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La autodeterminación mapuche será colectiva Opinión

La autodeterminación mapuche será colectiva

Jorge Aillapán Quinteros
Por : Jorge Aillapán Quinteros Abogado. Docente propiedad intelectual, Universidad Central. Columnista de El Quinto Poder.
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La autodeterminación mapuche ha de ser colectiva. Es imposible que avancemos individualmente (e incluso agrupados, pero atomizados) hasta desembocar en una liberación nacional.

Durante estos días supimos de la enormidad del castigo para los condenados en el contexto del caso “Luchsinger-Mackay”. No vamos a extendernos acá en un análisis penal del juicio, ni menos sobre el terrorismo que alucinan los distintos gobernantes post dictatoriales chilenos, pues especialistas ya han hablado y discutido bastante sobre ello. Acaso, más interesante resultaría un análisis jurídico-político de los juzgamientos contra mapuche siguiendo, por ejemplo, el esquema “connivencia/ruptura” del que hablara el colega Jacques Vergès. Quizás en otra oportunidad. Por ahora interesa prestar atención a lo expresado por José Tralcal (uno de los sentenciados a cadena perpetua, en el caso “Luchsinger-Mackay”) quien afirma que esta condena afecta a todos los mapuche y, en concreto, a los mapuche que reclaman sus derechos. Concuerdo con el peñi. Y no solo en esta frase (en cuanto slogan), sino respecto al mensaje y propuesta de unidad para nuestro pueblo, unidad que el mismo Tralcal extraña.

En el actual escenario, las expectativas autonómicas mapuche resultan quimeras desde que la disgregación es evidente. Solo la autodeterminación individual es tolerada, lo cual no es novedad en la tierra de promisión del egoísmo e individualismo. En Chile solo este sueño es posible cumplir, de ahí que abunde el reconocimiento hacia el “emprendimiento” propio mapuche en las más diversas áreas, desde el que trabaja la tierra hasta el que llega al Congreso o a figurar en los medios de comunicación. Al amparo de esta doctrina de “casos emblemáticos” podría justificarse el avance y beneficio de una colectividad, pero ello es pura apariencia porque los beneficios obtenidos a partir de estos casos de laboratorio siempre son individuales, concretos, y no se traspasan hacia el resto del pueblo. Se trata de reivindicaciones parciales, circunscritas a pequeños espacios territoriales o agrupaciones indígenas, sin pretensiones de vastedad, avalando aquel discurso liberal de que en Chile se es libre y autónomo para desarrollarse, aunque nunca bajo el estatus de pueblo-nación.

[cita tipo=»destaque»]Ayer y hoy los mapuche logramos unidad a través del racismo. Y es que es transversal: lo sufrimos hombres y mujeres por igual. Lo padecen quienes permanecieron en la Araucanía como, también, los hijos de la diáspora en la metrópolis. Expresamente, varias sentencias de tribunales (chilenos e internacionales) han mandado proscribir al Estado chileno la práctica y apología de dicho odio, aunque ello no consiga evitar que muchas personas se vean impedidas de acceder un buen puesto de trabajo, solo por llevar un apellido mapuche. Y ni hablar de quienes tienen rasgos fenotípicos característicos pues aunque su apellido los exculpe, la “cara de indio/a” igualmente los denuncia. Sean de izquierda, de derecha, de la DC, RD, UDI, PS o PPD, el racismo igual impedirá que la sociedad chilena se atreva a erigirlos como líderes, y menos como líderes positivos.[/cita]

Pese a los reclamos y esperanzas, todo indica que la autodeterminación individual (esa clásica, kantiana) satisface al mapuche. Sin conmiseración, la máquina capitalista avanza y el “salvarse solo” deviene en el grito general de resistencia; salvo excepciones, claro está. Este individualismo (sumado al esencialismo promovido por algunos pro-indígenas) permite explicar la aparición de sendos abismos entre quienes defienden la ancestralidad mapuche versus aquellos que pretenden adecuar las costumbres a las nuevas realidades sociales; entre quienes viven en la ruralidad versus los que viven en la ciudad; entre los hablantes de la lengua versus los no hablantes; entre los mapuche de izquierda versus los de derecha; entre los que reivindican la violencia política versus los que plantean otras vías para reclamar derechos, etcétera, etcétera, etcétera. Al mismo tiempo, el amén con este hábitat individualista explica y justifica el trabajo de quienes (erradamente) pretenden que a través de la defensa de los “casos emblemáticos” se conseguirá el desarrollo y autodeterminación de una colectividad entera, en circunstancias que lo que hoy nos aúna no son los beneficios derivados de esos triunfos específicos y aislados, sino las consecuencias de la discriminación general, constante y sistémica contra un pueblo. El odio, el racismo.

Ayer y hoy los mapuche logramos unidad a través del racismo. Y es que es transversal: lo sufrimos hombres y mujeres por igual. Lo padecen quienes permanecieron en la Araucanía como, también, los hijos de la diáspora en la metrópolis. Expresamente, varias sentencias de tribunales (chilenos e internacionales) han mandado proscribir al Estado chileno la práctica y apología de dicho odio, aunque ello no consiga evitar que muchas personas se vean impedidas de acceder un buen puesto de trabajo, solo por llevar un apellido mapuche. Y ni hablar de quienes tienen rasgos fenotípicos característicos pues aunque su apellido los exculpe, la “cara de indio/a” igualmente los denuncia. Sean de izquierda, de derecha, de la DC, RD, UDI, PS o PPD, el racismo igual impedirá que la sociedad chilena se atreva a erigirlos como líderes, y menos como líderes positivos.

Por eso que orgullo da el ver o escuchar que existen mapuche en las universidades, en la televisión, diputadas, senadores, embajadores, deportistas. Aunque orgullo da, también, saber que las otras luchas persisten, esas calificadas (por la oligarquía chilena) como violentas o antisistémicas, y nunca como justas reivindicaciones. Ambas son manifestaciones de legítima resistencia frente al racismo y al afán por enterrar las aspiraciones políticas de un pueblo. Ojalá, los mapuche, pudiéramos alcanzar un mínimo de consenso en este punto, más cuando se trata de luchas y conquistas que no se excluyen o, cuando menos, no debieran excluirse. Es más, los logros dentro de la institucionalidad chilena son tributarios de la lucha de tantas y tantos que si no fueron encarcelados, terminaron asesinados. Ignorar esto último sería solo un despropósito. Sin embargo, desde la otra perspectiva, hay que reconocer que la lucha se libra hoy, también, en otros espacios (en apariencia) más afables como, por ejemplo, un aula universitaria, los tribunales de justicia o los pasillos del Congreso nacional, de ahí que quienes reivindican aquellas formas de clásicas de resistencia debieran, al menos, considerar el esfuerzo desplegado por quienes operan en esos ámbitos u optaron por vías “menos violentas” de diálogo y resistencia frente al avasallador Estado neoliberal chileno.

En su video, José Tralcal apelaba precisamente a la unidad de nuestro pueblo, y hacia allá debiéramos avanzar, abriendo vías de diálogo y discusión interna, en pos de un futuro común, y con total independencia de las políticas indigenistas diseñadas desde el aparato estatal. Continuar la actual estrategia no es más que seguir salvándose solo. La autodeterminación mapuche será colectiva, o no será.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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