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Salida de Colin Powell ayuda a reforzar maquinaria de guerra en EE.UU.

La dimisión de Powell al cargo de Secretario de Estado y su reemplazo por Condoleeza Rice, asesora de seguridad nacional y estrecha colaboradora de George W. Bush, consolida dentro de la Casa Blanca al equipo de los "halcones» más agresivos.


La "renuncia" del Secretario de Estado Colin Powell a su cargo y su reemplazo por Condoleeza Rice, hasta hace poco la principal asesora en materias de seguridad del Presidente George W. Bush, vino a ser, sin duda, la coronación de un movimiento anunciado, al consolidar dentro de la Casa Blanca al equipo de los "halcones», que tuvo sucesivos choques con Powell.



En el folklore doméstico de Washington, el buque de la Casa Blanca lo comanda, desde el Salón Oval, el Presidente Bush, apoyado por un cohesionado equipo de secretarios de cartera y asesores, muchos de los cuales son especialistas en política exterior.



Powell, por lo tanto, era un Secretario de Estado cuya labor estaba amagada por la interferencia de estos "especialistas». Así, al final de cuentas, el Secretario de Estado renunciante tenía en el papel las responsabilidades más altas de su cargo, pero era bombardeado constantemente por esa corte de especialistas que rodeaba a un Presidente poco cómodo con el laberinto de las relaciones internacionales (según su propia confesión, J. Mann, "The Rise of the Vulcans", NY, 2004)



Este equipo formado por Dick Cheney, el vicepresidente; la nueva Secretario de Estado, Condoleeza Rice; Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa; y Paul Wolfowitz, el vicesecretario de Defensa, se ha hecho popular a través de la prensa. Exceptuando Paul Wolfowitz (e incluyendo a Powell), todos han tenido ambiciones presidenciales. Lo cierto es que, en general, el rótulo de especialistas en asuntos exteriores le cuelga más por una larga trayectoria en el área de defensa y de seguridad nacional que en el área de la política exterior propiamente dicha. Aunque para muchos analistas, seguridad nacional es y siempre ha sido el ingrediente central de la política exterior, y hoy día ambas áreas exhiben una simbiosis que desafía los textos clásicos en política exterior.



Pero allí reside el punto central de la salida de Powell y la entrada de "Condi» Rice.



Powell, por una parte, no fue capaz de construir un discurso que sustentara una política externa que fue diseñada con mucha antelación a los eventos actuales que conmueven al mundo. En el fondo, debía representar una política exterior de hechos consumados. Y Powell no sólo no pudo construir ese discurso o respaldo teórico, sino que es muy probable que no estuviera ciento por ciento de acuerdo con la propuesta que debía impulsar.



En ese sentido, en los hechos, es más coherente que Rice asuma esa función de darle forma y coherencia a un cuerpo conceptual que surge con trazos y fragmentos de una política exterior expresada en frases como: "expandir los valores de la democracia y la libertad"; "protección del libre comercio combatiendo al terrorismo en sus santuarios, donde sea que estén"; y "defender la nación americana a través de la acción preventiva".



Lo que está ocurriendo en Irak y Afganistán es la prueba operacional de estas lucubraciones y según la evaluación del propio Presidente Bush después de la victoria (conferencia de prensa del 5 de noviembre), la experiencia arroja resultados positivos.



Obviamente el "libro" de la política exterior de Estados Unidos, es mucho más que eso, y el aparato conceptual donde se refleja el verdadero estado del mundo y se describe el papel de los EEUU en ese cuadro de situación, no está disponible al público. Por mucho que uno escarbe la web, o junte los últimos discursos de sus funcionarios más importantes, incluyendo el recién reelecto Presidente, ese armado teórico no aparece. Revistas especializadas como "Foreign Policy" y hasta el connotado "Economic and Polical Weekly", publicado en India, sostienen que la política exterior estadounidense es un verdadero laberinto que sólo llegan a entender quienes la diseñaron.



Por otra parte, la presidencia de Bush podría analizarse como el acto de mayor modernidad en materia de política exterior desde la Segunda Guerra Mundial: ha desafiado la convención de que el cuerpo de teoría y conocimiento aportado por la ciencia política tradicional por décadas, tiene real utilidad frente a los actuales factores que ponen en riesgo la seguridad y el libre comercio.



Este equipo que apoya al Presidente ha adquirido connotaciones de leyenda, porque está constituido por figuras políticas (Cheney y Rumsfeld especialmente) que incubaron su arte de gobernar en las barbas mismas de la Guerra Fría, al alero de Richard Nixon, quizás el guerrero frío número uno.



Siendo Irak el gran test que había resultado bien, según Bush, y con Powell fuera del escenario, la profesora Condoleeza Rice, podría articular el dossier escrito, que ya no sería una serie de diseños estratégicos de acción, sino un plan maestro para el nuevo orden mundial post guerra fría. Sin embargo, existen dudas de que el nombramiento de Rice se haya dispuesto para darle sustento académico a la serie de notas, discursos y memos dispersos que forman el marco conceptual de la política exterior republicana. De hecho, Bush estuvo a punto de nombrar en ese cargo a Paul Bremmer el antiguo administrador de la ocupación en Irak, un "hacedor" de cosas (y qué cosas) más que un armador de políticas. Aunque Powell, desde cualquier perspectiva, era el funcionario más completo.



La segunda revolución republicana post II Guerra Mundial



Sin embargo, esta renuncia también sirve para escudriñar los fundamentos que han llevado a la presente administración republicana a conducir la política exterior de los EEUU con los efectos y resultados que observamos.



En realidad, con este cambio en la cabeza diplomática norteamericana, no hay nada nuevo que analizar o explicar, en cuanto al diseño programático. Desde el punto de vista del registro histórico, el cambio estructural en la política exterior se empieza a construir a partir de la imposibilidad de derrocar a Saddam en la primera guerra del golfo.



Al terminar las últimas escaramuzas de la Guerra del Golfo de 1991, la prensa comienza dejar en descrédito la efectividad de George Bush padre, cuando propone un sádico bloqueo económico al país derrotado, manteniéndose Saddam Hussein en el poder. Una frase en el "Washington Post» (Carlyle Murphy, julio 1991), recogida en Irak, refleja el fracaso político que se avecinaba: "Si el mayor poder del mundo no fue capaz de eliminar a Saddam Hussein y su régimen, entonces ¿cómo es posible imaginar que los iraquíes pobres, desbastecidos, y oprimidos puedan hacerlo?".



De esta forma, George Bush padre, entonces presidente, ve obstaculizada su opción a la reelección en 1991, en parte a raíz de esta misma falla: ganar la guerra, y no poder botar a Hussein



Esa lección de un Irak derrotado militarmente, con un Saddam administrando ese bloqueo con audacia durante los próximos doce años, se convertiría en la prueba empírica que sustentaría el cambio radical en la política exterior de los Estados Unidos del futuro.



De alguna forma, lo que se incubaba en Irak a partir de 1991, con un régimen bajo sanciones enfrentando a EEUU, era la composición operacional que permitiría desarrollar un nuevo concepto de política exterior. El efecto, como sabemos, ha tenido una contundencia sin precedentes. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial se daba una situación que iba a ir desafiando inclusive las bases de gran parte del menú conceptual de las ciencias políticas que sustentaban el discutible término de "política exterior" usado hasta entonces. Nadie había sido tan audaz en la retórica como George W. Bush y Donald Rumsfeld al señalar de manera rotunda que el multilateralismo reflejado en la la ONU y la OTAN ya no servían.



La misma oposición granítica que ofrecía Sadamm al bloqueo económico, le revelaba a este grupo central de asesores, que estos organismos estaban efectivamente vetustos, así como vetusta había quedado cualquier teoría política que los sustentara.



Aislamiento o ilegitimidad



Así como Ronald Reagan en los 80 había sentado las bases de la revolución económica que dio por resultado el clima global actual de libre comercio, George W. Bush planteaba al mundo su propia revolución con la implementación de la acción preventiva en Irak. Y llevaba el concepto de la "legitimidad internacional" a su límite máximo, desmitificándolo para siempre.



Pero no todas las banderas de las teorías que sustentan las posturas clásicas en política exterior podrían tener el rótulo de inútiles frente al empirismo ultra de los que acompañan a Bush.



Jack Snyder, profesor de Columbia University, sostiene que "el estudio de las relaciones internacionales aún pueden decirnos bastante acerca de cómo el mundo funciona, aunque a menudo se puede reconocer que la mejor teoría también puede equivocarse". Snyder sostiene que ellas a veces pueden ayudarnos a eliminar visiones simplistas que afectan un análisis más completo, como aquella que reduce las disputas dentro del gobierno de Bus entre "neoconservadores" y "halcones liberales". "Aún en un mundo que cambia en forma tan radical", dice este académico, "el aporte de las teorías clásicas es importante".



No se desprende con claridad a cuáles cambios radicales se está refiriendo Snyder. Es por ello que la legitimidad de la actual y futura postura internacional de la administración republicana es el tema a tratar.



La carencia de legitimidad de estas políticas ante los ojos del mundo es el asunto que preocupa también a profesores y analistas como Robert Tucker, de John Hopkins University; y David Hendrickson, de la Universidad de Colorado (Foreign Affairs, 11/12 2004). Robert Kagan, el conocido analist,a sostiene que muchas acciones afirmativas por la libertad en la lucha contra el comunismo se hicieron a pesar de esa "legitimidad", que EEUU muchas veces violó en función de los intereses del mundo libre.



El presente equipo de política internacional, sin la molesta presencia de Powell ahora, ha destruido, según Tucker y Hendricksen, cuatro pilares que le daban sustentación a la legitimidad de la política exterior. Ellos son: un compromiso con las leyes internacionales; una aceptación de las decisiones por consenso; su reputación por la moderación; y la identificación con el mantenimiento de la paz.



En 18 meses estos pilares se encuentran en ruinas y se tratará de algo mucho más elaborado y complejo que un ejercicio académico reconstruirlos. A la nueva Secretaria de Estado, no le será suficiente la formulación de nuevos dossier con tintes académicos que reemplacen el ejercicio de innumerables negociaciones bilaterales o multilaterales para romper la claustrofobia a la que se ha sometido a la política exterior norteamericana.



Es probable que para poder usar todo su pedigrí académico de especialista en asuntos de política internacional, "Condi" Rice deba primero convencer a sus propios mentores, Cheney y Rumsfeld, en un punto central: que el colapso precipitado del apoyo hacia los objetivos de Estados Unidos en política exterior, demuestra que las naciones aliadas y la mayor parte del mundo creen que algo fundamental en la postura de los EEUU hacia el mundo ha colapsado también.



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