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El horizonte de la cárcel tras la visita del Papa

María Jesús Fernández
Por : María Jesús Fernández Investigadora Leasur
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La visita del Papa Francisco al Centro Penitenciario Femenino no dejó indiferente a nadie, porque le dio pantalla y voz a quienes no la tienen. En Chile no acostumbramos a escuchar en silencio a una mujer presa que habla desde la cárcel, y si nos referimos a ella, probablemente será en una cifra que no se pretende mirar de cerca.

Las palabras de Jannette Zurita, quien en representación de las internas se dirigió al Papa Francisco, estuvieron centradas en las mujeres madres dentro de la cárcel. En sus dolores, sus renuncias, sus preocupaciones y su mayor necesidad: no estar presas lejos de sus hijos. Luego, el Papa dijo que toda pena debe tener un horizonte, porque de otra forma es tortura. La pregunta que no podemos evitar es qué haremos ahora como sociedad con estas palabras.

El horizonte al que se refiere la autoridad católica no es espiritual ni personal. Ese horizonte debe estar fijado y garantizado por el Estado. Se refiere a que dejemos de considerar la cárcel como solución evidente frente al crimen y nos esforcemos por buscar mecanismos para comprender y reintegrar a quienes han quebrantado la ley. En esto no hay intención de menospreciar la seguridad y el orden público que se dice buscar, si no de reconocer que dicha búsqueda no puede reducirse a encarcelar, y que se debe poner la humanidad y dignidad por delante.

[cita tipo=»destaque»]Tras la partida del Papa, como bien dijo la Hermana Nelly León, capellada del CPF, la pobreza seguirá encarcelada ahí.[/cita]

Ese horizonte se refleja en una ciudadanía consiente de las condiciones de sus cárceles, que repudia las torturas y los malos tratos. Se cristaliza en leyes y políticas concretas que aseguren a los y las privados de libertad un futuro en que podrán volver a vivir con los suyos, en paz. Y que mientras estén en la cárcel, sus hijos no pasarán por denigrantes revisiones al ingreso, en las limitadas visitas que tienen. Que no tendrán que compartir con ellos en un lugar que no tiene las condiciones. Asimismo, en que si un parlamentario presenta un proyecto para promover el trabajo en las prisiones, comience por exigir que éste se regule por las mismas leyes laborales que nos rigen a quienes estamos libres, y no promueva más abusos de los ya existentes. Se refleja en darle urgencia en el Congreso al Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura y a la Ley Sayén, que busca precisamente que a las mujeres con hijos menores se les suspenda el cumplimiento de su pena.

Tras la partida del Papa, como bien dijo la Hermana Nelly León, capellada del CPF, la pobreza seguirá encarcelada ahí. Con su hacinamiento y falta de políticas de reinserción, y con el estigma sobre los hijos de los y las privadas de libertad. Las más de 40.000 personas presas volverán a dormir, muchos en condiciones deplorables, esperando que algo suceda para que se vuelva a pensar en ellos como sujetos de dignidad y derechos, integrantes de la sociedad. Mientras aquello no suceda, la cárcel es y será tortura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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