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José Antonio Kast y la vida en abstracto

Por: Juan Serey Aguilera


Señor Director:

Escuchar, ver o leer a José Antonio Kast es un ejercicio fascinante. Su tono calmado, sereno y moderado invita a uno a escucharlo. Sabe manejar muy bien los ritmos al expresarse. Es cosa de escuchar la entrevista que Cristián Warnken en su programa radial le dedicara hace pocos días. Con alguien así, posiblemente da mucho agrado conversar. Digo posiblemente porque un diálogo no atiende solamente a las formas, las buenas maneras, la correcta tonalidad y la delicadeza. También hay que atender al contenido. Y es ahí donde las cosas se complican.

Cuando uno atiende al contenido de lo que dice Kast y no nos dejamos seducir por su voz de elocuente y mesurado orador, nos encontramos con un bloque doctrinario inamovible e impenetrable, nada más lejos de la naturaleza dialógica defendida por el ex candidato presidencial. Aquí, detrás de la amabilidad y las buenas maneras, surgen los argumentos que fundamentan su carrera política. Ya nos hemos acostumbrado a escucharlos cada cierto tiempo, bajo distintas versiones, algunas polémicas y otras en apariencia no tanto. Sus argumentos pasan de matute el silencio sobre aquello en lo que se fundan realmente, de eso no se habla o mejor dicho, se nombra como un dogma y no se discute más.

No me detendré en todas sus intervenciones en diversos medios de comunicación. No hay espacio acá para ello. Me gustaría atender a una estrategia argumentativa que considero políticamente peligrosa, a saber, aquella que apela al pensamiento en abstracto.

Para propósitos explicativos, en esta columna “pensamiento abstracto” tiene una connotación negativa, pues utilizamos la expresión en el sentido que Hegel le da en su pequeño y ácido escrito ¿Quién piensa abstractamente?” de 1807. El pensamiento abstracto es el pensamiento en general, nos explica Hegel, es el pensamiento que carece de cualquier ulterior determinación.

Así, en la figura de un asesino en camino al patíbulo, Hegel reprocha a aquellos que ven en él nada más que a un asesino, el hecho de dejar fuera de la reflexión cualquier remanente humano que posea tal sujeto.

En otro lugar nos cuenta la historia de un hombre, quien aquejado de ciertas dolencias, consulta a su médico y éste le ordena comer “fruta”. Es tanta la aprensión del enfermo que no puede comer ninguna fruta concreta. Para él no hay manzanas, duraznos, peras, etc., solamente existe la fruta en general, sin ulterior determinación concreta, es decir una universalidad (la fruta en general) sin su determinación concreta (el ser esta fruta: una manzana, por decir algo). Hegel no nos cuenta más de aquel enfermo, pero podemos suponer que terminó mal, buscando frenéticamente en las fruterías una universalidad abstracta y vacía.

En el caso de Kast nos encontramos con la misma forma de pensar abstracta. En una invitación a cierto programa nocturno (Diana, de Canal 13, en su edición del 30 de noviembre del año pasado). Al responder acerca de las consecuencias de una hipotética violación a una mujer, su afirmación era tajante: hay que proteger la vida del feto. ¿A qué recurre para defender esto? A la afirmación de que se trataba de dos vidas (la de la madre y la del feto) Sin embargo, esto oculta lo que realmente resulta interesante en ese ejemplo: qué entiende él por vida. Seguramente nos dirá dónde comienza ella (en la unión del espermio con el óvulo) pero no es eso por lo que preguntamos. Si aguzamos más el olfato, veremos que la apelación final es a la vida en general. La vida en abstracto. No existe así la vida en concreto (la de la madre que ha de proseguir con un embarazo que no desea). Si un embarazo “normal”, “amoroso” etc., es complejo, doloroso y agotador para una mujer, podemos suponer, tal vez con un mínimo de empatía como podría ser un embarazo post violación. Pero no, para Kast esto no existe (en el discurso sí, de hecho insiste en que se trata de algo brutal: “no hay nada más brutal que una violación”).

Pero con un mano borra lo que escribe con la otra. Si atendiera efectivamente a lo que quiere decir por brutal (la violencia y el ultraje físico y psicológico de la violación, la eliminación de la confianza del sujeto en su entorno y el mundo, las consecuencias psicológicas y físicas, el dolor, la culpa, la ira entre otras) podría quizás aproximarse a entender qué quiere decir eso de brutal.

Una vida en concreto no consiste solamente en el elemento biológico-teológico, como quisiera Kast, sino que también es vida social; un conjunto de interacciones de un sujeto cognoscente, deseante, padeciente en contextos concretos: este barrio, este colegio, este género, este sexo, este país, este quintil, etc. La vida no es algo dado, una inmediatez refractaria a la reflexión, sino que es un concepto con consecuencias prácticas y una historia de su desarrollo y de los intereses que la han moldeado o interpretado. Es por ello que es señal de un error argumentativo el utilizarla en abstracto, como vida en general. Recordemos al enfermo descrito por Hegel para ver cómo nos va si seguimos ese camino.

No pretendemos ni podemos aquí explicar en detalle las consecuencias que se siguen de ello, pero sí queremos levantar las banderas de advertencia frente a un intento de introducir el pensar abstracto en una discusión urgente y seria.

Juan Serey Aguilera

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