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Tabúes sobre el suicidio

Por: Paula Dagnino


Señor Director:

Las muertes de la diseñadora Kate Spade y el chef Anthony Bourdain no sólo ha remecido a Estados Unidos, sino que han puesto sobre la palestra una temática que ha sido por siglos tabú: el suicidio. No necesitamos ir tan lejos para darnos cuenta que esto sucede todos los días, al considerar el caso de la alumna de un colegio particular en nuestro país.

El suicidio o intento de suicidio ha ido en aumento (más de un 60% a nivel global en los últimos 50 años) y en el mundo ha alcanzado cifras de casi un millón de personas suceptibles de cometer suicidio anualmente, según cifras del World Health Organization [WHO], 2009. En términos más simples, cada 3 segundos, una persona intenta morir.

En Chile la tasa de suicidio es de 13,3 por 100.000 habitantes (Chile, Ministerio de Salud [MINSAL], 2013), es decir, mueren cinco personas por suicidio al día, unas 1.800 personas al año. En general, se suicidan más hombres que mujeres, pero más mujeres intentan suicidarse y son dos grandes grupos los que tienen una mayor tasa de suicidio, los jóvenes entre 15 y 35 años y el adulto mayor, de más de 75 años.
Son múltiples los factores que ponen en riesgo a las personas (ambientales, sociodemográficos, exposición al suicidio de otros, etc). Sin embargo, lo más llamativo y que debe ponernos en alerta es que de las personas que deciden voluntariamente terminar con su vida, uno puede observar en su historia reciente algún síntoma psicopatológico identificable o sufrimiento psíquico que podría haber sido pesquizado. De hecho, el suicidio está altamente asociado con patologías como depresión, esquizofrenia, abuso y dependencia de alcohol y drogas y trastorno bipolar.

Por eso es muy importante desmitificar los tabús que existen respecto de esta conducta. De hecho, contrariamente a la creencia popular, hablar sobre el suicidio no siembra la idea en la cabeza de la gente, sino que los pacientes o sujetos son muy agradecidos y aliviados de poder hablar abiertamente sobre las cuestiones y preguntas con las que están luchando internamente.

Asimismo, no es la farmacología el único camino para aliviar este dolor, sino que es el apoyo psicoterapéutico ha mostrado disminuir en casi un 30% la posibilidad de realizar intentos de suicidio a futuro, de acuerdo a un estudio realizado por colegas de Dinamarca.
Pero Chile está lejos de alcanzar los estándares en salud mental que poseen los países bajos, donde la salud mental es un derecho, y lo recalco porque a veces pareciera olvidarse.

Éste es un derecho Universal, y por lo tanto el Estado se encuentra obligado a garantizar el acceso a la atención en salud mental en condiciones de igualdad. Reconozco el avance que ha tenido el Estado chileno en esta materia en las dos últimas décadas, pero falta mucho por caminar. La poca disponibilidad en atención primaria, a pesar de los esfuerzos particulares y personales de los miembros de la Atención Primera de Salud, la importante brecha en el territorio nacional en cuanto al acceso, etc. Cuando vemos que Chile cuenta con un 3% de su presupuesto designado a salud mental mientras que en países desarrollados alcanza al 10%, nos damos cuenta que este ámbito es de segunda categoría. Debemos considerar que la salud mental es transversal a todos nosotros, a nuestra salud física, a la productividad y es un derecho que debemos exigir.

Las muertes de la diseñadora Kate Spade y el chef Anthony Bourdain no sólo ha remecido a Estados Unidos, sino que han puesto sobre la palestra una temática que ha sido por siglos tabú: el suicidio. No necesitamos ir tan lejos para darnos cuenta que esto sucede todos los días, al considerar el caso de la alumna de un colegio particular en nuestro país.

El suicidio o intento de suicidio ha ido en aumento (más de un 60% a nivel global en los últimos 50 años) y en el mundo ha alcanzado cifras de casi un millón de personas suceptibles de cometer suicidio anualmente, según cifras del World Health Organization [WHO], 2009. En términos más simples, cada 3 segundos, una persona intenta morir.

En Chile la tasa de suicidio es de 13,3 por 100.000 habitantes (Chile, Ministerio de Salud [MINSAL], 2013), es decir, mueren cinco personas por suicidio al día, unas 1.800 personas al año. En general, se suicidan más hombres que mujeres, pero más mujeres intentan suicidarse y son dos grandes grupos los que tienen una mayor tasa de suicidio, los jóvenes entre 15 y 35 años y el adulto mayor, de más de 75 años.

Son múltiples los factores que ponen en riesgo a las personas (ambientales, sociodemográficos, exposición al suicidio de otros, etc). Sin embargo, lo más llamativo y que debe ponernos en alerta es que de las personas que deciden voluntariamente terminar con su vida, uno puede observar en su historia reciente algún síntoma psicopatológico identificable o sufrimiento psíquico que podría haber sido pesquizado. De hecho, el suicidio está altamente asociado con patologías como depresión, esquizofrenia, abuso y dependencia de alcohol y drogas y trastorno bipolar.

Por eso es muy importante desmitificar los tabús que existen respecto de esta conducta. De hecho, contrariamente a la creencia popular, hablar sobre el suicidio no siembra la idea en la cabeza de la gente, sino que los pacientes o sujetos son muy agradecidos y aliviados de poder hablar abiertamente sobre las cuestiones y preguntas con las que están luchando internamente.

Asimismo, no es la farmacología el único camino para aliviar este dolor, sino que es el apoyo psicoterapéutico ha mostrado disminuir en casi un 30% la posibilidad de realizar intentos de suicidio a futuro, de acuerdo a un estudio realizado por colegas de Dinamarca.

Pero Chile está lejos de alcanzar los estándares en salud mental que poseen los países bajos, donde la salud mental es un derecho, y lo recalco porque a veces pareciera olvidarse.

Éste es un derecho Universal, y por lo tanto el Estado se encuentra obligado a garantizar el acceso a la atención en salud mental en condiciones de igualdad. Reconozco el avance que ha tenido el Estado chileno en esta materia en las dos últimas décadas, pero falta mucho por caminar. La poca disponibilidad en atención primaria, a pesar de los esfuerzos particulares y personales de los miembros de la Atención Primera de Salud, la importante brecha en el territorio nacional en cuanto al acceso, etc. Cuando vemos que Chile cuenta con un 3% de su presupuesto designado a salud mental mientras que en países desarrollados alcanza al 10%, nos damos cuenta que este ámbito es de segunda categoría. Debemos considerar que la salud mental es transversal a todos nosotros, a nuestra salud física, a la productividad y es un derecho que debemos exigir.

Paula Dagnino

Jefa Área Clínica

Facultad de Psicología

Universidad Alberto Hurtado

Jefa Área Clínica
Facultad de Psicología
Universidad Alberto Hurtado

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