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Trump, la guerra mediática y el “juego de villanos” Opinión

Trump, la guerra mediática y el “juego de villanos”

Eda Cleary
Por : Eda Cleary Socióloga, doctorada en ciencias políticas y económicas en la Universidad de Aachen de Alemania Federal.
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Su objetivo apuntaba a no amarrarse al ecosistema de medios de derecha y maximizar la efectividad de sus mensajes. Durante las últimas semanas de la campaña, el Facebook del Breitbart-News estaba en el 4° lugar más visitado de toda la plataforma web, venciendo a CNN, Fox News y el New York Times.


¿Quién es Stephen K. Bannon, el estratega político principal de Trump?

Para comprender la victoria de Trump  se requiere revisar la historia de quien será su principal asesor estratégico en la Casa Blanca. Se trata de Stephen K. Bannon, un hombre de 63 años proveniente de una familia de trabajadores irlandeses católicos que apoyaron en el pasado la candidatura demócrata del ex presidente Kennedy.

En agosto de 2016,  Bannon fue nombrado por el entonces candidato republicano Trump como director ejecutivo de su campaña presidencial, poniéndolo al centro de las críticas de los medios, tanto de republicanos y demócratas de derecha como de izquierda tradicionales, como un sujeto “conspirador”, “autoritario”, “peligroso”, “racista”, “nazi”,  “xenófobo”, “misógino”, “oportunista” y “arribista”. Esta “caricaturización” –por cierto, construida sobre la base de evidencias– fue la primera gran torpeza del establishment político estadounidense en la carrera presidencial, pues no se percataron ni de la habilidad electoral de Bannon ni de la eficacia política de sus guías inspiradores y socios, que fueron Andrew Breitbart y Peter Schweizer.

Bannon se graduó en el Instituto Tecnológico de Virginia en 1976, más tarde obtuvo el grado de Master en Seguridad Nacional en la Universidad de Georgetown y en 1983 logró un MBA en la Harvard Business School. Sirvió cerca de siete años en la US Navy como oficial en el Pentágono. Posteriormente, pasó a ser parte del equipo de Goldman Sachs, y luego se independizó lanzando su propio “banco boutique de inversiones”, Bannon&Co., especializado en medios de comunicación. Allí hizo su fortuna.

Desilusionado de la gestión de Carter y de los demócratas en general, en 1981 apoyó a Reagan. Años más tarde, en 2004, le rendiría homenaje con una película propagandística basada en un libro escrito en lenguaje de “guerra fría” por el periodista Peter Schweizer : “In the face of the Evil: Reagan’s War in Word and Deed” («De Cara al mal: La guerra de Reagan en palabras y hechos»).

Posteriormente, vendrían las presidencias de George Bush padre, Bill Clinton, George Bush hijo y la de Obama, todas, décadas marcadas por el ascenso de las dinastías políticas y el acallado empobrecimiento de 45 millones de norteamericanos. Según la percepción de Bannon, el país estaba transformado en un “mess” (desorden) donde estaba teniendo lugar un “colapso de todos los valores tradicionales” a manos de una corrupción duopólica entre republicanos y demócratas acomodados al statu quo.

Tanto Bannon como Schweizer deciden incorporarse en 2010 a Breitbart-News, un proyecto mediático autodefinido como “antiestablishment, populista y de centroderecha”, liderado por Andrew Breitbart y fundado junto a Larry Solow en 2005. Este surgió en oposición a lo que Breitbart definía como el “complejo mediático demócrata” y a Fox News, perteneciente a los republicanos, ambos medios acostumbrados a informar solo lo “políticamente correcto”. Muy rápidamente, Breitbart amplió su imperio comunicacional, creando un programa radial diario llamado Breitbart News Daily y las páginas web: Big Government, Big Journalism, Big Hollywood, Big Peace and Big Education. En 1998, Breitbart había saltado a la fama al destapar el escándalo sexual Clinton-Lewinsky.

Breitbart, con gran influencia sobre Bannon,  publicó en 2011: Righteous Indignation: Excuse Me While I save the World (Indignación Justa: Perdónenme mientras salvo al mundo). Allí se muestra como un “rebelde conservador” que reivindica el derecho a “luchar” frontalmente contra la izquierda demócrata, adoptando un  nuevo enfoque argumentativo. Breitbart se aleja de la derecha tradicional, pechoña y moralista, proponiendo un combate irónico, provocador, secular y “alegre”  (“Breitbart fun”) contra las ideas de demócratas e intelectuales progresistas sobre la base de datos empíricos.

En su visión toda la intelectualidad norteamericana había sido cooptada por pensamientos contrarios a las ideas de los padres fundadores de EE.UU., cuyo corazón principal era el amor por la libertad, reemplazándolas por el multiculturalismo, relativismo moral, feminismo y la discriminación positiva para los más débiles. Breitbart se definía a sí mismo como un “guerrero cultural conservador” dispuesto a cambiar la “narrativa oficial” dominada por liberales de “izquierda” (concepto difícil de definir en los EE.UU.) y aceptada en parte por ciertos republicanos. No permitía que se le estigmatizara como racista o xenófobo. Sin embargo, era un activo colaborador del “Tea Party”, una fracción ultraderechista del Partido Republicano.

[cita tipo= «destaque»]Bannon recogió parte de estas ideas, las combinó con las opiniones de lo que Breitbart llamaba los “citizen-journalists” (usuarios de las redes sociales) y las fundamentó con datos sociales duros de la realidad estadounidense (pobreza de los jóvenes, bajos salarios, rechazo a los gastos bélicos y altísimos costos de salud), produciendo una plataforma de “indignación conservadora” en favor de Trump dentro de los ciudadanos comunes ávidos de comprender qué estaba ocurriendo con el “sueño americano”.[/cita]

Peter Schweizer, por otro lado,  era el complemento perfecto para impulsar la idea de la necesidad de un “aggiornamento” (actualización) de la derecha norteamericana apoyado por Bannon y Breitbart. Luego de escribir en 2004 el libro The Bushes:  Portrait of a Dynasty (2004), Schweizer se desilusiona de la derecha oficial, reconociendo haber encontrado en esta historia familiar todas las características de “la cultura de corrupción bipartidista” de Washington.

Estas ideas fueron radicalizándose cada vez más. En 2011, Schweizer publicó un libro incendiario contra toda la clase política titulado: Throw them all out: How politicians and their friends get rich of insider stock tips, land deals and cronysm that would send the rest of us to prison (¡Échenlos a todos!: cómo los políticos y sus amigos se hacen ricos usando información privilegiada sobre acciones, negocios de tierras y compadrazgos que llevarían al resto de nosotros a la cárcel).

En 2012, Breitbart muere sorpresivamente de un ataque al corazón a los 43 años y Bannon asciende a director ejecutivo de Breitbart-News, convirtiéndose en un  “líder temido”, según las palabras del ex redactor general Ben Shapire, quien renunció junto a otros 14 colaboradores por considerar que había transformado Breitbart-News en el nuevo Pravda (diario del PC ruso) de Trump, abandonando las “ideas libertarias” de su fundador.  Shapire lo definió como un “aggressive self-promoter” y una especie de Leni Riefenstahl masculino del movimiento del “Tea Party”. Bannon, en cambio, se definía como un “virulento antiestablishment” en contra de los políticos “permanentes” y “nacionalista económico”.

Schweizer, por su parte, era también presidente del “Government Accountability Institute” (GAI), un organismo sin fines de lucro fundado en 2010 y financiado por megamillonarios, como la familia Mercer y los hermanos Koch, famosos por ser financistas del establishment político en general y especialmente de los republicanos.

Siguiendo las ideas del fallecido Breitbart, Bannon y Schweizer montaron en el GAI un poderoso sistema computacional para investigar a fondo la gestión pública de los políticos norteamericanos, mediante datos aparentemente irrelevantes provenientes de la “web profunda”, pero de gran valor para sus fines. En ese contexto, Schweizer publica dos libros en 2015 que se convierten en New York Times best-sellers: The Clinton Cash (El dinero efectivo de los Clinton) y Bushes Bucks (Los dólares de los Bush). Allí denuncia el enriquecimiento de los Clinton y Jeb Bush con base en platas públicas y tráfico de influencias. Aunque muchos de los datos fueron puestos en duda por los partidarios de los Bush y los Clinton, estos libros dominaron la discusión pública por varias semanas consecutivas. Era lo que ellos llamaban “the power of real news”.

La técnica de comunicación utilizada en estas acciones era la difusión de datos duros a través de un lenguaje popular accesible a todo el mundo y narrados como dramas personales reales. Para ello contaban con la ayuda de Wynton Hall, un escritor de libros  para celebridades que había producido ocho bestsellers del New York Times.

Bannon utilizaba toda la paleta ideológica de medios para lanzar siempre noticias exclusivas, mezclando argumentos típicos de la izquierda para contrastarlos con la realidad y luego sacar conclusiones de inspiración conservadora (“anchor left, pivot right”). Su objetivo apuntaba a no amarrarse al ecosistema de medios de derecha y maximizar la efectividad de sus  mensajes. Durante las últimas semanas de la campaña, el Facebook del Breitbart-News estaba en el 4° lugar más visitado de toda la plataforma web, venciendo a CNN, Fox News y el New York Times.

Según los veteranos demócratas, especialmente aquellos que apoyaron a Bernie Sanders, el equipo de campaña de Trump liderado por Bannon habría sido más eficaz que ellos en desenmascarar la farsa progresista instalada por las elites neoliberales del Partido Demócrata, pues en su sector de derecha habían sido capaces  al mismo tiempo de remecer a la elite republicana acomodada al sistema y lanzar un candidato aparentemente “antiestablishment” con un discurso pragmático y radical de derechas. Es justamente este pragmatismo, la disposición a reformular los vínculos con Rusia y la política exterior estadounidense y un nacionalismo que evitaba lo racial, definiéndose como esencialmente económico, lo que diferencia a los seguidores de Trump de la así llamada “derecha alternativa” (“Alt Right”) iniciada por el nacionalista racista blanco Richard Spencer en 2008.

Los trumpistas se atrevieron a desafiar la “narrativa oficial” de la inevitabilidad de los efectos de la globalización, que produjo 45 millones de pobres en el país más rico del mundo, en el concurso de leyes que facilitaban el traslado de capitales e industrias hacia países de menores costos productivos y la firma de megatratados comerciales “desfavorables” para la grandeza de EE.UU. A pesar de los tintes racistas, misóginos y autoritarios en la campaña de Trump, lo primordial resultó ser que la gente quería un cambio a todo evento y el fin de las elites tradicionales arrogantes que pensaban que solo ellos podían interpretar las necesidades de las masas, sin consultarles ni considerarlos interlocutores válidos.

Bannon recogió parte de estas ideas, las combinó con las opiniones de lo que Breitbart llamaba los “citizen-journalists” (usuarios de las redes sociales) y las fundamentó con datos sociales duros de la realidad estadounidense (pobreza de los jóvenes, bajos salarios, rechazo a los gastos bélicos y altísimos costos de salud), produciendo una plataforma de “indignación conservadora” en favor de Trump dentro de los ciudadanos comunes ávidos de comprender qué estaba ocurriendo con el “sueño americano”. Eso se condensó en la famosa frase de Trump en uno de sus discursos de campaña: “What the hell is going on here?” («¿Qué diablos está pasando aquí?»). Con ello, Bannon elevó a Trump a ser el único sujeto con “sentido común” de la campaña oficial, y capaz de interpretar los sentimientos y miedos de la gente humilde y de clase media.

Por ello no sorprenden los anuncios de Trump sobre un gigantesco plan de inversiones públicas y la disposición de redefinir el papel de USA como “guardián” defensor de la democracia en el mundo, que se expresan en los eslóganes centrales de su campaña: “America first” and “Make America great again”.

Con el triunfo de Trump, Bannon tendrá que asesorarlo ahora en un escenario mucho más complejo que el de una campaña. Debe neutralizar o ganar a la oposición interna republicana con varios senadores abiertamente contrarios a Trump, con el fin de que no bloqueen las propuestas de gobierno, ganar algunos demócratas para los cambios de leyes previstos que requieren 60% y respetar las decisiones de los estados federados dotados por la Constitución de importantes instrumentos de autonomía administrativa y política. El verdadero golpe al establishment político, desde la lógica de Bannon y Trump,  estaría por venir, pues están convencidos de que lograrán demostrar que son mejores en resolver los problemas de EE.UU.  que las élites a quienes ellos atacaron con ferocidad.

De ello hay serias dudas, pues el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, partidario de Clinton, ha anunciado la llegada de una época de corrupción público-privada nunca antes vista en la historia del país de la mano del plan de inversiones públicas en infraestructura de 550 billones de dólares, de los cuales unos 10 billones irían a parar a las empresas ligadas a Trump, a través de las concesiones a privados.

Según Krugman, la historia económica ha demostrado que los radicales cortes de impuestos a los más ricos no conducen a la creación de puestos de trabajo sino que solo a una mayor concentración del ingreso en pocas manos. A esto se sumaría la resistencia de Trump a reconocer la crisis ambiental mundial, poniendo en peligro la existencia misma del planeta, pues Bannon es un furioso negador del calentamiento de la Tierra.

El triunfo de Trump permite al menos sacar dos conclusiones: la posibilidad de ganar una elección teniendo en contra a la mayoría de los medios de comunicación, y que parte importante de la responsabilidad sobre el triunfo de Trump recae sobre el establishment político-empresarial neoliberal de izquierda y de derecha, que reemplazó la democracia por la “astucia” para  gobernar, privilegiando intereses particulares por sobre el bien común. Optaron por un verdadero “juego de villanos”, donde siempre habrá el peligro de que lleguen otros “más astutos” y, evidentemente, en este juego siniestro Trump y Bannon les ganaron la partida.

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