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La bandera de la paz llega al Senado

Juan Pablo Lazo
Por : Juan Pablo Lazo Consejo de Asentamientos Sustentables de América Latina Movimiento político
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¿De qué hablamos cuando hablamos de Paz?

Hablamos de aquello que nos une a Jesús Cristo, a Buda, a Krshna, a Mahoma y a todos los místicos del pasado, del presente y del futuro.

Hablamos también de lo que justifica socialmente la creación de los Estados Nacionales bajo el modelo de concentrar la fuerza física en policía y ejército y de este modo gozar del imperio por el cual imponer aquello que se tiene por justo.

Hablamos también de aquello que constituye nuestra esencia. Somos Paz.

Mientras los medios de comunicación masivos alertan sobre un par de navíos «destructores» norteamericanos que navegan por los mares rumbo a la costa de Siria, el principal problema que aqueja a la Humanidad continúa siendo la apatía. Las bravatas entre Putin y Trump no son nada al lado de la falta de acción de las mayorías en la crisis en la que nos encontramos.

Parafraseo en ello a la eminencia del movimiento de Transición Joana Macy. La etimología de la palabra apatía nos enseña que el problema humano es que no está viendo el dolor del mundo. La industria de la distracción opera a todo nivel.

La bandera de la Paz llega al Congreso Nacional de Chile. Esto es un sueño hecho realidad. Gracias a todos y a todas los que han hecho posible esta gesta. De alguna manera no veo posible que lo que exponga pueda ser pasado por alto. Un debate en el Congreso impone escuchar a los ciudadanos que han visibilizado la bandera a lo largo de los años.

En este marco trascendente acerca de las implicancias de una conversación oficial y social sobre la Paz en Chile celebro que una ley sobre la bandera de la paz llegue al Senado en su segundo trámite constitucional. ¡Enhorabuena! Parece inminente que se visibiliza un símbolo que está llamado a jugar un rol en el diseño de un mundo con esperanza. Siento que sin ser ingenuo acerca de lo que acontece dentro de los mundos interiores, volver a la armonía en nuestras relaciones es posible.

Al mismo tiempo, me resulta de la mayor trascendencia atraer la atención sobre las implicancias de esta Ley. Parece simple. Es una Ley que establece el 15 de abril como una fecha para celebrar el día nacional de la Paz a través de la Cultura y que invita a izar este símbolo.

[cita tipo=»destaque»]La definición que avaló la cámara de diputados se tiñe del mito de superioridad que la civilización occidental se auto-otorga como señala el gran difusor de la bandera, el maestro José Argüelles. Cuando se habla de «los mayores logros de la modernidad» pareciera que la apatía pone su mejor cara. La Humanidad no se encuentra en el pináculo del desarrollo tecnológico, ni se encuentra ofrendando enormes espacios para «la felicidad de los pueblos» como señala el texto de los congresistas. No estamos logrando la máxima expresión de nuestra potencialidad, más bien es lo contrario. Nos encontramos en lo más profundo de una crisis civilizatoria como dialogamos junto a la nieta de Mahatma Gandhi en virtud de la convocatoria que hizo Universitas hace tan solamente unas semanas atrás.[/cita]

¿Pero de qué estamos hablando?

¿En qué se encuentran las conversaciones de la Humanidad sobre la Paz?

En Naciones Unidas, los últimos cuatro años se dialogó acerca de la codificación del Derecho Humano a la Paz. La conversación se provocó por obra y gracia de la sociedad civil organizada, que siguió puliendo encuentros tras el surgimiento del foro social mundial en los albores del 2000. Derivó el proceso en un foro temático en España a raíz del cual múltiples juristas sellaron un acuerdo con la Declaración de Luarca el año 2006. Hemos sido parte de ese proceso junto a la Fundación Artesanos de la Paz.

En Naciones Unidas los Estados Unidos y la Unión Europea lideraron la oposición a la consagración de este Derecho Fundamental. ¡La doctrina señala que sin la protección del Derecho Humano a la Paz los demás derechos humanos dejan de ser relevantes! En el concierto de las Naciones la mayoría avala el reconocimiento de este derecho fundamental. ¡Tal es la envergadura del diálogo en el que nos encontramos como Humanidad! Y la bandera de la paz, por supuesto, atrae la atención sobre esta conversación.

Del registro que existe en la web sobre el proyecto de ley que comento, no existe consideración a este diálogo global. Es decir se está invitando a izar un símbolo de un concepto que no se está esclareciendo y los conceptos vertidos en el texto conductor son retrógrados y corresponden a un viejo paradigma. Cito el texto de ingreso del proyecto:

«La paz, como negación de la guerra, como suspensión de toda violencia de ejércitos regulares contra otros, o como la ausencia de enfrentamientos de ejército contra toda clase de grupos organizados corno guerrillas, grupos paramilitares, etcétera, constituye uno de los mayores logros de la modernidad, que ha conseguido en numerosas épocas y en distintos lugares, estados de convivencia pacífica prolongados, que han sido la base de crecimiento, del desarrollo, del aumento de bienestar y por sobre todo, de la felicidad de los pueblos.»

Luego, en confusas alusiones a la importancia de la paz en la felicidad el texto no llega a afirmar lo que corresponde en los tiempos de peligro que vivimos. Esto es que la Paz es nuestro derecho de nacimiento. La Paz es un derecho fundamental. La Paz es un derecho humano.

Hoy, toca a la Comisión del Senado hacerse cargo de este hecho. Por lo pronto, un informe de la Cancillería sobre la posición de Chile sobre el Derecho Humano a la Paz se impone. O bien, una propia declaración de la Comisión, del Senado o del Congreso acerca del entendimiento sobre esta idea trascendente. No solamente eso, sino que creo que también corresponde una apertura a la participación para que la sociedad entera se pronuncie sobre esta cuestión. En especial, de aquellos custodios de la bandera de la paz o de las instituciones y personas que nos asumimos como pacifistas. Si el Estado y la concentración de la fuerza se justifican en nombre de la Paz, de lo que estamos hablando no es de una ley que pueda pasar desapercibida.

Jodorowski es chileno y por lo tanto la sicomagia no puede ser obviada. Imaginemos que encontramos un punto de acuerdo en la definición de la Paz y alargamos el concepto, no solamente a las relaciones internacionales de Chile sino que a nuestras propias relaciones… ¿no aparece obvio el beneficio de ser un acto sicomágico elemental para la estructuración misma de la Sociedad y el propio Ser a partir de ahí? ¿Cómo se nos puede ocurrir desaprovechar este momento histórico y no incidir con todo nuestro amor porque los congresistas escuchen acerca de la importancia del Pacto Roerich? El Pacto Roerich está vigente, la bandera de la paz está vigente y lo que requerimos, en verdad es detenernos para reconfigurar nuestras prioridades. Sea la cautela en la discusión de esta norma porque nos trae los mayores beneficios.

La historia fidedigna del establecimiento de esta ley tiene por una parte a la sabiduría del mentor de la bandera impregnando cada paso que damos y como bien se señala en el proyecto de ley, «hay paz cuando hay cultura y hay cultura cuando hay paz» y por la otra, tiene conceptos confusos que desvirtúan el sentido que la Sociedad Civil Global está otorgando a la Paz.

La definición que avaló la cámara de diputados se tiñe del mito de superioridad que la civilización occidental se auto-otorga como señala el gran difusor de la bandera, el maestro José Argüelles. Cuando se habla de «los mayores logros de la modernidad» pareciera que la apatía pone su mejor cara. La Humanidad no se encuentra en el pináculo del desarrollo tecnológico, ni se encuentra ofrendando enormes espacios para «la felicidad de los pueblos» como señala el texto de los congresistas. No estamos logrando la máxima expresión de nuestra potencialidad, más bien es lo contrario. Nos encontramos en lo más profundo de una crisis civilizatoria como dialogamos junto a la nieta de Mahatma Gandhi en virtud de la convocatoria que hizo Universitas hace tan solamente unas semanas atrás.

Nuestra sociedad está extinguiendo especies a diario, la violencia doméstica, la depresión, los suicidios, el bullying, la violencia en los estadios, la agresividad que pampea en todas partes y sobre todo, la idea de separación reinando a diestra y siniestra nos invitan a la humildad. Las cosmovisiones indígenas y la memoria ancestral nos ilustran en este sentido y nos expresan que éste no es el momento en que podamos alardear de nuestros logros sino el momento del perdón, de la reconciliación y del Gran Giro. Se impone un cambio en el relato esencial sobre nuestro tiempo. No es que tengamos que seguir desarrollándonos, sino que estamos llamados a salir del hoyo profundo. Como se señala en el importantísimo documento de las Naciones Unidas del Espíritu, sellado en Colombia el 2015, es el tiempo de colocar al centro el Ser.

Se impone un cambio de cosmovisión solidario, integrativo, amoroso, pacífico, bello y feliz.

En lo personal, creo que está ocurriendo y que merece nuestro amor y nuestra dedicación. La pluma la tenemos nosotros. Todos juntos. El que se dialogue sobre la bandera de la paz en el congreso es todo un sueño y que la sociedad civil que ha enarbolado esta bandera a través de los años pueda ser oída en toda su expresión es lo que esta nota pretende.

Creo que la paz es nuestra naturaleza. Por ello comencé enalteciendo la idea que somos paz. Y a mi modo de ver, el correcto entendimiento es que somos uno y ello se comprende desde la conciencia única. Soltando las creencias que se nos impusieron y que nos han traído a este momento. El presente es un regalo y se nos presenta aparentemente devastador. Pongamos nuestras fuerzas en que siga ocurriendo el Gran Giro.

Lo decreto. Pacificamos el mundo, readecuamos nuestras conductas, volamos hacia lo alto. La poesía nos guía. Sea la paz en todas nuestras relaciones.

Por último, soltemos los miedos. La vida es una oportunidad fantástica para aprender a vivir con el corazón despierto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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