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Woody Allen revela sus misterios cinéfilos más escondidos

Conversaciones con Woody Allen, es el producto de una cuidada selección de entrevistas realizadas por el periodista de Le Monde, Jean-Michael Frodom, al realizador neoyorquino, cada diciembre en París. Durante horas de diálogo, Allen repasa su filmografía, la relación con la industria de Hollywood, el apego con el cine de época y aquella autorepresentación en sus cintas.


"A menudo tengo la impresión de que dentro de la realidad no existe ningún sitio adecuado para mí o al menos donde me apetezca estar. En líneas generales, el mundo tal y como se ve en pantalla siempre me ha parecido más habitable que el mundo real, lo que, sin duda, explica que haya un poco de melancolía en mi relación con el cine", señala el realizador neoyorquino, en el libro de entrevistas sobre su vida y obra, Conversaciones con Woody Allen.



Casi como un ritual, Woody Allen acostumbra pasar las fiestas de fin de año en París, donde cada diciembre recibe al periodista y editor de cine de Le Monde, Jean-Michael Frodom. Durante más de una década, y sin interrupciones, las entrevistas se han sucedido en torno a cada estreno del director y su particular mirada del cine. El libro, Conversaciones con Woody Allen, es una selección de estos encuentros, que revela entre otras cosas, la vinculación del cineasta con las películas de época y su manera de financiarlas, manteniéndose al margen de la industria de hollywoodense.



Conocido por su singular estilo cinematográfico y su tendencia hacia historias cómicas en tono crítico, el director neoyorquino ha generado una forma de mantenerse activo dentro de la vorágine comercial norteamericana. Cintas como Hannah y sus hermanas, Annie Hall, La rosa púrpura del Cairo y Manhattan, lo han perfilado como uno de los cineastas independientes más relevantes y respetados de los últimos tiempos.



Conciente o inconscientemente, Woody Allen siempre incluye dentro de sus filmes a personajes cercanos a su personalidad. Hombres neuróticos, solitarios, inseguros de sí mismos, hiperquinéticos y algo soñadores, son quienes abundan en la obra filmográfica del director de La maldición del escorpión de Jade. En el libro el realizador comenta:



"Hay un elemento que me cuesta mucho modificar: el protagonista masculino, que tiene tendencia a parecerse, es decir, a parecerse a mí en cada película. Supongo que, en lo que a esto se refiere, no puedo escribir otra cosa". "Siempre hago el mismo personaje. Me pidieron no hace mucho que hiciese un papel en una obra de Shakespeare. Me negué; no soy capaz de hacerlo».



En Los secretos de Harry (1997), Allen interpreta a un intelectual que confunde realidad y ficción, pero que cuando se sienta a escribir, todo se normaliza. A propósito de ésta clara alusión a su vida, el realizador afirma: "La idea de las intervenciones desestabilizadoras estaba prevista en el guión con objeto de dejar bien claro que la vida de Harry (el protagonista) no marcha bien, que sufre todo tipo de problemas, mientras todo va sobre ruedas cuando escribe, cuando controla a los personajes en las ficciones que crea".



"Se lo pedí a Dustin Hoffmann, pero estaba ocupado. Se lo pedí a Robert de Niro y lo mismo. Me dirigí a Elliot Gould, pero tenía un compromiso teatral. Se lo propuse a Albert Brooks, que se negó argumentando que era demasiado joven para hacer ese papel. Llamé a Dennis Hopper… No encontraba a nadie. Al final, dos semanas antes del rodaje no tenía escapatoria. Tal como estaban las cosas, me dije que yo mismo iba a hacerlo".



En el filo de la industria de Hollywood



Cineasta independiente por naturaleza -y tal vez por necesidad-, Woody Allen ha sabido mantenerse al margen de las maquinaciones de la industria del entretenimiento norteamericano, creando un mundo cinematográfico particular, con un humor reflexivo, un tratamiento de temas casi biográfico y con recursos económicos muy reducidos.



En Conversaciones con Woody Allen, el cineasta señala: "Los estudios tienen una política de injerencia, de ser ellos los que llevan las riendas y no los directores de cine. Quieren ver el guión, quieren decidir el desenlace y poder decir: ‘No nos gustan los decorados, cámbienlos’. Quieren trabajar con sus directores. Y entre los cineastas, muy pocos son considerados por Hollywood como creadores, como individuos que pueden reclamar una mayor libertad".



A Woody Allen -en su ritual de realizar una película al año- le toma de seis semanas a tres meses escribir un guión. Generalmente lo hace estando de vacaciones en Europa. Ya en Nueva York, entrega el texto a sus asistentes y de inmediato se asignan los papeles, se prepara el estudio, se analizan los decorados exteriores y se comienza a filmar. "Doy la impresión de ser muy productivo, porque no tengo problemas para encontrar el dinero".



"La mayoría de la gente escribe un guión y luego se pone en contacto con un productor cuya respuesta es: ‘Cambie esto y aquello, y si podemos contar con Dustin Hoffmann o Leonardo Di Caprio, haremos la película’. Y una vez en contacto con Di Caprio, su respuesta es: ‘En primavera hago una película. Tal vez lo piense después. Si Jack Nicholson quiere hacerla, me parece bien’. Y así una y otra vez… Yo saco el sript de la maquina de escribir y se lo entrego al director de producción: ‘Tenga listo el dinero. Mañana nos ponemos a trabajar".



Indiferente a la tecnología sofisticada, tras cada estreno de sus trabajos, el director de La rosa púrpura del Cairo se sienta frente a su vieja maquina de escribir alemana (una Olympia portátil que compró por cuarenta dólares a los 16 años), para realizar el texto -generalmente con alguna evocación a tiempos pasados- que llevará a las pantallas tras unos cuantos meses.



Para Allen, el cine de época permite recuperar una cierta libertad de la que se favorecían las cintas mudas frente a las exigencias realistas. "Recrear una época pasada permite sacar partido de una mayor abstracción; se puede estilizar y hay menos obligación de ser fiel a los pequeños detalles, que la que se exige en el cine contemporáneo".



"El estilo de mis películas tiene su origen en mi infancia, en mi fascinación por cierta clase de películas, una fascinación que confiere a las mías un aroma de otro tiempo, por mucho que, técnicamente la acción se sitúe en nuestros días. Y cuando hago películas cuya historia se sitúa en el pasado, por ejemplo de los años cuarenta, son más los años cuarenta tal y como el cine lo ha mostrado, que los años cuarenta de verdad".



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