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Antecedentes para el debate urbano Opinión

Antecedentes para el debate urbano

Bernardo Echeverría
Por : Bernardo Echeverría Presidente Comité Inmobiliario Cámara Chilena de la Construcción
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Este viernes 20 de abril, tal como lo informó en su oportunidad El Mostrador, un grupo de vecinos de la comuna de Ñuñoa se reunió “para dar a conocer las problemáticas que afectan a la comunidad producto de las inmobiliarias que han irrumpido en el sector”.

Se trata sin duda de un ejercicio valioso, pues las dinámicas propias del desarrollo de las ciudades impactan en las condiciones y la calidad de vida de las personas y, por lo tanto, requieren mucha reflexión, diálogo y construcción de grandes consensos. En especial en estos tiempos, en que, en la medida en que se han ido satisfaciendo necesidades básicas, se genera una mayor valoración, por ejemplo, del espacio público y del entorno urbano.

Dicho lo anterior, quisiera tomarme la libertad de aportar algunos antecedentes que, a mi juicio, podrían contribuir a este tipo de conversaciones.

En primer lugar, cabe destacar que la mayor o menor actividad inmobiliaria está determinada por las necesidades de vivienda de las personas. O sea, a más demanda, más construcción de casas y departamentos habitacionales y viceversa. A modo de ejemplo, solo en el Gran Santiago se deben construir 35.000 viviendas al año; o sea, casi 1.000 viviendas al día. ¿Por qué? Porque la gente lo necesita. Y si no se hace, aumentará el déficit habitacional, con los consiguientes problemas sociales de allegados y campamentos que en conjunto hemos ido disminuyendo.

Dónde y cómo se construyen las viviendas es decisión de las autoridades.

De hecho, desde 1994 estas decidieron, siempre en el caso del Gran Santiago, que se ubicaran mayormente al interior del anillo de Américo Vespucio. Una de las razones, según se dijo, fue que Santiago crecía eliminando buenas tierras agrícolas y, por ende, había que densificar; es decir, construir edificios de departamentos, casi siempre en reemplazo de inmuebles de baja altura.

[cita tipo=»destaque»]Cabe destacar que la mayor o menor actividad inmobiliaria está determinada por las necesidades de vivienda de las personas. O sea, a más demanda, más construcción de casas y departamentos habitacionales y viceversa. A modo de ejemplo, solo en el Gran Santiago se deben construir 35.000 viviendas al año; o sea, casi 1.000 viviendas al día. ¿Por qué? Porque la gente lo necesita. Y si no se hace, aumentará el déficit habitacional, con los consiguientes problemas sociales de allegados y campamentos que en conjunto hemos ido disminuyendo.[/cita]

Las características que deben cumplir las nuevas edificaciones están definidas en los planes reguladores comunales y metropolitanos, cuya existencia y actualización también es responsabilidad de las autoridades comunales y regionales.

Con todo, estamos plenamente conscientes de que densificar es un proceso tan complejo como delicado, pues se actúa sobre un espacio físico acotado, donde ya existe una determinada trama social y urbana y donde convergen múltiples intereses: de sus actuales propietarios, de las autoridades, de la academia y del sector inmobiliario, entre otros.

En este escenario, lo que resulta socialmente más apropiado es trabajar en conjunto para generar visiones compartidas de desarrollo y que estas queden plasmadas en plano reguladores comunales elaborados y actualizados periódicamente sobre la base de una participación ciudadana temprana, amplia e informada. También, que se implemente una política pública que fomente la densificación en torno a los principales ejes de transporte de las ciudades, como es el caso de las líneas de metro.

Tener una estación de metro cerca es un privilegio y mientras más personas puedan tenerlo, mejor para el conjunto de la sociedad. Primero, porque ello permite generar una oferta habitacional donde quieren vivir las personas: cerca de este medio de transporte y en comunas consolidadas, donde hay una buena oferta de servicios y equipamiento público y privado. Y segundo, porque trae aparejado una disminución del tiempo y del número de viajes, así como de la congestión y de los niveles de contaminación de la capital, entre otros beneficios.

Cabe recordar que, por ejemplo, Ñuñoa contará con cuatro líneas de metro, lo que explica en buena parte el creciente interés de muchas familias de hacer de esa comuna su nuevo lugar de residencia. Solo una apropiada oferta inmobiliaria puede hacer de este sueño una realidad.

Ahora bien, tenemos claro que como industria inmobiliaria podemos hacer las cosas mejor en este proceso inevitable que es la densificación de la ciudad que compartimos.

¿Cómo? Desarrollando una mayor conciencia sobre el impacto de nuestros proyectos en su entorno, de modos que estos creen valor para sus residentes y también para las comunidades donde se insertan; dando más trazabilidad a todas las etapas de tramitación de anteproyectos y permisos de edificación; mejorando el diálogo con los vecinos y las comunidades; ejecutando nuestras obras sin provocarles molestias a estos; entregando más y mejor información a los compradores de las viviendas y ofreciendo servicios de postventa de primer nivel.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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