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Los poderes omnímodos, la ministra y el jarro de agua

La reacción de las más diversas instituciones estatales, políticas o religiosas para condenar la agresión de la estudiante Música Sepúlveda en contra de la ministra de Educación, asusta. Es la expresión de una elite satisfecha, que ni por un solo instante se pregunta qué cosa ha hecho tan mal para que una niña de solo catorce años rompa el temor reverencial frente a la autoridad y haga lo que hizo. Santiago Escobar Sepúlveda


La reacción de las más diversas instituciones estatales, políticas o religiosas para condenar la agresión de la estudiante Música Sepúlveda en contra de la ministra de Educación Mónica Jimenez de la Jara, asusta. No solo por ser desproporcionada y estigmatizadora. Sino también por ser la expresión de una elite satisfecha, que ni por un solo instante se pregunta qué cosa ha hecho tan mal para que una niña de solo catorce años rompa el temor reverencial frente a la autoridad y haga lo que hizo.



No se trata estar de acuerdo con lo actuado por la estudiante o de justificar su conducta. Aunque al respecto es necesario recordar que es una niña que está en el borde del discernimiento en términos legales, lo que requiere conductas de diálogo con ella a fin de desarrollar su autocontrol y responsabilidad. Y no como aparece ahora, enfrentarla con actos de sanción o venganza.



Anunciar o pedir su expulsión del colegio, o referirse a ella en medio de una homilía religiosa como si lo actuado fuera pecado y no infracción, o aprovechar cámaras de TV con la ministra ofendida como hacen sus colegas de gabinete o dirigentes políticos es una sanción social anticipada que Música no merece. Y tiene algo de obsceno pues es una exhibición de poderes omnímodos que silencian, humillan e intimidan al agresor en un tema donde existen sobradas razones para que los adultos sintieran vergüenza de todo lo obrado. Más aún, con un poder que no tiene contrapeso.



Tal actuación, totalmente reprobable, amenaza abrir una brecha de incomprensión insalvable entre los jóvenes y el sistema político. Porque la raíz del incidente está en un tema fundamental para los jóvenes, que ellos pusieron en la agenda, y que sienten deben defender frente a la incapacidad de la política: la calidad de la educación.



El lamentable y frustrado diálogo entre la ministra y los jóvenes o la agresión del jarro de agua, expresa una significación simbólica y una intensidad para los jóvenes que los adultos no estamos entendiendo. Tal debate no es entre una estudiante irrespetuosa y una ministra, sino entre sujetos culturales que caminan hacia posiciones irreconciliables, sino se tiene la prudencia de contener los hechos.



Por cierto, la ministra no es responsable de lo que ocurre o de los problemas. No más al menos que cualquier representante de la elite política y gobernante de este país. Pero le toca ser la cabeza que enfrenta la desazón e impotencia que parecen corroer a los jóvenes de nuestro país frente al tema educacional.


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