Publicidad

«Sólo se puede tener cultura desde cierto nivel de existencia»

La hegemonía neoliberal, uno de los temas que tocó en su visita a nuestro país, ha traído como consecuencia, posmodernidad mediante, cambios radicales tanto en la composición social como en los parámetros para concebir lo popular. En una extensa entrevista, la intelectual conversó con El Mostrador.cl.


Jean Franco, profesora emérita de la Universidad de Columbia, ha dedicado gran parte de su vida a investigar la literatura latinoamericana. Al poco andar de su vida académica, comprendió que el arte está tan relacionado al contexto histórico que es imprescindible incorporar en el análisis elementos de la cultura de masas.



De esa forma, Jean se fue transformando en una atenta observadora de los productos culturales de Estados Unidos y en especial de los medios de comunicación. Hoy puede parecer casi una perogrullada, pero cuando ella se inició en la investigación y la docencia, eran los menos los que vieron en la irrupción de los mass media en el ámbito íntimo, un punto de inflexión en la sociedad que afectaba también la construcción de las culturas locales, nacionales y, también, globales.



Su versatilidad analítica se refleja en su vasta producción. Prueba de ellos son sus ensayos Historia de la literatura hispanoamericana, La cultura moderna en América Latina, Marcar diferencias, cruzar fronteras y el reciente Ocaso y caída de la ciudad letrada, Latinoamérica en la Guerra Fría. Su abultado currículum fue motivo más que suficiente para ser invitada como una de las principales exponentes del seminario Utopía(s) 1970-2003 realizado este fin de semana en el edificio Diego Portales y que contó con intelectuales de la altura de Beatriz Sarlo y Andreas Huyssen.



En su corta estadía en Chile, Jean Franco se dio el tiempo para conversar con El Mostrador.cl sobre la hegemonía neoliberal, uno de los temas que también tocó en el encuentro, así como de los cambios que ha sufrido la cultura popular desde los años de la Guerra Fría hasta nuestros días.



De la Guerra Fría a la posmodernidad



– ¿Se puede hablar de una estética neoliberal?
– No, y si la hubiera, sería la estética que impone el mercado y las necesidades de adaptarse a sus demandas. Por eso pienso que no hay una estética particular neoliberal. Y de haberla, está determinada por la moda y las ventas.



– ¿Cree que hay algo de rescatable que pueda salir dentro de la lógica del libre mercado?
– Los productos del mercado no son necesariamente efímeros. En la literatura, por ejemplo, por muy light o básica que sea, siempre hay una preocupación por la forma. Una novela policial tiene que tener una especie de estructura. Aunque claro, hay unas que son mucho más hábiles y mejores escritas que otras. Estos productos se ven recurrentemente en las librerías de los aeropuertos, donde hay novelas sumamente elementales. Hay buenos autores, como George Simenon, que escribieron novelas policiales. Tomó este género e hizo de él algo muy interesante.



– Con la Guerra Fría, quienes se dedicaban al arte,tenían referentes que en cierta medida determinaba a sus obras, respondiendo a los requerimientos de las ideologías que profesaban. ¿Cuánto atentó contra la calidad de las obras?
– En esa época había posiciones estéticas que respondían a determinadas ideologías, pero hubo muchos escritores que no pertenecían a ningún lado e intentaban encontrar una estética desligada de los discursos políticos. Es por eso que no creo que sea tan simple dividirlos en dos. Ahora, no obstante, existe una baja de expectativas en cuanto a la literatura, una preferencia por lo light, lo que va en desmedro de una literatura que necesita más trabajo para entenderse. Los autores que escribían durante la Guerra Fría desarrollaban historias mucho más complejas. Hoy sería difícil de concebir que alguien escribiera una novela como Finnegan’s Wake de Joyce, porque no se tolera tanta dificultad, tanto trabajo para entender algo. Eso habla un poco de la baja de expectativas en cuanto a la dificultad de la obra.



– ¿De alguna manera la hegemonía neoliberal ha permitido que escritores que estaban muy proclives a ciertas ideologías se hayan permitido ahora explorar áreas diferentes, como la crónica urbana o literatura de género, que en su momento se hubieran visto con malos ojos?
– No podría dar una respuesta categórica ante eso, porque corresponde a otras cosas también. Es cierto que hay géneros que no se cultivaban antes, como la crónica urbana, que es muy interesante, porque ha surgido como respuesta a los cambios masivos en las ciudades. La urbe es un lugar extraño por las vertiginosas mutaciones que las ciudades han tenido en poco tiempo. En este nuevo género se representa una nueva relación con la ciudad y son muy autobiográficos, como es el caso de Pedro Lemebel, que también entrelaza las memorias con la ficción.



– Durante la Guerra Fría, era la política la que invadía los terrenos de la cultura. Ahora, en cambio, pareciera que fuera lo contrario, lo que se grafica en las performances de los políticos que se ven obligados a incorporar discursos distintos y temáticas diferentes. ¿Como ve usted ese proceso?
– Lo que antes era claramente política hoy ya no lo es. La misma política se expresa muchas veces en términos que no son políticos, es decir, en términos culturales o éticos. No sé si eso es bueno o malo. Francamente, lo que sí me parece es que hoy lo que se entendía como política se expresa a veces en códigos culturales. Estoy pensando en la Guerra de Irak en la que Estados Unidos apelaba al humanismo diciendo que se estaba ayudando al pueblo al quitarle a su dictador. Nunca se dice que es una cuestión de petróleo, lo que sería algo más político. La cuestión política está un poco escamoteada, porque la política existe a pesar de todo.




-¿Qué consecuencias conlleva el que hoy prime un discurso eufemístico?
– Que la gente está viviendo como en el mito. Es muy difícil entender lo que está pasando cuando se utiliza el lenguaje poco claro. Si no se tiene interés especial en averiguar qué es lo que realmente está pasando, armarse un panorama diáfano sólo de lo que dicen los periódicos es casi imposible. La gente está bastante mal informada. Repite al pie de la letra lo que se dice y es mucho más acrítica que antes.



– La muerte nietzscheana de Dios es cada vez es más evidente. Para algunos, eso garantiza cierta libertad, mientras que para otros la falta de referentes claros conducen al caos. ¿Qué cree usted?
– Hay un poco de ambos. Por una parte, lo autoritarismos están debilitados por eso. Ese es el lado positivo, ya que el lado bueno del caos es que no se puede conducir. Pero por otro, con el tiempo ese mismo caos genera miedo y el miedo produce los fundamentalismos. Ahora reina la confusión, no hay certidumbres y se cuestiona todo, pero esta misma situación, que mina los autoritarismos, en ciertas personas produce miedo y la necesidad de más autoridad.



La institucionalización de lo popular



– Usted ha señalado que la resistencia ya no está en lo popular, sino en los intersticios. ¿Por qué?
– Antes se hablaba de las clases populares y existía una conciencia de clase. Lo que está pasando es que hay una inmensa capa de gente del mundo que está sólo viviendo o subsistiendo apenas. Cuando antes se hablaba de clases populares es porque se podía hablar de organizaciones, sindicatos y de movimientos obreros. Entonces había una cierta cultura propia de quienes participaban. Pero cuando uno piensa que el 45 % de la población de Venezuela come una vez al día o que un porcentaje similar vive bajo el umbral de la pobreza en México, uno se pregunta cómo se puede pedir resistencia con niveles de vida tan paupérrimos. ¿Cómo lo podrían hacer, si apenas comen? Ha aumentado demasiado la diferencia entre los que viven cómodamente y las clases que no tienen nada, y sólo se puede tener una cultura desde cierto nivel de existencia. Se necesita, por lo menos, dos o tres comidas al día y un lugar básico para vivir para poder empezar a concebir lo que se puede criticar o por lo que es importante luchar.



– Se producen cosas bastante paradójicas, porque lo que era propio de la cultura popular ha sido rescatado por las universidades y se ha institucionalizado. ¿Dónde está entonces lo popular?
-Hay dos definiciones de lo popular. Una es la que hace referencia a lo masivo y la otra a las capas no institucionalizadas. Las instituciones están siempre intentando renovarse y buscando en ciertos sectores no institucionalizados la creatividad que a veces ellas no tienen. Por eso hay un proceso constante de apropiación y eso no se puede evitar. La voracidad de la industria cultural hace que lo popular pase rápidamente a la institución y que, por tanto, cada vez sea más complejo asirla.



– ¿La academia, la institución, si bien ha ayudado a rescatar lo popular, la ha estancado también?
– Las culturas populares se nutrían por su lejanía de las instituciones. Con la globalización ya casi no hay grupos aislados, pues cada vez se incorporan más a la industria cultural. Además, no existen las mismas condiciones de fomentare ese tipo de culturas. No sé qué va a pasar con esta situación. Es inédita.



– ¿Es la hegemonía neoliberal lo que permite que a muchos productos culturales, que en su momento hubieran parecido subversivos, se les llegue a mercantilizar?

– Todo es más rápido. Un tipo de música que antes era absolutamente única y que era propia de un territorio específico, como la flauta andina por ejemplo, se oye en todos los supermercados de Estados Unidos. Existe gran incertidumbre respecto al futuro de las manifestaciones tradicionales, ya que cuando ya no están las condiciones locales para producir ese tipo de música, si bien no va a desaparecer, va a cambiar.



– ¿Se puede revertir la hegemonía neoliberal?
– Existe un gran vació en la gente y hay un gran descontento. Eso se nota en el resurgimiento del espiritualismo y la religiosidad, porque un mercado no puede satisfacer todos los requerimientos y ansias humanas. Hay muy poca satisfacción en la vida de la mayoría de la gente. ¿Si se va a producir un cambio? No sé, ojalá, pero no se ve por dónde y eso quizás es así porque estamos en medio de todo eso.



Al rescate del ocio



– La clase media fue clara protagonista de los movimientos reivindicatorios de los 60 y 70, esto porque la mayoría provenía de las clases populares y se sentían con el deber de responder a sus orígenes. ¿Ahora que han pasado más generaciones, la clase media ya no siente la necesidad de retribuir a su pasado?

– La vida cotidiana de hoy es hacer dinero y trabajar. Cada día se ponen más exigencias. Antes había una capa de gente que tenía más tiempo libre para pensar y reunirse. Pero ahora la gente no tiene ese tiempo, ese lujo, y el motivo último para trabajar es el dinero. Eso no puede satisfacer mucho.



– ¿La clave, al parecer, estaría en recuperar el espacio de ocio, entonces?
– Sería crucial, pero en el panorama actual no se ve cómo. La televisión también ha producido este efecto. La falta de ocio se debe a que es mucho más fácil llenar el tiempo libre, a diferencia de lo que ocurría hace 80 años, cuando la gente llegaba a sus casas del trabajos y no había televisión. Se tenía entonces 4 ó 5 horas para hablar con los vecinos, con la familia, o para escribir o leer. Todo ese tiempo ahora se llena con cosas que vienen de afuera y no de uno mismo.



– Con la proliferación de identidades cada vez más trivales y la exacerbación del yo, la fragmentación social se agudiza. En ese contexto, ¿puede seguir existiendo la sociedad?
– Estamos cada vez más en una existencia nuclear y con identidades dispersas. Por eso es tan difícil organizar a la gente hoy día por cuestiones políticas, porque todo esta muchos más disgregado. Pienso en los movimientos anti guerra en Estados Unidos, que luego de salir a la calle a protestar, regresaban todos rápidos a sus casas o a sus trabajos y todo quedaba en el aire. No hay una formación permanente de lo que allí ocurre.



– El posmodernismo en lo estético es muy interesante, pero algunos pensadores con el mismo grado de excitación hacen un puente con lo político. Sin embargo, en este caso trae, a diferencia de lo estético, las consecuencias nefastas que ya hemos conversado.

– La gente todavía no ha concebido cómo reaccionar políticamente. Quién sabe si estas manifestaciones espontáneas pueden resultar en otra cosa. Internet ha cambiado la forma de hacer política. En Estados Unidos tenemos un candidato a la presidencia, demócrata, que la prensa no le ha prestado mucha atención y los grupos políticos tampoco, porque tiene un grupo bastante grande en internet que le apoya. Ha sido una forma alternativa de movilizar a la gente.



-Lo que antes conformaba los grupos era la noción del deber y una visión más normativa que, por ejemplo Jürgen Habermas, reclama. Esto, sin embargo, es visto por mucho de forma despreciativa en aras de una supuesta libertad. ¿Es necesario retomar lo normativo y la noción del deber en la vida cotidiana?
– Es difícil pensar eso, porque, ¿quién podría inculcarlo? ¿El Estado? ¿Las iglesias?

Publicidad

Tendencias