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Mohammed Opinión

Mohammed

Bruno Ebner
Por : Bruno Ebner ‎Periodista y realizador independiente
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La barrera cultural entre la mayoría de los musulmanes y Occidente es bastante más gruesa de lo que se piensa. No importa si viven en Europa y gozan de todas las libertades posibles. Nada puede contradecir lo establecido por Alá. Es una mayoría silenciosa que jamás pensaría en atentar, pero que sí es capaz de callar ante las barrabasadas de sus miembros más exaltados. Como los recientes energúmenos de Berlín y Estambul.


Me encontraba en viaje desde Madrid a Cataluña para investigar un lugar un poco raro, que no será objeto de este relato. Como medio de transporte, utilicé el conocido sistema de auto compartido (en Europa), llamado Blablacar. Una suerte de Uber interurbano en el que alguien que quiere viajar en su auto a tal lado publica su viaje e invita a los que vayan al mismo punto a viajar con él y compartir gastos.

Viajar en Blablacar es siempre una sorpresa, pues uno no sabe bien con quién se va a encontrar. Por lo general, no me han tocado compañeros de viaje indeseables, quizás uno que otro maleducado o desubicado, pero Mohammed, el protagonista de esta pequeña historia me desconcertó. De partida su edad, pasados los 50. No tengo nada contra los mayores de 50, obviamente, pero es curioso encontrarse a alguien de ese rango etario en este sistema low cost, pensado mayormente en los de 40 para abajo (yo este año cumplo 40, así que me queda poco aquí también).

El caso es que había seis horas de viaje entre Madrid y mi destino, y los ocupantes del auto, como es habitual en estos trayectos, nos pusimos a conversar. Mohammed vive en Barcelona y trabaja como jefe de cocina de un elegante hotel cinco estrellas de la capital catalana. Es marroquí, originario de Nador, localidad fronteriza con el enclave español de Melilla. Este, junto a Ceuta, constituyen las dos ciudades autónomas que España tiene en territorio africano, rodeadas por Marruecos. Son totalmente españolas y pertenecientes a la Comunidad Europea, y un apetecido trampolín para los inmigrantes ilegales que quieren saltar a Europa. Según los españoles, no son colonias, como la británica de Gibraltar, porque efectivamente existían desde antes del actual reino de Marruecos y su dinastía alauí.

Sigo. A primera impresión, Mohammed, un nombre casi uniforme en los países musulmanes (como si el 90% de los hombres cristianos se llamara Jesús), parecía un tipo liberal y con mundo. Lleva 17 años en España y se mostraba muy abierto en diferentes temas. Decía, por ejemplo, que a los gays había que dejarlos tranquilos y que nadie debía meterse en la sexualidad de nadie. Espectacular. Los musulmanes son muy conservadores con ese tema, aunque los hombres se tomen de la mano en las calles y se den besos «cuneteados» en las mejillas. «Es parte de su cultura», se dice, aunque para la nuestra pueda resultar al menos curioso tanto cariño en público entre hombres, mientras las mujeres van con velo y a algunas apenas se les ven los ojos.

Pero a Mohammed le gusta la libertad española, y la disfruta. Por su trabajo, comparte con gente de muchas nacionalidades y tiene un buen pasar en Occidente. En estos 17 años ha estado yendo y viniendo desde Marruecos, en donde tiene a su esposa e hijos y nunca se los ha querido traer. «Están bien allá», afirma. Todo iba tranquilo en la conversación hasta que abordamos el siempre complejo tema de la mujer en el islam. Mohammed tiene las cosas claras: las mujeres deben ser libres de elegir con quién casarse. De hecho, nos contó que una de sus hijas se acababa de casar. Eso sí, con 16 años… «Pero nadie la obligó, se casó porque quiso», nos aseguró.

«¿Pero no te parece, como padre, que ella primero debiera estudiar y buscarse un futuro antes de casarse tan joven? A mí mis padres siempre me inculcaron que el poder estudiar y valerme por mí misma era prioritario», comentó una compañera de viaje. «Sí, sí, ya podrá estudiar si quiere. Pero lo primero que tiene que aprender es a llevar una casa», respondió. Y, acto seguido, remató con fuerza: «Una mujer que no sabe limpiar ni cocinar, no vale nada. ¡No vale nada!».

[cita tipo= «destaque»]El sentimiento de discriminación que muchos jóvenes musulmanes europeos dicen tener es provocado en gran parte por su propia religión; por lo que les dicen sus padres; por lo que les enseñan los imanes venidos desde afuera; por encerrarse en sus barrios y no querer asimilar, o al menos entender y respetar, los valores occidentales laicos del país que los acogió y en donde viven. Porque es la religión y no otra cosa lo que debe guiarlos en sus vidas.[/cita]

El resto nos quedamos perplejos. Ojipláticos. Turulatos. A la chica de la pregunta, española, se le descompuso la cara. Dio la impresión de que se le iba a tirar al cuello al libertario Mohammed, pero que priorizó la paz social para evitar un incómodo desenlace en tan reducido espacio. Las justificaciones de Mohammed fueron todas de corte religioso, que para los hombres era muy importante que una «buena mulsulmana» se preocupara de la casa, de limpiar y cocinar para su marido. También que el islam permitía que un hombre pudiera tener hasta cuatro esposas si tenía capacidad de manutención, «y siempre y cuando la primera esposa estuviera de acuerdo». El estudio, las aspiraciones propias de las mujeres, están bien en la medida de lo posible, es un tema secundario.

Mi reflexión, al finalizar el viaje, y ya en el hotel, fue que la mayoría de los musulmanes viven en función de lo que dicta su religión. De forma exclusiva y excluyente. La tienen tan profundamente internalizada que, aunque vean mundo y gocen de las libertades de Occidente, toda su existencia está prescrita y señalada por lo que dicen el Corán y las enseñanzas de Mahoma (cuyo nombre original es Mohammed). Y no hay pie a cuestionamientos.

Me sería difícil imaginar a este Mohammed, al cocinero de Barcelona, radicalizado, preparando atentados como los recientes de Berlín o Estambul, e instando a adolescentes a envolverse en dinamita con la promesa del paraíso y las famosas 72 vírgenes. De verdad creo que el tipo es buena persona, liberal a su manera y que vive su vida en paz. Pero la pregunta es si este señor, siendo un musulmán moderado, con todo lo experimentado en Europa y con la libertad que disfruta, es capaz de pensar así en relación con las mujeres, ¿qué queda para quienes viven en países musulmanes donde la religión es más fuerte y en ocasiones la frontera entre la fe profunda y la opresión es difusa?

Ni siquiera hace falta salir de Europa, hay muchos guetos en este continente donde da más la impresión de estar en Paquistán que en Dinamarca. Hijos de inmigrantes musulmanes, nacidos europeos, a los que se les priva desde pequeños del contacto con la cultura del país anfitrión como una forma de no contaminar sus principios religiosos. El sentimiento de discriminación que muchos jóvenes musulmanes europeos dicen tener es provocado en gran parte por su propia religión; por lo que les dicen sus padres; por lo que les enseñan los imanes venidos desde afuera; por encerrarse en sus barrios y no querer asimilar, o al menos entender y respetar, los valores occidentales laicos del país que los acogió y en donde viven. Porque es la religión y no otra cosa lo que debe guiarlos en sus vidas. La religión, siempre la religión. La fe ciega en lo que te dice alguien que nadie ha visto y que ni siquiera se sabe si existe o existió.

Es ahí cuando se nota que el problema es mayor de lo pensado. La barrera cultural es bastante más gruesa. Porque va en las raíces inamovibles de la mayoría de quienes, como Mohammed, profesan el islam, donde nada puede contradecir lo establecido por Alá a través de su profeta. Es una mayoría silenciosa que jamás pensaría en atentar contra nadie, pero que sí es capaz de callar ante las barrabasadas hechas en Europa por sus «fieles» más exaltados, como los energúmenos lunáticos del Estado Islámico. Quizás por temor, quizás porque lo consideran una consecuencia obligada de las provocaciones y «ofensas» de Occidente. Como lo de Charlie Hebdo.

Escribe el autor argelino –y ateo – Boualem Sansal, en su libro 2084: «Puede que la religión haga amar a Dios, pero no hay nada como ella para acabar detestando al ser humano y odiar a la humanidad».

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