno de ellos.

Pero es incuestionable que la combinación de la organización, la “máquina” o como se la llame, es una combinación que permite el manejo del partido por parte de una oligarquía inmutable, a veces hereditaria pero siempre excluyente, que maneja la interpretación de la doctrina, y desde esa posición de supremacía, administra los recursos económicos, deformando el sistema y sentido del partido transformándolo en una mera maquina de poder. Es lo que vemos cuando la izquierda no tiene problemas en pedir dinero a Ponce Lerou, “yerno del dictador”, para financiar sus candidaturas. La vanguardia de ese movimiento es el G-90, donde la ideología se vuelve excusa de la simple acumulación desesperada de poder en beneficio personal.

En Chile, los costos de las campañas electorales fueron subiendo sin encontrar techo. El paso lógico fue la búsqueda de mecenas empresariales que las financiaran. La búsqueda de dinero se emprendió en todos los partidos y de diversas formas.

En algunos los contactos se hicieron en forma jerarquizada con un “prócer” a la cabeza que aprovechó de asegurar su autoridad indiscutible y absoluta; en otros organizados “en lotes”, a cargo de caudillos; en otros, por parte de free raiders que recolectaron dinero para las elecciones y para si mismos.

Este sistema reforzó la autonomía de los partidos políticos. Prontamente no necesitaron para nada a los ciudadanos. Alcanzaron la auto sustentación. Su única preocupación fue desde entonces cuidar la mano que les daba de comer y no morder los intereses de sus mecenas. Dejó de importar la calidad de los postulantes a los cargos políticos, comenzó a primar su fidelidad a los caciques del partido y poco a poco la calidad de los diputados y senadores fue decayendo hasta alcanzar profundidades oscuras. Personajes increíbles en su comportamiento personal, moral, político, familiar y social, alcanzaron altas dignidades legislativas.

¿Qué tenemos ahora?, un sistema político desacreditado, aislado de la ciudadanía, autorreferente y de mala calidad técnica y moral, es decir, lo opuesto a una elite digna de ese nombre.

¿Es que no hay salida?.

El siglo XX fue el siglo del Estado y de las Ideologías y en ese escenario las “masas” jugaron un rol pasivo e infantil, todo fue una ilusión pergeñada por la modernidad.

Estamos en proceso de cambio, las “masas” evolucionan –lentamente- hacia la “ciudadanía”. Me parece que las ideologías aun tienen un rol que jugar: proveer modelos de futuros alternativos posibles, pero sin alzarse como amos exclusivos del poder político.

No creo en las “democracias directas” en que nuevos grupos organizados pueden apoderarse de la representación popular, si creo en “la esfera pública” y la tremenda “capacidad asociativa” de la sociedad chilena funcionando como otros instrumentos de representación de intereses y propuestas de políticas públicas y soluciones a problemas reales de las personas.

Quizás la clave sea recuperar el concepto de República y lo Republicano; un sistema donde haya grupos intermedios, que cumplan esa función solo en relación a una ciudadanía informada e incidente.

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