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Chile Flaite: marca registrada Opinión

Chile Flaite: marca registrada

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
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El flaite es una pieza nacional, porque parece ser heredero de una antropología del roto, que es licuado y semiotizado en un enjuague mercadotécnico, en una modernización neoliberal, que le saca todo el heroísmo y le deja su marginalidad integrada por la vía del mercado, y reificada a su vez como un sistema de símbolos fluorescentes.


Nadie sabe si es una filosofía o una moda, un modismo, una jerigonza. Nadie sabe si es un comportamiento social con fuertes cargas simbólicas. Es un hombre o mujer con ademanes, y un dialecto diminutivo, con lentes de colores, un gorro prominente, jeans corporales, zapatillas brillantes con marca exultante.

Los gestos son una condición del habla y su cultura, que si bien se resignifica en el reggaetón puede trascender a otras latitudes. Es un ganancista valórico, de una cultura muy tribal, pero logra por una semiótica fetichista transversalizar su influencia. Tanto es así, que en los sectores altos también actúan como flaites, todos los grupos etarios pueden ser flaites, se puede decir que es una creación muy chilena, un sincretismo criollo de características peculiares. Hay un barniz flaite en la cultura chilena, es un espacio simbólico significativo, es un tipo chileno muy actual que transita por las avenidas de nuestro ethos.

Se podría decir también que tiene un sello neoliberal, en tanto crece con su húmeda cultura. Es un ciudadano de videoclip que siempre tiene gesticulaciones que pueden ser cinematográficas desde un prisma del tipo urbano que transita las calles con una identidad connotada.

Pudiese tener hasta unos principios que están en su semiótica, más que en su relato, que no tiene; es de un efecto kitsch muy chabacano y su peso urbano se hace notar, se escucha y su gesticulación genera una zoología urbana. Sin él, casi ningún futbolista chilenos tendría una moda a la cual adscribir, eso les resuelve qué ponerse y cómo ser, es un manual para ellos, el que mejor lo imita es el más flaite de todos y eso tiene premio en las redes sociales y las noticias de farándula. Así se engancha a la modelo de rating TV y se farrea millones en autos que son la extensión de un complejo de inferioridad. Es el desquite del flaite a través del fetiche futbolero mediatizado.

[cita tipo= «destaque»]Su bochinche es una característica de su ocupación espacial. Su credo es un laberinto aún, cuya sedimentación ha crecido con el paso de los años, se ha transformado en una adscripción cultural transversal, en un personaje del tipo identitario. Es una producción nacional marca registrada.[/cita]

El flaite es un animal de fuste, que deja huella en la urbanidad, ruge sus espacios con su sinestesia, y con sus onomatopeyas guturales, salivales, va describiendo una fraseología que arrastra los significados hasta silbar un poco con las palabras. Es un surfeo el guión de estos personajes.

Pueden moverse en manada, y de pronto uno puede ver grandes grupos, familias completas, y hay flaites más piolas, que son flaites igual pero que son piolas. Y hay flaites-flaites, muy flaites, y ahí, en ese espacio, todo es una jerigonza distinta, y uno puede quedar perdido en todos los significados. Es una trama subjetiva distinta, son speeches de choro y una lógica callejera del avivao vividor, siempre sus diálogos serán de una circularidad de conceptos desmontables del manual de La Cuarta.

Su curiosidad radica en su transversalidad social, que el hecho que esta moda se incruste en la convivencia nacional y se transforme en una propuesta estética chilensis como icono neoliberal que produce sujetos sociales de la desregulación y la fragmentación. Lo que surge es un engendro chorizo que es un tapizado de la facha, “que no se note pobreza”, parece decir su merchandising de tienda comercial y que se note su presencia con colores marcados que definen una personalidad expansiva intrínseca. La segmentaridad del sentido que plantea Guattari es una condición de esta tribulización de una serie de subculturas urbanas, se crean subjetividades atómicas dispersas.

Su articulación bulliciosa hace sonar todas sus alhajas doradas que dimensionan una postura violenta, la chuchada puede demarcar un territorio o un mero insulto y la agresión puede aflorar como credencial de presentación. Es su condición de animal urbano, su agresividad es la extensión de su lenguaje.

Su bochinche es una característica de su ocupación espacial. Su credo es un laberinto aún, cuya sedimentación ha crecido con el paso de los años, se ha transformado en una adscripción cultural transversal, en un personaje del tipo identitario. Es una producción nacional marca registrada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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