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Si el precio afecta a la población más vulnerable, se debería actuar de manera más focalizada, al igual que con los servicios cuyas alzas desmesuradas afectan al ritmo de la economía en su conjunto. En este sentido, impuestos y Fepc son ayudas indiscriminadas. Por cada peso que entra a subsidiar las bencinas, se genera un beneficio tanto para el que tiene un auto chino comprado a cuotas como para las familias en las que cada integrante tiene un automóvil. Y cabe la pregunta: ¿el Fepc es un fondo


Por Camilo Feres



La decisión del Gobierno de suplementar el Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles (Fepc) es una media rendidora. Políticamente rendidora, por cierto.



Sabemos que nuestro país, importador neto de crudo, tiene pocas formas de guarecerse de coyunturas como la actual, en la que los precios del crudo -así como el de todos los commodities- han subido hasta las nubes. Menos aún si nuestros vecinos y socios pagan la cuenta de sus políticas económicas con cargo a los contratos suscritos con Chile, disminuyendo los envíos de gas y sumando con ello a una voraz maquinaria productiva -la generación termoeléctrica- a la larga lista de quemadores de petróleo.
Ante la presión, la Presidenta de la República acusó recibo e instruyó a su gabinete a encontrar una solución en breve. Las alternativas no eran muchas, los costos del petróleo en el exterior no son resorte de Chile o de sus autoridades, por lo que sólo queda echar mano a los costos que se agregan acá: refinación, transporte, distribución e impuestos, fundamentalmente. En el primero y el último el Gobierno tiene control e iniciativa, pero Enap ya ha hecho bastante -dicen- por contener los precios. Quedaban pues los impuestos, o la ya recurrente inyección de recursos al Fepc.



Como su nombre lo indica, el Fepc fue concebido como un fondo para amortizar las variaciones violentas del precio de los combustibles (que se llena con precios bajos y se gasta con precios altos), pero como la tendencia del precio ha sido al alza sostenida, el fondo se ha convertido, en la práctica, en un subsidio al valor de los combustibles.



Tanto la reducción de impuestos como la inyección de recursos al Fepc logran un efecto similar -siempre y cuando los recursos destinados sean equivalentes- por lo demás, lo que se entrega al Fepc se ha recaudado mediante impuestos, por lo que es una forma de devolver parte de lo cobrado a quiénes lo pagaron. No se requiere ser experto, sin embargo, para suponer que ya que se incurre en costos de transacción para recaudar, administrar y luego devolver recursos, lo más directo y eficiente sería no cobrar dichos tributos.



Suena simple, pero el punto es que tampoco se requiere de mucho estudio para suponer que un atractivo difícil de ignorar en la opción de subsidiar es que la acción recae en el Gobierno, el que aparece metiéndose la mano al bolsillo para ayudar a su atribulado pueblo. Pero el problema es mayor y lo saben las autoridades. Por una parte, el precio del petróleo es alto en el mundo y se estima que seguirá así durante un tiempo. La señal, entonces debiera ser la de fomentar el ahorro, la optimización del uso del automóvil, la disminución de las cilindradas de los motores, etc.



Si el precio afecta a la población más vulnerable, se debería actuar de manera más focalizada, al igual que con los servicios cuyas alzas desmesuradas afectan al ritmo de la economía en su conjunto. En este sentido, impuestos y Fepc son ayudas indiscriminadas. Por cada peso que entra a subsidiar las bencinas, se genera un beneficio tanto para el que tiene un auto chino comprado a cuotas como para las familias en las que cada integrante tiene un automóvil. De hecho, a mayor densidad automotriz por familia, mayor es el beneficio que se recibe.



Pero el argumento anterior es lo menos rendidor que existe. Ya lo sabe el ex Ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, quién osó decir que el Fepc era un subsidio para los ricos y recibió el repudio generalizado de la audiencia, partiendo por los periodistas, muchos de los cuales tienen automóviles pero ninguno de los cuales se considera rico.



Es poco rendidor, pero es cierto. En las sobremesas del progresismo se habla a menudo de la voracidad yanqui, de su efecto devastador en el medio ambiente y en las formas civilizadas de existencia; lo demencial es que el comentario que se hace justo antes de la queja por qué el 4×4 diesel que antes era tan conveniente hoy sale igual o más caro que su símil a bencina. La paja es para el ojo ajeno y los impuestos son para que los pague otro.



*Camilo Feres es analista laboral y económico


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